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Juan Rodríguez Garat Almirante (R)

La Marina rusa en la guerra de Ucrania

Cuando sientan que la posición española ante la guerra no debe definirse de acuerdo con lo que creamos justo, sino con lo que creamos seguro, entonces, piensen en el hundimiento del Moskva

Nadie puede decir que la Marina de Guerra rusa –que no la Armada, que esa es por derecho propio la de España o, añadiéndole los apellidos adecuados, las creadas a semejanza de la nuestra en ciertas naciones hispanoamericanas– se esté cubriendo de gloria en la guerra de Ucrania.
No es que haya sido una sorpresa. La fuerza naval tiene como elemento diferencial su capacidad expedicionaria, que le permite realizar operaciones muy lejos de las bases de partida. Así está concebida la Marina de los EE.UU., cuyos enormes portaaviones y buques anfibios no se han construido para dominar la mar, sino para proyectar el poder naval sobre tierra. Pero no es este el caso de la Marina rusa.

La herencia estratégica

Imagine el lector una hipotética guerra convencional entre la Alianza Atlántica y el desaparecido Pacto de Varsovia. En los planes de operaciones aliados, los portaviones norteamericanos estaban llamados a combatir en los dos flancos del frente europeo –Mediterráneo y mar del Norte– compensando en parte la inferioridad numérica de las divisiones de la OTAN desplegadas en Alemania.
En este escenario, y dentro de los papeles estratégicos que a cada potencia le tocaba jugar, la URSS habría apostado por un concepto de operaciones que, en la mar, sería predominantemente defensivo. Sus unidades –un gran número de submarinos nucleares y convencionales, aviación naval de gran radio de acción basada en tierra y buques lanzamisiles de todos los tamaños– tendrían como principal objetivo la destrucción de los portaaviones norteamericanos y el ataque al tráfico militar que tendría que atravesar el Atlántico para llevar a Europa las divisiones de los EE.UU. que serían necesarias para reforzar el frente central.
De todo esto, es verdad, hace ya mucho tiempo. Afortunadamente, el miedo a que el bando derrotado, fuera cual fuera, recurriera a sus armas nucleares y convirtiera la Tercera Guerra Mundial en la última de la humanidad impidió que ambos conceptos operativos, a menudo comparados sobre el papel, fueran puestos a prueba sobre la mar.

La URSS habría apostado por un concepto de operaciones que, en la mar, sería predominantemente defensivo

Aunque no podemos estar seguros de los resultados de esa guerra que nunca ocurrió, lo que sí sabemos es que ambas marinas, la norteamericana y la rusa, son herederas de ese pasado. El ADN soviético es un pesado lastre que, en la guerra de Ucrania, dejó descolocadas a las fuerzas navales de Putin: no tenían enemigo al que combatir en la mar ni disponían de las capacidades aeronavales o anfibias que son necesarias para influir decisivamente en la situación en tierra.
Ha sido este un grave error que, por cierto, los españoles no deberíamos olvidar a la hora de tomar decisiones sobre el futuro del ala fija de la Armada, la renovación del material de la Infantería de Marina más antigua del mundo o la adquisición de misiles adecuados para los nuevos –y demasiado escasos– submarinos.

El escenario

Tampoco el escenario geográfico ayudó a la Marina de Putin. Inevitablemente, la fuerza naval pierde parte de su valor cuando las naciones en conflicto comparten una inmensa frontera terrestre. En esas condiciones, las marinas de guerra suelen adquirir un papel secundario, en los flancos del campo de batalla decisivo.
En una situación parecida se encontraron los mandos de la Armada que combatieron en ambos bandos de la Guerra Civil española. Si hubiera que resumir la campaña marítima de esta guerra, podría usarse una sola palabra: bloqueo. Siendo España una península y estando cerrada la frontera francesa durante largos períodos, solo por mar podía llegar el armamento ruso comprado por la República o el que Alemania e Italia enviaban a la España de Franco. El dominio del mar era importante, y por él se enfrentaron, con el mismo valor pero distinta suerte, los españoles de ambos lados de la historia.
Ucrania, sin embargo, no es una península. Bien comunicada con Europa, solo está bañada por el mar Negro, un mar casi cerrado con los accesos firmemente controlados por el Estado turco. El bloqueo de los cereales ucranianos, del que Rusia culpó falsamente a las minas sembradas por Ucrania –falsedad que se demuestra porque ahora exige concesiones para permitir el tráfico– puede ser importante para el mundo, pero no lo es para el resultado de la guerra.

La tecnología

¿Qué más podría haber hecho la Marina de Putin para explotar su dominio indisputado del mar Negro? De nuevo nuestra Guerra Civil nos muestra a los buques de guerra tratando ocasionalmente de tomar parte en los combates en tierra, bombardeando posiciones enemigas próximas a la costa. Pero trasladar esa realidad al mundo actual no resulta sencillo. El litoral se ha convertido en un escenario muy peligroso para los buques de superficie y la tecnología necesaria para sobrevivir en él –como demuestra el hundimiento del Moskva– no está al alcance de la Rusia de hoy.
Si el lector me permite aburrirle con mis recuerdos, en 2008 tuve la ocasión de visitar en Baltisk, base de la flota rusa del Báltico, un destructor de la clase de Sovremenny, presentado por la propaganda rusa –y por la inteligencia militar norteamericana, siempre dispuesta a exagerar la amenaza para conseguir incrementos presupuestarios– como un buque equivalente a nuestras soberbias fragatas de la clase Álvaro de Bazán. Lo cierto es que aquél «moderno» destructor recordaba mucho más a las fragatas de la clase Baleares, construidas 30 años antes con electrónica analógica, que en esa fecha habían sido ya dadas de baja en la Armada.
No se trata solo de tecnología. El adiestramiento de las dotaciones es caro y Rusia ha pasado muchos años de apuros económicos en los que el presupuesto de defensa no daba ni para desguazar los más viejos de los submarinos nucleares heredados de la URSS. En 2008, los buques rusos salían poco a la mar. Y no deben haber estado mucho mejor en 2022, porque un buque de las dimensiones del Moskva, con una dotación bien adiestrada, no debería hundirse por el impacto de dos misiles, ya sean Neptune fabricados en Ucrania, en la versión de Kiev, o Harpoon donados por algún país occidental como creen la mayoría de los analistas. Yo, por lo menos, sentí que se me quitaba un peso de encima cuando Putin, que en aquella fase de la guerra tenía motivos para quejarse de lo ocurrido en aguas internacionales, escogió la versión de que el viejo crucero se había hundido solo.

No se trata solo de tecnología. El adiestramiento de las dotaciones es caro y Rusia ha pasado muchos años de apuros económicos

Privada de la posibilidad de acercarse a la costa ucraniana, que un año después está bien defendida desde tierra por los numerosos misiles antibuque cedidos por Occidente, la flota rusa del mar Negro no puede llevar a cabo ninguna operación anfibia de cierta entidad. Ni siquiera puede presentar una amenaza suficientemente creíble para retener unidades del Ejército ucraniano en el área de Odesa, algo que sí lograron los marines norteamericanos en la Primera Guerra del Golfo con las tropas de Saddam Hussein.

El bombardeo de costa

Es cierto que, como suele decirse, cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Las nuevas tecnologías, que impiden a los barcos rusos acercarse a tierra, les permiten batir posiciones enemigas desde mucho más lejos de lo que lo hizo Méndez Núñez en El Callao. En el duelo artillero clásico, la desventaja natural de la madera de los buques frente a la piedra de los fuertes fue lo que convirtió en heroica la gesta de aquel almirante que prefería honra sin barcos que barcos sin honra.
No están los tiempos para esas elecciones, que tampoco son necesarias porque los lanzamientos de misiles Kalibr desde la mar, sobre posiciones geográficas fijas, pueden hacerse desde distancias en las que los buques –plataformas móviles que es necesario detectar para devolver el fuego– no corren riesgo alguno.
Una pena, eso sí, que los marinos rusos tengan órdenes de lanzar sus misiles contra las ciudades ucranianas en lugar de atacar objetivos militares en el frente. No descarto que algunos de ellos, como el propio Méndez Núñez después de bombardear Valparaíso, sientan el íntimo deseo de lavar su honor combatiendo al enemigo en un duelo más noble… pero así son las cosas en la guerra de Putin.

Las operaciones de información

Quienes siguen con interés los asuntos militares no dejarán de reparar en que, además de en la mar, la fuerza naval tiene un importante papel en el dominio de la información. Cuando se desata una crisis en casi cualquier lugar del planeta, la pronta llegada a la zona de un portaaviones norteamericano no solo le da a los EE.UU. opciones tácticas militares; también asegura su presencia en los telediarios.
En Ucrania, como en cualquier conflicto moderno, a la guerra real, sobre el terreno, se superpone una campaña paralela en el espacio informativo que, desde la perspectiva de Putin, tiene por finalidad dar moral al pueblo ruso, privar de esperanza al ucraniano y acobardar a los ciudadanos de las potencias que apoyan a la nación invadida. A estos objetivos contribuye la fuerza naval, que aprovecha la libertad de los mares para programar despliegues como el del submarino Belgorod, largos cruceros como el de la fragata Almirante Gorshkov o ejercicios de lanzamiento de armas como los recientemente efectuados por la flota rusa del Pacífico en el mar del Japón.
Para que estos despliegues sean útiles para Rusia, Putin necesita la complicidad de los medios occidentales. Y, una y otra vez, caemos en la trampa. Pongamos pues las cosas en su sitio: el Belgorod no es el arma definitiva que acabará con Occidente. La Almirante Gorshkov es una fragata pequeña que quizá pueda lanzar misiles hipersónicos, pero sigue siendo muy inferior a nuestros buques de la clase Álvaro de Bazán.
Por último, y aunque suene equívoco en los titulares, el mar del Japón no es del Japón. Se llama así a la extensión marítima que separa las islas japonesas del continente asiático. Podría también haberse llamado mar de Rusia oriental.

Para que estos despliegues sean útiles para Rusia, Putin necesita la complicidad de los medios occidentales

Estén o no relacionados con la visita del primer ministro japonés a Kiev o con la vieja disputa sobre las Kuriles, los recientes ejercicios navales de la flota del Pacífico no son excepcionales ni intimidatorios. Rusia tiene todo el derecho a probar sus viejos misiles Sunburn en ese mar porque, entre otras cosas, es allí donde está su base principal en la zona, la de Vladivostok.
En tiempos de conflicto es muy difícil evitar los titulares espectaculares que desea el Kremlin. Pero recomiendo a los lectores impresionables que cuando lean noticias así; cuando oigan hablar en los telediarios de armas del fin del mundo, misiles apocalípticos o torpedos del Armagedón; cuando sientan que la posición española ante la guerra no debe definirse de acuerdo con lo que creamos justo, sino con lo que creamos seguro… entonces, piensen en el Moskva. Quizá el recuerdo de este desafortunado buque les permita valorar mejor lo que cabe esperar de la Marina rusa.