
Ángela Vicario, autora de 'Ibéricas. Mujeres que moldearon la Edad Media hispana', en su visita a la sede de El Debate
Entrevista a Ángela Vicario, autora de 'Ibéricas. Mujeres que moldearon la Edad Media hispana'
Ángela Vicario, medievalista: «Ser mujer en la Edad Media implicaba estar dispuesta a luchar y morir»
Este 14 de mayo sale a la venta Ibéricas. Mujeres que moldearon la Edad Media hispana, una obra que se debe leer «con la mente abierta. Se van a encontrar con mucha información contradictoria a los estereotipos de la Edad Media», según advierte la autora en conversación con El Debate
Desde siempre ha existido un genio femenino que cambia y sostiene el mundo. Mujeres que, con creatividad, su ingenio, su esfuerzo y con su audacia han provocado cambios grandes y, otros desconocidos, pero esenciales para sostener su familia, su trabajo y su propia vida. En Ibéricas. Mujeres que moldearon la Edad Media hispana, la comunicadora y medievalista, Ángela Vicario, recoge las biografías de las mujeres de la península ibérica que en gran o pequeña medida dejaron su huella en la historia.
«Empecé a plantear cuáles fueron las mujeres que rodearon a otros grandes protagonistas de la historia y por qué las tenemos en un segundo plano», indica Vicario en conversación con El Debate. Y como resultado de aquel interés y búsqueda, publica este 14 de mayo Ibéricas con la editorial Planeta, una obra que se debe leer «con la mente abierta. Se van a encontrar con mucha información contradictoria a los estereotipos de la Edad Media», advierte.
En sus páginas se relatan las vidas de Aldonça de Bellera, Élia Gala Placidia, Gosvinta, Egilona, Yamila bint ‘Abd al-Yabbar, Urraca de Zamora y Elvira de Toro, Subh al-Bashkunsiyya, Beatriz Cabeza de Vaca, Urraca de León, Wallada bint al-Mustakfi, Isabel la Católica, Juana de Castilla, la payesa Baier y Teresa de Cartagena, entre otras. Para Vicario, este proyecto ha sido una «oportunidad de dar a conocer a muchas mujeres que no conocemos», declara.
—¿Cómo surge la idea para escribir este libro?
—El interés por las mujeres en la historia me viene a raíz de entrar en la Edad Media, a través de la literatura. Vi a esos personajes femeninos tan potentes y tan fuertes y dije: se han tenido que inspirar en alguien. Empecé a buscar a partir de ahí, a buscar a las mujeres que no conocíamos.
Fue entonces cuando mi editora me planteó la posibilidad de escribir un ensayo. Me propuso escribir de algún tema que conociese y yo propuse esto. O sea, ya lo tenía clarísimo, porque para mí no solo era la oportunidad de dar a conocer a muchas mujeres que no conocemos y explicar qué significaba ser mujer en el medievo, sino también, un poco de forma egoísta, tener una excusa para pasar mucho tiempo trabajando exclusivamente en aprender acerca del género femenino en la Edad Media.
—¿Qué era ser mujer en el medievo?
—Ser mujer en el medievo era muy parecido a la concepción que se tiene hoy de ser mujer. Esta idea de que las mujeres, en general, tenemos hijos, formamos una familia... Pero en aquel momento, ser mujer implicaba también estar muy dispuesta a enfrentar la violencia y la guerra. Afortunadamente, en esta parte de Occidente, ahora mismo no estamos acostumbrados a la violencia en las calles ni a que haya una guerra en nuestro territorio. Pero en aquel momento sí. Entonces, ser mujer en la Edad Media también implicaba estar dispuesta a luchar y a morir en caso de un ataque.
—En nuestra historia tenemos mujeres como Urraca de León, Berenguela de Castilla o Isabel la Católica... ¿Qué significaba que una mujer fuera gobernante de pleno derecho?
—Ser reina de pleno derecho implicaba ejercer las mismas funciones que ejercería un rey: dirigir tus ejércitos en la batalla, gestionar tus grandes propiedades, reunirte con tu consejo —con el que tuvieras en ese momento—. Era hacer la labor más política, económica y también judicial de tu reino o de tu feudo.
Ser consorte, en cambio, implicaba ejercer una forma de autoridad o de poder más blanda. Significaba aconsejar al gobernante, encargarte del mecenazgo de los artistas y del mecenazgo eclesiástico. También suponía tener bien organizada la Corte, que los cortesanos fueran leales a ti y a tu esposo. Por supuesto, implicaba también educar a tus hijos, porque las mujeres eran las encargadas de su educación hasta que tenían ocho, nueve o diez años.
Así que ser consorte sí era una labor más de consejera. Pero es verdad que muchas consortes acababan utilizando ese poder blando para tener un poder bastante independiente de sus maridos, un poder que incluso podían ejercer en contra de ellos, si sus intereses llegaban a chocar.
—¿Hay alguna gobernante fuerte que hayas descubierto a raíz de este libro?
—Yo creo que Gosvinda, la reina visigoda, es un caso muy interesante. Es curioso, porque ella ejerció como consorte, aunque era viuda del anterior rey. Ya había generado muchas alianzas en la corte de Toledo, mientras que su nuevo marido aún era un extranjero allí. Así que, de alguna manera, ella tenía bastante más poder que él.
Él ejerció el poder con contundencia en el ámbito militar —fue un gran batallador—, pero no se llevaron nada bien, y sus intereses siempre fueron antagónicos. Por eso la destaco mucho en el segundo capítulo porque llevó a cabo una venganza terrible contra una mujer gobernante del reino vecino, que había conspirado y había matado a una de sus hijas.
Además, Gosvinda lideró una rebelión contra su propio marido. Me parece un gran ejemplo de esas consortes que, a pesar de no reinar como titulares, tienen sus propios intereses completamente al margen de sus esposos y cuentan con poder suficiente —económico y social— para llevar a cabo sus propósitos.

Portada del libro Ibéricas. Mujeres que moldearon la Edad Media hispana
—En el libro cuentas los grandes acontecimientos de la Edad Media, pero desde una protagonista femenina, por ejemplo, la historia del Cid a través de doña Urraca de Zamora…
–Como te he dicho antes, empecé a plantearme dónde estaban las mujeres. Y pensé: allí donde estaba el Cid, tuvo que haber mujeres a su alrededor. No solo doña Jimena y sus hijas. Entonces, ahí comencé a preguntarme cuáles fueron las mujeres que rodearon al Cid, que rodearon a otros grandes protagonistas de la historia. ¿Y por qué las tenemos en segundo plano? ¿Por qué consideramos más importante al Cid que a doña Urraca, que defendió una ciudad, que consiguió el reino para su hermano y fue artífice del asesinato del rey Sancho, que también era su hermano? Es un personaje muy potente. Quería romper con esa idea de mujeres que solo rodean a hombres. No se trata de «detrás de un gran hombre hay una gran mujer», sino de que hay grandes hombres y grandes mujeres, y pueden estar al lado o completamente separados. Ellas fueron individuos con sus propias historias, personales y políticas.
-¿Tenías a los personajes escogidos o mientras has ido trabajando en él has ido descubriendo nuevas historias?
–Había algunos personajes que tenía claros. Por ejemplo, sabía que Isabel la Católica tenía que aparecer. Quería ofrecer una visión diferente de su historia, porque cuando todo el mundo conoce a un personaje, es muy fácil repetir lo que ya se ha dicho. Y si es para escribir algo que ya se ha dicho, pues no escribo.
Entonces pensé: voy a darle otra visión, quizá la cara menos conocida de Isabel; la cara más oscura, la que menos nos gusta, y por eso nos da más miedo decirla abiertamente. No es un personaje tan admirado como para que resulte fácil decir que no tenía derecho a la corona de Castilla y que fue una «golpista». Suena fuerte, ¿no? Pero quería poner eso sobre la mesa, para darle una vuelta.
Luego, hay otros personajes que yo no conocía, porque son prácticamente desconocidos. Igual los nombra una investigadora en un artículo olvidado, publicado hace 25 años. Esos personajes fueron apareciendo. Cuando una historia me hacía pensar «esta mujer tiene que estar aquí», «la gente tiene que conocer su historia», entonces era cuando decidía incluirla en el libro.
–¿Qué roles ha jugado la mujer a lo largo de la historia?
–Muchos, porque tendemos a pensar la historia con la mentalidad del presente, o a creer que todo tiempo pasado fue peor. Esa idea de que «antes las mujeres no pintaban nada», que todo era machismo y patriarcado... En el pasado sí, pero también ahora. Y aquí estamos. Las mujeres han estado mucho más presentes en la historia de lo que se cree, o de lo que cree el gran público. Han desempeñado todo tipo de roles: líderes, revolucionarias, campesinas, mercaderes, esposas que se quedaban en casa —una labor que tampoco hay que desdeñar, porque los cuidados son fundamentales—.
Parece que ahora reivindicamos mucho la presencia de las mujeres en el ámbito público, y es absolutamente necesario. Pero también debemos recordar que, sin todas esas mujeres anónimas que se han dedicado a los cuidados sin remuneración y sin reconocimiento, el sistema no habría podido sostenerse. Hay que darles ese reconocimiento que merecen.
Cuidar, cocinar, limpiar la casa es trabajo. Reconocer eso es fundamental. Esas mujeres anónimas han estado, están y son la mayoría. Somos la mayoría: mujeres normales y corrientes, sin nombre propio en los libros, pero esenciales.
Las mujeres han desempeñado todo tipo de papeles a lo largo de la historia: desde el mayor liderazgo hasta la mayor opresión. En el libro también hablo de mujeres con discapacidades y enfermedades, que pasaron su vida en hospicios, hospitales o mendigando. También merecen que su historia sea contada, aunque no ocuparan una posición de poder.
Son reflejo de los fracasos sociales. Cuando vemos a mujeres —y a hombres— sin techo en las calles, merecen memoria. Merecen que se cuente su historia. Y debemos reconocer que una persona sin hogar no es un fracaso individual, sino el fracaso de toda la sociedad.
—¿Los historiadores/divulgadores se han olvidado del papel de la mujer en la historia?
—Sí, afortunadamente creo que ahora hay una ola —sobre todo de divulgadores— que están haciendo una gran labor en este sentido, especialmente desde el ámbito de la divulgación de la historia del arte. Pero creo que, en general, se nos olvida muchas veces —a tenor de lo que te decía ahora— hablar de esas mujeres que no fueron grandes personajes. Es muy atractivo hablar de una mujer que se puso una armadura y luchó, o de una que gobernó un reino por sí sola, como Urraca de León.
Y tal vez resulta menos épico o menos literario hablar de una mujer que pasó la vida en su taller familiar: tal vez trabajando con su padre, con su marido o sola, porque era viuda o había heredado. Mujeres que trabajaban con telares, haciendo alfarería o cualquier otro oficio. Pero también estuvieron ahí, y no debemos olvidarlas.
Al final, la historia se hace con gente normal. Y creo que se nos olvida mucho eso, y todavía más hablar de mujeres con problemas de salud o con discapacidades, que lamentablemente no están nada presentes en los discursos históricos. Ese sí ha sido el único tema en el que me ha costado encontrar documentación.
—¿Hay algún nombre propio que podamos rescatar?
—Teresa de Cartagena fue una mujer sorda que vivió en un convento —aunque no sabemos con certeza en cuál—. Ella se daba cuenta de que su sordera le impedía relacionarse con los demás, porque las otras personas la ignoraban. Es algo que también veo mucho hoy en los discursos del activismo DIsCA: «la gente nos infantiliza, la gente no nos escucha, nos volvemos invisibles», dicen ellas. Y esa misma sensación la tuvo Teresa de Cartagena hace quinientos años. Ella escribió acerca de ello: sobre esa soledad, sobre esa sordera. Pero también escribió con firmeza que las mujeres no eran inferiores a los hombres ni tenían menos intelecto, sino que simplemente habían recibido menos educación.
Ella misma reconoció que aquel silencio y aquella discapacidad le ayudaron a pensar, a desarrollar su intelecto, su pensamiento y a centrarse en sus ideas filosóficas. Desde aquel convento —del que no tenemos certeza—, pero sí en algún lugar de la península ibérica, escribió dos tratados preciosos y muy desconocidos. Espero sinceramente que más gente los conozca ahora a través de mi libro.