
Bashar Al Asad ha sido el presidente de Siria desde el 2000
Perfil
Bashar Al Asad, el tímido oftalmólogo que acabó convertido en un sanguinario dictador
Tras más de 24 años en el poder, Bashar al-Asad ha huido esta madrugada de Damasco, la capital de Siria, forzado por el colapso de su régimen tras el fugaz avance de las tropas de los insurgentes. Su repentina caída, promovida por el debilitamiento de sus apoyos, ha sido tan inesperada como lo fue su ascenso al poder. Un hombre destinado a la alta sociedad, a las intrigas de palacio, que acabó convertido en uno de los rostros de la represión. Un hombre, otro más, consumido por el poder.
Nacido en 1965 en Damasco, Bashar al-Asad creció como el hijo reservado de Hafez al-Asad, el arquitecto de la Siria moderna autoritaria. Formado inicialmente como médico, Bashar parecía destinado a una vida lejos de las intrigas del poder. Su carácter apacible y su inclinación por los estudios de oftalmología en Londres le valieron la reputación de ser un hombre más interesado en la ciencia que en la política. Incluso fue descrito por sus contemporáneos como el geek de la familia, más cómodo frente a un ordenador que orquestando intrigas políticas.
Sin embargo, en 1994, la muerte de su hermano mayor, Basel, en un accidente automovilístico cambió el rumbo de su vida. Llamado de regreso a Siria, Bashar fue sometido a una acelerada formación política y militar para asumir el papel de heredero. A los 34 años, tras la muerte de Hafez en el año 2000, ascendió al poder, respaldado por un referéndum que consolidó la continuidad del régimen familiar.
De la esperanza a la represión
El inicio del mandato de Bashar estuvo marcado por un optimismo cauteloso. Occidente, deslumbrado por su educación europea y su matrimonio con Asma al-Asad, una banquera de ascendencia siria nacida en Londres, lo percibió como un reformista potencial. Bashar fue recibido en Londres con todos los honores en 2002, incluyendo una audiencia con la reina Isabel II. Sin embargo, esta imagen de modernidad pronto se desmoronó.

bashar Al Asad junto a su esposa, Asma, y su hijo Hazef
A pesar de algunas reformas iniciales, como la apertura de internet y la liberalización económica parcial, Bashar rápidamente consolidó el control autoritario que heredó. La «Primavera de Damasco», un breve período de debate político y cultural, fue sofocada con arrestos y represión. Los intentos de liberalización se redujeron a una fachada, mientras el régimen profundizaba en la corrupción y el nepotismo.
El punto de no retorno llegó en 2011 con la «Primavera Árabe». Mientras otras dictaduras caían en la región, Bashar respondió a las protestas pacíficas en Siria con una brutal represión, iniciando una guerra civil que fragmentó al país. Durante más de una década, el régimen de Asad recurrió a tácticas devastadoras: bombardeos indiscriminados, ejecuciones masivas y el uso de armas químicas. Episodios como el ataque con gas sarín en Ghouta, que mató a cientos de civiles en 2013, marcaron a Bashar como un líder despiadado dispuesto a todo por conservar el poder.
Con el apoyo crucial de Rusia e Irán, Asad logró mantenerse en el poder mucho más tiempo del que muchos predijeron. Moscú proporcionó cobertura aérea y apoyo militar estratégico, mientras que Teherán movilizó milicias chiíes desde Irak y Líbano. Sin embargo, este respaldo tuvo un alto costo para la soberanía siria y agravó las divisiones sectarias en el país.

Bashar Al-Asad ha huido de Damasco
En 2024, tras años de sanciones internacionales y una economía en colapso, la debilidad del régimen quedó al descubierto. Con Rusia empantanada en Ucrania e Irán enfrentando tensiones internas y externas, las fuerzas de Bashar no pudieron resistir la ofensiva liderada por el Organismo de Liberación del Levante (HTS) y otras facciones insurgentes. La toma de Damasco supone el golpe final a su régimen. Bashar al-Asad, que durante años había proyectado la imagen de un líder inamovible, huyó en un avión a un destino desconocido.
La historia de Bashar al-Asad encapsula las tensiones de Oriente Medio en las últimas décadas: el enfrentamiento entre modernidad y autoritarismo, las rivalidades sectarias y la injerencia de potencias extranjeras. Su régimen dejó a Siria devastada: más de medio millón de muertos, millones de desplazados y una infraestructura nacional prácticamente destruida.
Aunque su paradero es incierto, su legado es ineludible. En su caída, Bashar al-Asad deja tras de sí no solo el colapso de un régimen, sino también un recordatorio de cómo el poder absoluto puede convertir a un hombre tranquilo en un tirano implacable. Su figura se sumará al panteón de dictadores que, como Saddam Hussein o Muamar Gadafi, definieron una era de represión en el mundo árabe.