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16 de junio de 2024

María Solano Altaba
AnálisisMaría Solano Altaba

Guía rápida para entender lo que pasa en Irán

El poder del presidente iraní es relativo, mucho menor que el de cualquier otro líder de una república occidental y queda siempre supeditado a las decisiones de los líderes religiosos

Actualizada 08:28

Guardias de honor llevando el ataúd del difunto presidente de Irán, Ebrahim Raisí, en Tabriz

Guardias de honor llevando el ataúd del difunto presidente de Irán, Ebrahim Raisí, en TabrizAFP

Las incógnitas que se abren tras la muerte del presidente de la República Islámica de Irán, Ebrahim Raisí, en un accidente de helicóptero no se comprenden fácilmente desde nuestra perspectiva porque la política se mezcla con la religión y con la geoestrategia constantemente.

No hay presidente, pero no es tan relevante. Irán es una república, pero no una al uso porque su carácter teocrático da un poder al ayatolá que va más allá de lo estrictamente religioso. El poder del presidente es relativo, mucho menor que el de cualquier presidente de una república occidental y queda siempre supeditado a las decisiones de los líderes religiosos.

El presidente es la voz del Consejo de Guardianes. El fallecido Raisí, elegido en 2021 en un proceso democrático con tan baja participación que resulta poco representativo, había llegado hasta el cartel electoral tras una durísima criba de candidatos donde cerca de seiscientos se quedaron en el camino hacia la presidencia y solo los tres aceptados por el Consejo de Guardianes se enfrentaron en las urnas. Se elegía entre los ya elegidos. En unas próximas elecciones pasará lo mismo.

El problema de Irán es que cualquier cambio puede ser a peor

De teocracia a dictadura militar. El problema de Irán es que cualquier cambio puede ser a peor. De hecho, es poco probable que la actual inestabilidad provocara una transformación hacia una democracia, sino que sería la oportunidad para las Fuerzas Revolucionarias para tomar el control político y establecer una dictadura militar.

No a todo el mundo le va tan mal. Aunque, minutos después de que se conociera la noticia de la muerta de Raisí, las redes sociales se llenaron de hashtags de felicitación y vídeos de fuegos artificiales desde las azoteas, también fueron muchos iraníes los que salieron a rezar en las calles. No podemos pensar en Irán como una empobrecida dictadura comunista, porque aunque es dictatorial en lo religioso, no tiene problema alguno en que sus ciudadanos prosperen económicamente. Y hay una parte de la población que prefiere quedarse como está ganando todo lo que gana. El país está lleno de ricos. Y de pobres.

Efectivos militares bajo mínimos. Aunque el imaginario colectivo sigue temiendo a Irán como potencia militar y a pesar de los muchos esfuerzos por convencer del músculo armamentístico de cara al exterior y de los cíclicos rumores sobre la capacidad iraní de enriquecer uranio para uso militar, lo cierto es que años de guerras y de sanciones económicas han dejado su equipamiento obsoleto. De hecho, no ha extrañado demasiado que el helicóptero en el que viajaba el presidente sufriera un accidente por falta de piezas para su adecuado mantenimiento.

Fallos de seguridad. Es muy improbable que en un Estado con tan poca transparencia como el iraní no se lleguen a conocer las causas concretas por las que el helicóptero en el que viajaba Raisí se estrelló en las montañas. Pero si hubiera sido un ataque extranjero o un sabotaje ya sea interno o externo (la lista de enemigos que acrisola el régimen no es pequeña), nunca van a reconocer su debilidad.

Grupos armados y terroristas que se quedan huérfanos. Se ha especulado mucho estos días sobre la posibilidad de que la muerte del presidente iraní desestabilice una región que está viviendo constantes brotes de violencia. Lo cierto es que si se produce esa desestabilización perjudicará especialmente a los grupos a los que el régimen iraní ha dado tradicionalmente cobertura, como Hamás, en Palestina, Hezbolá, en el Líbano, o los hutíes, en Yemen. En ese sentido, la balanza se puede decantar en contra de estos grupos involucrados en los conflictos que están poniendo en jaque la región.

La batalla para suceder al ayatolá Jamanei. La vida del líder supremo es todo un misterio y no son infrecuentes los rumores sobre su estado de salud, verosímiles sobre un anciano de 85 años. Nadie sabe a ciencia cierta si es él el que está tomando las decisiones o las deja en manos de su cámara más cercana. El presidente ahora fallecido era uno de los nombres que sonaban en las quinielas de la sucesión. Ahora habrá movimientos internos para tomar nuevas posiciones. Otro frente de inestabilidad que podría complicar aún más el futuro del país.

  • María Solano Altaba es profesora de la Universidad CEU San Pablo y periodista
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