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Luis Felipe II de Orleans, retratado por Callet

Dinastías y poder

Felipe de Orleans: el príncipe que votó la muerte de su primo el Rey y acabó en la guillotina

Votó a favor de la muerte de su primo y él mismo terminó en la guillotina víctima del terror jacobino. Su historia nos recuerda como en política, los giros mas audaces pueden terminar en tragedia

La vida del duque Felipe de Orleans, príncipe de sangre, es una historia de contradicciones e intrigas. Cabeza de los Orleans y una de las personalidades más influyentes del París prerrevolucionario, traicionó a su estirpe, víctima de una ambición desmedida con la que aspiraba a hacerse con el poder en Francia. Terminó en el cadalso y no llegó a ver a su primogénito, Luis Felipe, convertido en rey de los Franceses como consecuencia del triunfo de la Revolución de Julio de 1830.

Era una de las mayores fortunas de Francia, sobre todo tras su matrimonio con María Adelaida de Borbón, mademoiselle de Penthièvre, con la que se unieron linaje y patrimonio. Su Palais-Royal, en pleno centro de París, se transformó en el foco de la agitación política previa a la toma de la Bastilla. Pese a su estilo de vida lujoso y libertino, permitió en sus dependencias la apertura de cafés, librerías y salones de debate donde se discutían ideas revolucionarias. El historiador Jules Michelet aporta mucha información sobre la vida dentro del palacio en aquellos días.

Se hacía llamar Felipe Igualdad, lucía escarapela en el sombrero y, aunque renunció a su tratamiento y privilegios, jamás lo hizo de su riqueza. Aquello, lógicamente, le generó el rechazo de quienes lo veían como un realista disfrazado de republicano. Su osadía fue tal que votó a favor de la ejecución de su primo Luis XVI en la Convención Nacional, tras la fallida fuga de Varennes. Su pariente, el conde de Provenza, sí logró huir del país. Pero ese voto causó enorme conmoción en toda Europa: una traición a su propia sangre, aunque él lo viera como un acto de coherencia con los principios de igualdad y justicia que creía defender.

Robespierre, pérfido e incorruptible, nunca confió en él y ordenó encarcelarlo. Su esposa pasó también por ese trance, recluida en el convento Sainte-Pélagie, convertido en prisión y por la que también desfiló Josefina, futura esposa de Bonaparte. Profundamente religiosa, conservadora y monárquica, se negó a ser tratada como una simple ciudadana y corrió mejor suerte.

Felipe de Orleans fue condenado a muerte durante el Terror, acusado de conspirar contra la República. Trasladado al cadalso y ejecutado en noviembre de 1793, «El infame duque de Orleans, que prodigó sus inmensos tesoros para corromper al populacho de París a fin de ocupar el trono de Francia, sacrificando a su ambición la vida de su rey y pariente tan cercano, ha perdido la cabeza en la guillotina entre los aplausos de aquel mismo pueblo que pocos meses antes llevó su estatua en triunfo por París», publicó Mercurio de España. Los que lo condujeron al suplicio tuvieron el placer bárbaro de hacer parar el carro en el que lo llevaban delante de su palacio.

El hijo de Felipe de Orleans, Luis Felipe, muy joven, se había unido al ejército revolucionario, pero, cuando la situación política se radicalizó y su padre fue ejecutado, huyó del país. Vivió un precario exilio entre Suiza, Inglaterra y otros países, sin poder regresar a Francia hasta la caída de Napoleón.

Entre 1814 y 1830, Luis Felipe vivió en París, principalmente en el Palais-Royal, antigua residencia de su familia. Durante la Restauración, mantuvo un perfil discreto pero activo, rodeado de un círculo político liberal y orleanista, entre ellos Adolphe Thiers, Talleyrand y el mitificado general Lafayette. En este tiempo logró fortalecer su imagen como alternativa constitucional al absolutismo borbónico que aún se identificaba con su pariente Carlos X, hermano de Luis XVI. Luis Felipe educó cuidadosamente a sus hijos, entre ellos al menor, duque de Montpensier, futuro esposo de la infanta española Luisa Fernanda y tan ambicioso como su intrigante abuelo.

Luis Felipe supo cultivar apoyo entre la burguesía y los sectores moderados que pedían un cambio. En 1830, tras la Revolución de Julio, fue proclamado rey de los Franceses. Sin embargo, una vez más, los vaivenes políticos y la irrupción en la escena pública de otra ilustre dinastía, encarnada por Luis Napoleón, lo empujaron al exilio en 1848. Irónicamente, este fue el destino del hijo de aquel que, en nombre de la Revolución, había votado contra los de su propia sangre.