Mil disfraces de la tiranía
Lo que parece claro es que cada vez son más en la CDU los que saben que Alemania ya no aguantará otro intento de supervivencia por el camino del cadalso que es el abrazo letal con la socialdemocracia menguante
Europa se halla en estado de alarma, no declarado por nadie, pero tan asumido por tantos que da pie a operaciones políticas extraordinarias por su irregularidad, por su osadía y por los inmensos peligros que muchas de ellas conllevan. El pulso entre las mayorías socialdemócratas de los dos partidos tradicionales con las crecientes fuerzas de la nueva derecha ha entrado en una fase muy virulenta y agria. Los primeros, muy asustados por la tendencia que las elecciones marcan, han decidido que todo vale. Con el debate político perdido, los partidos de la izquierda que se ven amenazados y como grandes perdedores pretenden recurrir a métodos extrapolíticos para frenar a unos adversarios con los que no contaban hace tan solo una década y que ahora les disputan la mayoría y el poder en cada vez más países.
Bajo la protección y la financiación de Bruselas, los partidos populares, socialistas y sus satélites articulan todo tipo de mecanismos extrapolíticos para intentar frenar a la «ultraderecha». Término con el que en realidad se refieren a todos los partidos conservadores y nacionales que no comulgan con la socialdemocracia, con la ingeniería social, con el wokismo y la ideología de género, cambio climático como pretexto para injerencias, controles y recorte de libertades. Los métodos utilizados supuestamente para defender la democracia son mecanismos de la tiranía y acaban con todas las condiciones elementales de una democracia. Bajo la bandera de la democracia surgen mil disfraces distintos para la tiranía que pretenden defender un sistema de ideología única pero ya en naufragio irreversible.
En Polonia, por ejemplo, el partido OP de Donald Tusk, miembro del Partido Popular Europeo, llegado al poder gracias a masivas injerencias de la Comisión Europea y del Gobierno Berlín, se ha aliado con la izquierda para formar un Gobierno antidemocrático, represivo, abusador y absolutamente comparable al Gobierno delincuente y anticonstitucional de Pedro Sánchez con sus socialistas, comunistas y aliados terroristas y golpistas.
En Francia se inhabilita a la favorita para ser presidente convirtiendo en delito para ello lo que para cientos de europarlamentarios en su día fueron solo errores administrativos. En Rumanía le roban directamente la presidencia al que la tenía ganada con el ridículo y falso pretexto, pronto olvidado, de injerencias rusas. Y en unas nuevas elecciones colocan a un perfecto presidente woke que le debe todo a Bruselas como Donald Tusk.
Y en Hungría preparan para las elecciones de abril próximo el enésimo asalto para intentar acabar con Viktor Orbán y poner en su lugar a un títere de Bruselas y de Alemania, como Tusk otra vez, que se llama Peter Magyar y es del Partido Popular, pero gobernaría con socialistas y extrema izquierda. En Austria, Berlín y Bruselas han impedido un Gobierno de derechas liderado por el partido FPÖ pese a que este ganó los comisiones ampliamente y hoy casi dobla al segundo. Desde fuera se impuso un Gobierno del PP con los agonizantes perdedores del Partido Socialista.
No obstante es Alemania, lógicamente, el escenario de algunas de las más relevantes de estas operaciones de bunkerización socialdemócrata y globalista para intentar impedir el cambio de era e ignorar la voluntad popular. Allí pasan cosas inauditas. Es en Berlín donde el último episodio revela la estrategia de la izquierda en toda Europa. Es allí donde diputados del partido tradicional de centroderecha, la CDU, del Partido Popular Europeo, se rebelaron la pasada semana contra un acuerdo de sus jefes con los socialistas para elegir a nuevos magistrados del Tribunal Constitucional. Dicen que lo hicieron porque una candidata izquierdista es insufriblemente radical al pretender el aborto hasta el día del parto.
Pero además de un acto de rebeldía contra el canciller Friedrich Merz por pretender una elección que les es éticamente inasumible, lo que en realidad hicieron es bloquear de momento al menos el asalto al Tribunal Constitucional por una izquierda del SPD cada vez más radicalizada para cimentar por vía expeditiva una ilegalización del partido Alternativa para Alemania (AfD) que ya ha superado con creces el 25 %, en varios estados supera el tercio y en alguno se acerca a la mayoría absoluta.
La AfD, en continuo crecimiento y expansión, es el único socio potencial existente de la CDU para una coalición conservadora y para hacer un cambio real de rumbo, no solo el cosmético actual. Ese cambio radical y el golpe de timón liberador es el que Alemania necesita para salir de la degradación y del hundimiento económico que ha impuesto la ideología roja verde gracias a la complicidad precisamente de la CDU, el partido de Konrad Adenauer, Ludwig Erhard y Helmut Kohl, que bajo la nefasta Angela Merkel se convirtió en otra fuerza socialdemócrata como el SPD, cosechando los votos conservadores para políticas socialdemócratas y ecológicas radicales.
La irrupción de la AfD en el escenario político ha cambiado radicalmente la situación. La lógica impone que cuando fracase este último intento de una coalición entre SPD y CDU con política indistinguible de la de los gobiernos de izquierdas, los cuadros de la CDU opten por romper el cordón sanitario a la AfD. El voto contra la magistrada izquierdista ha sido un conato en este sentido y en contra de un canciller abrazado al SPD. Roto ese antidemocrático veto a una alianza con la AfD, autoimpuesto bajo presión de la izquierda, podrían ir hacia esa gran alianza de la derecha alemana que hoy es ya inmensamente mayoritaria en una coalición CDU –AfD o AfD-CDU. La prohibición de la AfD –que es prácticamente imposible sin un Tribunal Constitucional muy militante de izquierdas–, dejaría a Alemania sin alternativa a gobiernos de una izquierda cada vez más radical, intolerante e irracional. Y la CDU quedaría condenada a ser un partido prisionero o satélite de una sistemática mayoría de izquierdas en un sistema ya socialista. Y una mayoría de la población votante de la AfD o de la alianza con la AfD definitivamente fuera del sistema.
El inaudito levantamiento de los diputados de la CDU en contra del canciller Friedrich Merz al negarse a votar el viernes a la candidata socialista radical Frauke Brosius-Gersdorf ha bloqueado todo ese proceso. Los rebeldes insisten en que se debe a la brutal postura de esta candidata en la cuestión del respeto a la vida porque defiende un derecho al aborto hasta el mismo día del parto. Los diputados de la CDU dijeron que esa postura es incompatible con la posición de su partido cristianodemócrata, pero también de la Constitución que habla de la dignidad absoluta de la vida humana.
El Parlamento alemán, el Bundestag, iba a votar esa renovación parcial del Tribunal Constitucional sin mayor sobresalto. Los candidatos habían sido consensuados en la dirección de la coalición del gobierno federal entre la CDU y el SPD, donde ideológicamente se impone siempre la izquierda. El canciller Merz creía aquella misma mañana del viernes poco más que un trámite que ayudaría a dar al menos apariencia de normalidad a un Gobierno cada vez más impopular que lo único que ha hecho con eficacia es disparar una deuda que hasta hace poco estaba prohibida.
Dejó de estar prohibido el colosal endeudamiento en el que se sumerge el nuevo Gobierno por una maniobra rocambolesca que llevó a hacer votar el necesario cambio constitucional al Parlamento de la legislatura anterior, porque en el nuevo no había mayoría para ello. Todo son maniobras de excepción, rayanas con la ilegalidad e inconstitucionalidad, pero en todo caso plenamente inmersas en la indecencia política. Si en todos los países europeos son alarmantes los niveles de irregularidad que se están imponiendo en las relaciones institucionales y el ejercicio del poder Ejecutivo, en Alemania lo son doblemente porque su rigor y escrúpulo tenía razones muy concretas de marcar una diferencia con pasados tenebrosos. Desde luego lo que se están permitiendo hoy jamás ha sido visto en la política institucional alemana desde la fundación de la RFA sobre las cenizas del nacionalsocialismo.
Como no le dejan hacer pactos con la AfD, la CDU hace mayorías en el otro lado y si es necesario las compra en la extrema izquierda verde y comunista. Para eso también está el presupuesto paralelo que se han organizado en la coalición. Si hay que darles a los Verdes algo se les dan 100.000 millones en transición ecológica que no es más que financiación para la quiebra de la Alemania industrial. O se les concede anclar en la Constitución el disparatado objetivo de la «neutralidad climática», porque para payasadas de esas, los democristianos son tan entusiastas como los socialdemócratas auténticos.
La economía alemana agoniza como con el anterior Gobierno de izquierdas del canciller Olaf Scholz que naufragó estrepitosamente sin terminar la legislatura. Esta semana seis grandes compañías químicas han anunciado cierres de fábricas o traslado a Estados Unidos. Pero da igual porque el problema no es la inmigración que sume en la inseguridad, la zozobra y la ruina a municipios y seguridad social. El problema no es el desmantelamiento industrial, el desastre de la investigación y desarrollo que huye a Estados Unidos y el abandono de la agricultura.
En las fronteras poco o nada ha cambiado con la inmigración que Merz prometió parar en seco antes de las elecciones para desdecirse horas ya en la noche electoral. Y el malestar de la población crece, los dos partidos del Gobierno pierden fuerza en los sondeos y sigue creciendo la AfD, el partido a la derecha de la CDU con el que Merz se niega a formar una coalición que tendría una amplísima mayoría. El Gobierno de Merz se va a hundir más pronto que tarde.
Lo que parece claro es que cada vez son más en la CDU los que saben que Alemania ya no aguantará otro intento de supervivencia por el camino del cadalso que es el abrazo letal con la socialdemocracia menguante. Un socialismo que solo ve su salvación en la prohibición de los partidos de la derecha cada vez más mayoritarios en toda Europa. Una prohibición que les sirva para mantener a los partidos populares rehenes permanentes de su deriva hacia una tiranía que desprecia la voluntad de la mayoría e impide toda posibilidad de cambio. Y es en el cambio radical donde está la única salida hacia una recuperación y reconstrucción que evite el desastre europeo con una Unión Europea presa en un sistema en crisis terminal por su sobredosis de ideología, hiperregulación y falta de libertad que fue impuesta por Alemania a Bruselas y que tiene en Alemania hoy a una de sus principales víctimas.