El Rey Carlos III y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en una ceremonia en el Castillo de Windsor
La diplomacia de Carlos III: 'soft power' al servicio de los intereses británicos
La reciente visita de Estado de Trump al Reino Unido demuestra, una vez más, el uso sutil de la Corona en las relaciones internacionales
El pasado 2 de marzo, domingo –día generalmente no propicio para la actividad diplomática formal–, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensi, apenas tres días después de haber sido humillado públicamente en la Casa Blanca por Donald Trump y su vicepresidente J.D. Vance, fue recibido por el Rey Carlos III. Una manera sutil de confirmar el apoyo del Reino Unido a la causa ucraniana tras el injusto y desmesurado vapuleo de Washington.
El monarca británico podría haberse encontrado con Zelenski en el Palacio de Buckingham, o incluso en el Castillo de Windsor. Sin embargo, eligió como sede del encuentro su residencia privada de Sandringham, en el oeste de Inglaterra. Obviamente, a la salida no hubo comunicados oficiales ni toma de decisiones: no es lo propio de un monarca constitucional.
Lo que es innegable es la enorme carga simbólica de la opción retenida por el sucesor de Isabel II. Es una prueba suplementaria de lo útil que puede resultar para los intereses geoestratégicos de un país –y en el caso de Sandringham, también para reafirmar principios morales– el buen uso internacional de la Corona. Carlos III, que antes de ser Rey efectuó un centenar de viajes oficiales al extranjero, sabe perfectamente lo que significa y cómo ha de gestionarse, desde su peculiar posición, el soft power en el mundo contemporáneo.
El no determina la política exterior del Reino Unido y de los países de la Commonwealth de los que sigue siendo jefe de Estado. Mas puede aportar su toque personal para engrasar la maquinaria diplomática y defender, con más eficacia si cabe, los intereses que representa. Un buen ejemplo vino dado en octubre de 2024, con motivo de su gira por dos grandes realms sobre los que reina, Australia y Nueva Zelanda, y también sobre otros más pequeños: Samoa, las Islas Salomón y Papúa Nueva Guinea.
Como recordaba un informe oficial del Gobierno británico, «el impacto significativo de la modernización militar de China y su creciente asertividad internacional dentro de la región indopacífica y más allá supondrá un riesgo cada vez mayor para los intereses del Reino Unido». Por lo tanto, los lugares de la gira estaban política y meticulosamente estudiados.
Como apuntó entonces la revista especializada Geoestrategy, «el éxito de la República Popular China al firmar un acuerdo de seguridad con las Islas Salomón a principios de este año [2024], así como el éxito de Pekín al atraer a varias naciones insulares del Pacífico a su Iniciativa de la Franja y la Ruta, deberían ser motivo de verdadera alarma en el Reino Unido. Se trata de un desafío geoestratégico para los intereses y la seguridad del Reino Unido y sus socios de Aukus –Australia y Estados Unidos– así como para Nueva Zelanda». Así las cosas, qué mejor que una gira real, con todo su despliegue, para contrarrestar la visita previa de Wang Yi, el jefe de la diplomacia china. El objetivo fue cumplido con creces.
El objetivo, algo distinto, del primer ministro británico, sir Keir Starmer, al insistir en otorgar categoría de visita de Estado –la máxima en relaciones internacionales– al desplazamiento de Trump a Windsor, era celebrar el acuerdo sobre aranceles suscrito la pasada primavera por Londres y Washington: desde el Gobierno británico se temía que la política de America first dañase la relación especial que su país mantiene con Estados Unidos. Es la razón por la que se rompió la regla según la cual ningún presidente, sea cual sea su país, realiza dos visitas de Estado al Reino Unido.
A Carlos III no le quedó más remedio que plegarse a la voluntad de su Gobierno. Pero no había olvidado, como Rey de Canadá, la ofensa de Trump de querer anexionar a su vecino del norte. Por eso respondió en dos tiempos: viajando a Canadá para abrir la nueva legislatura y poniendo sus condiciones a la visita de Trump. Buckingham hizo saber que solo había una fecha posible en otoño, a mediados de septiembre, para no sobrecargar la agenda real. Sin embargo, el Parlamento está de vacaciones en ese momento, lo que en teoría impide a Trump pronunciar un discurso ante los diputados y los pares. Aunque parece que el fasto de Windsor satisfizo el ego del inquilino de la Casa Blanca. Gran arte diplomático. El equipo de Carlos III está encabezado por sir Clive Alderton, diplomático y antiguo embajador del Reino Unido en Marruecos. Nada es casualidad.