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Anverso de una de las monedas recuperadas con la efigie de Constantino I el GrandeMinisterio de Cultura de Italia

Donde hay monedas, hubo civilización: cómo la numismática moldea imperios y culturas

Cada moneda cuenta una historia: quién gobernaba, qué lengua se hablaba, cuáles eran los dioses, qué símbolos unían a un pueblo. Según la arqueóloga Carmen Alfaro, «la moneda es una miniatura de poder»

Una moneda bajo la tierra dormida de siglos, entre piedras anónimas y capas de polvo milenario, aparece de pronto. Un pequeño disco metálico perdido, gastado, oxidado, con un rostro casi borrado y una inscripción enigmática. Para un arqueólogo, ese hallazgo es como encender una antorcha en la oscuridad del tiempo. Donde hay moneda, hubo civilización.

Desde hace siglos, la numismática —el estudio de las monedas— ha sido algo más que una afición de coleccionistas. Es una ciencia auxiliar de la historia, una herramienta arqueológica de primer orden. Cada moneda cuenta una historia: quién gobernaba, qué lengua se hablaba, cuáles eran los dioses, qué símbolos unían a un pueblo. Según la arqueóloga Carmen Alfaro, «la moneda es una miniatura de poder».

Rastros de imperios en el polvo

En 1992, un granjero británico llamado Peter Whatling perdió su martillo en un campo de Suffolk. Su amigo, aficionado al detector de metales, le ayudó a buscarlo. En lugar de la herramienta, encontró uno de los mayores tesoros romanos jamás hallados en el Reino Unido. El tesoro de Hoxne se compone de más de quince mil monedas de oro y plata, que habían sido cuidadosamente enterradas en una caja de madera. No había ruinas en las inmediaciones, ni templos, ni inscripciones. Pero las monedas bastaron para declarar: en ese mismo lugar, pero hacía siglos, hubo una población con riqueza y vínculos con el Imperio romano.

Tesoro de Hoxne. Monedas romanas

Aquel granjero no ha sido el único al que algo así le ha sucedido. En las regiones más orientales de Asia, tumbas chinas del siglo VII escondían monedas del Imperio persa sasánida. No eran utilizadas como moneda corriente, sino como objetos de prestigio, probablemente diplomáticos o rituales. Su sola presencia en esos enterramientos permite trazar líneas invisibles entre dos mundos que se creían separados: Persia y China. Algo similar ocurre con las monedas griegas halladas en Asia Central. En los yacimientos de Bactria —norte del actual Afganistán— y la antigua Sogdiana —una zona que ocupa buena parte de lo que hoy es Tayikistán y Uzbekistán—, lo que parecen simples monedas de plata revelan el paso de Alejandro Magno y, con él, la huella helenística que impregnó lenguas y ciudades durante siglos.

En muchas ocasiones, estas monedas halladas en contextos inesperados han sido clave para revisar las rutas comerciales de la Antigüedad. En la actual Ucrania, por ejemplo, se han encontrado denarios romanos del siglo I en asentamientos escitas, lo que indica no solo comercio, sino contactos más profundos entre los mundos romano y nómada. Cada hallazgo añade una pieza al puzle de las migraciones, las alianzas y los conflictos del pasado.

También en el África subsahariana se han hallado monedas islámicas medievales, como los dinares de oro de la dinastía fatimí, en zonas del Sahel. Estas, lejos de los grandes centros de poder islámico, son testimonio de las redes de comercio transahariano y del impacto de la expansión del islam en lugares como Ghana o Mali, siglos antes de la colonización europea.

España: cuando las monedas hablan

La historia de la península ibérica ha sido, en parte, reconstruida gracias a las monedas. Estos hallazgos han permitido identificar ciudades perdidas o confirmar la existencia de alianzas políticas con Roma mucho antes de la conquista militar. En Tarragona, durante los años sesenta, un niño encontró una moneda visigoda mientras jugaba cerca de unas ruinas. Aquel hallazgo casual llevó a una excavación que descubrió un cementerio cristiano del siglo VII.

Una sola moneda desencadenó la relectura de toda una etapa histórica. Estas piezas actúan así como «documento histórico en metal», según explica el historiador Luis Amela Valverde en Numismática: historia, ciencia y arte de la moneda. Permiten fechar estratos arqueológicos, confirmar presencias culturales y reconstruir rutas comerciales o centros de poder. Allí donde no queda arquitectura ni escritura, la moneda se convierte en la última palabra de una civilización.

Las monedas ibéricas también han sido esenciales para conocer la resistencia y adaptación de los pueblos prerromanos. Las emisiones de ciudades como Sekaisa (Calatayud), Arse (Sagunto) o Bolskan (Huesca) no solo muestran una economía activa, sino también una identidad cultural que resistió durante décadas a la asimilación romana. A través de sus iconografías —caballos, guerreros, espigas, toros— y de sus inscripciones en alfabeto ibérico, estas piezas son una afirmación de autonomía y memoria.

Durante la Edad Media, las acuñaciones de los reinos cristianos y musulmanes coexistieron en la península, revelando tensiones políticas, pero también simbiosis cultural. En algunas monedas andalusíes se incorporan motivos cristianos para facilitar el comercio con territorios del norte, lo que demuestra hasta qué punto el dinero era también una herramienta de entendimiento.

Más allá del dinero

El poder simbólico de la moneda va más allá de su uso económico. Según la antropóloga Sarah Croucher, editora del libro The Archaeology of Money, en muchas culturas antiguas las monedas eran empleadas como amuletos, objetos funerarios o signos de prestigio. A veces, eran enterradas no para ser gastadas, sino para proteger, señalar o recordar.

En el cine, este poder casi mágico de la moneda también ha sido captado. En Indiana Jones y la última cruzada, una moneda medieval hallada en una catacumba es la clave que desvela un mapa oculto. La ficción no exagera tanto: muchos arqueólogos reales han seguido el rastro de monedas hasta descubrir templos, palacios o rutas comerciales desaparecidas.

Algunas monedas han llegado incluso a encender debates teológicos e ideológicos. En el mundo bizantino, por ejemplo, las primeras representaciones de Cristo en monedas suscitaron intensos debates sobre iconografía sagrada. Lo mismo ocurrió en el mundo islámico, donde las emisiones de moneda reflejaron las tensiones entre califas omeyas y abasíes, entre tradición tribal y nueva ortodoxia religiosa.

Una civilización en miniatura

Acuñar moneda ha sido, históricamente, un acto de soberanía y poder, además del que ofrece su intercambio. Desde las polis griegas hasta los reyes visigodos o los emperadores romanos, emitir metálico con su efigie era declarar autoridad, territorio y legitimidad. «La moneda fue el lenguaje de los reinos, el espejo del poder», escribe el historiador Fernando Bouza en su Historia del dinero.

Las monedas hablan el idioma de su época. En tiempos de guerra, muestran fortalezas, armas o héroes; en tiempos de paz, representan cosechas, deidades protectoras o símbolos de prosperidad. Algunas monedas fueron diseñadas para difundir un mensaje ideológico: la paz romana, la unidad imperial, la victoria sobre los enemigos. Cada reverso era una declaración pública.

Por eso, cuando un arqueólogo encuentra una moneda en mitad de un campo, no encuentra solo un trozo de metal. Encuentra un nombre, un rostro, una cultura. Encuentra un pueblo que creyó en algo, que organizó su vida, que dejó rastro. La moneda —aparentemente insignificante— es, en realidad, la firma de una civilización.

[Artículo publicado originalmente en la revista la Antorcha, de la Asociación Católica de Propagandistas]