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Hasta hace muy poco, éramos una sociedad fanfarrona y prepotente. Nos habían convencido de que podíamos ser eternos. Hasta que apareció un bicho tan pequeño que es invisible a nuestros ojos, y nos colocó contra las cuerdas y evidenció lo muy vulnerables que somos. David ganó a Goliat y la rama del junco puede con la pesada carga de la nevada. El tamaño en este caso no importa. La fortaleza esta más en la humildad y en la inteligencia emocional. En definitiva, solo nos salvamos cuando sabemos adaptarnos. Absténganse grandes, muy grandes o muy inteligentes, el mundo sigue siendo de todos esos que están convencidos de que la aventura de la vida merece ser protagonizada, aunque el equipaje sea prácticamente inexistente. Somos muy frágiles. Extremadamente débiles. La Covid paralizó el mundo, el cambió climático nos demuestra que algo de apariencia tan escuálida como el agua, puede absolutamente con todo. Llueve mucho, como siempre, aunque nosotros ya no tengamos memoria y un pequeño volcán muestra al mundo que nada podemos hacer con la Naturaleza, que sigue estando por encima de nuestra capacidad de inventar e innovar. Lo maravilloso es formar parte de esa gran obra de Dios y reconocernos frágiles, vulnerables y débiles. No hay peor pecado que la soberbia ni mejor metáfora de la condición humana que la fortaleza del agua, a pesar de su apariencia enclenque.