
El opositor cubano José Daniel Ferrer
Así liberaron al cubano José Daniel Ferrer: resistencia y forcejeo ideológico con sus represores
José Daniel Ferrer ya barruntaba que algo iba a pasar cuando vio los comunicados que el régimen, a través de su Ministerio de Relaciones Exteriores, publicaba por la televisión nacional. Dos comunicados bastante confusos. Eso le dio la noción de que, con la proximidad de la nueva administración estadounidense, el régimen iba a tratar de que le viesen menos hostil.
En la mañana del jueves 16 de enero, una de sus escasas fuentes le habló de que algo raro «va a pasar y se habla de que te van a liberar porque esto [el centro penitenciario] está lleno de jefes de la provincia».
Sobre las 10:30, un agente de la Policía Política, de nombre Julio Fonseca, llegó, y le dijo: «Buenos días, Daniel. Mira, vine a avisarte que necesitamos que te pongas ropa». El opositor estaba en shorts y chanclas.
Fonseca le indico a continuación que acudiera al lugar de las visitas familiares, «porque hay un equipo legal que quiere hablar contigo». Pero él no tenía ninguna intención ni deseo de hablar con ningún equipo legal, porque son simples instrumentos de la tiranía y de su «legalidad».
Fonseca le replica que «sí, pero mira, el equipo legal habla de tu libertad y de cómo va a ser tu libertad, te dan un documento y te vas a casa». Ferrer no quiere que nadie le dé ningún sermón. Y le añade que si vienen con algún tipo de cuestionamiento o imposición, le va a decir las cuatro verdades allí, empezando por la de que ellos no son para nada jueces ni tienen que ver nada con la legalidad o la justicia. Son instrumento de una tiranía y nada más.
«Él me dijo bueno, bueno, déjame consultarlo. No pasaron ni cinco minutos y vino un teniente coronel, jefe de lo que llaman «orden interior en la prisión», llamado José Antonio Ortiz, un represor de vieja trayectoria, un individuo muy inhumano pero que lo habían convertido desde que Ferrer fue encarcelado en el «diplomático» más dado a evitar discusiones con él. Si le podían golpear, podía pasar lo que pasase, que él nunca agredía al opositor. Ese día, su tono también era conciliador. Le insiste en que le acompañe. Ferrer asiente. Llegamos a un local con una especie de presidencia con un teniente coronel de la parte legal del Ministerio del Interior y dos jueces, uno jefe de una sala del Tribunal Provincial de Santiago de Cuba.
Tres individuos. Están en una especie de mesa presidencial y a la derecha de Ferrer hay tres hombres, y tres más en la puerta. Se quedan parados tres o cuatro más y entra. Le invitan a sentarse y antes de que le concedan la palabra les espeta que es una nueva farsa judicial. El teniente coronel dice: «No, es un trámite legal que tenemos que hacer. Siéntese». Esta vez se sienta. Entonces le dicen quiénes eran los dos jueces. Los oficiales del Ministerio del Interior estaban en calidad de testigos.
Le empiezan a hablar de que gracias a la generosidad del gobierno revolucionario le iba a ser concedida la libertad condicional. Ferrer le interrumpe de inmediato: no acepta libertad condicional. A él se le libera completamente. Incluso deberían pedirle disculpas por lo que considera un secuestro. Han tratado de eliminarle, de quebrantarle física y psíquicamente. Ferrer entiende que nunca delinquió.

José Daniel Ferrer, expreso político cubano
De ahí que prefiera seguir en prisión hasta que caiga la dictadura. Los represores reaccionan señalando que le notificaban que la libertad condicional se iba a ejecutar de inmediato y que, si no aceptaba los términos, automáticamente ellos le iban a advertir y pasan a advertirme. No tanto de la negativa a cumplir con los requisitos de la libertad condicional que le obliga a comparecer periódicamente ante un tribunal y a no hacer activismo, sino a amenazarle con un nuevo proceso si violaba la libertad condicional aun cuando ya hubiese expirado, el 4 de julio, la sanción que estaba cumpliendo.
Sigue el forcejeo. Ferrer alega que no va a aceptar que le amenacen. Incluso se permite recordarles que, si continuaban violando los derechos de los cubanos en un futuro no muy lejano, ellos iban a enfrentar un tribunal imparcial, y que serían juzgados y condenados con todas las garantías procesales. Cuando Cuba sea democrática, obviamente. Que ellos no iban a discutir de ideología, que no había ningún campo de concentración en Cuba, que eso era mentira mía, que en la prisión cubana se le daba un trato muy humano a los presos, que tenían la adecuada alimentación y atención médica. Un chiste de muy mal gusto.
En ese momento, Ferrer se acuerda de la cantidad de presos desnutridos con sarna, constantemente golpeados, a los que crucifican pasándoles a la reja y poniéndolos en punta de pie durante ocho u doce horas. Parece que se lo inventa.
Ferrer empieza a ceder. El «diplomático» ordena: «Sáquenlo de aquí». Le expulsan de allí. «Usted va a salir de aquí y va para su casa, quiera o no quiera. Les replica que qué prisa tienen, que en Estados Unidos asumen Donald Trump y Marco Rubio. Los represores insisten en que no hablan de términos ideológicos. Ferrer: «A ustedes también les conviene la democracia».
Por fin sale. Al acercarse a su celda, un guardia le dice: «Irá tu familia afuera». Ferrer ya solo quiere recuperar sus pertenencias: sus libros, su libreta, sus apuntes, sus versos, sus fotos familiares, su cepillo de dientes y sus botas que tenía allí para correr. También ha usado dos pares de gafas. Las recupera.
Llega el tiempo de la ironía. En un momento le dice al teniente coronel: «Oye, tú sabes que si me hubiesen premiado con el Premio Sájarov yo te hubiese regalado un auto para que no tengas que ir al trabajo con el transporte público. Pero se lo dieron a Edmundo González y a María Corina Machado, así que no te puedo regalar ningún medio de transporte». Respuesta burlona del represor: «Ah, no ganaste».
Este intercambio no es óbice para que Ferrer piense que los venezolanos tienen bien merecido el galardón. Por fin, Ferrer avista a su familia. Se olvida de sus represores. «Así, cuando me acerco a mi familia, me olvido de ellos», que le despiden dándole la mano. Ferrer les saluda y les avisa de que pronto puede ser que vuelva, «así que guárdenme mi celda». Se ríen. Ferrer ya es libre.