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28 de marzo de 2024

LA EDUCACIÓN EN LA ENCRUCIJADAEUGENIO NASARRE

Los nuevos currículos provocan desolación

Actualizada 09:29

La lectura de los nuevos currículos de la educación secundaria obligatoria (ESO) que ha aprobado el Gobierno provoca desolación. Si llegaran a aplicarse en su integridad, el estrago que causarían en nuestras aulas sería incalculable. En el marco regulador de la ESO generarían no sólo una notable pérdida de calidad de nuestro sistema educativo, sino también un incremento de las desigualdades educativas y, por lo tanto, de la desigualdad social.
Asusta la osadía y arrogancia de los redactores de los currículos y de las normas que los amparan. No hay el menor atisbo de prudencia ante una cuestión tan delicada y trascendente para la vida nacional y su futuro. La ESO es una etapa crucial para la formación de las futuras generaciones. En ella el escolar va forjando su primera madurez, y así va cristalizando su personalidad. En ella se abre al mundo, se formula los primeros interrogantes y adquiere las primeras experiencias conscientes. Debe ser una etapa de ascenso en los saberes y en las virtudes. Debe ser una etapa de búsqueda de la excelencia, en la que se prime el esfuerzo, debidamente compensado. Es la etapa en la que el alumno, debidamente acompañado por su profesor y tutor, debe ir asumiendo el ideal del ¡sapere aude!
El marco de los nuevos currículos contiene ambigüedades, que van a provocar efectos indeseables. Sus autores no quieren que los alumnos repitan curso, lo que cualquier pedagogo puede compartir. Y a este principio subordina los demás. Los profesores harán lo que puedan, con tal de someterse a tal principio. Pero, como no se fijan metas precisas, la tentación de ir reduciendo los contenidos, es decir, empobreciendo la formación, se presentará como la solución inevitable. Este riesgo podría ser remediado si la ley hubiera establecido evaluaciones externas y censales de los centros y de sus alumnos. Pero tales evaluaciones quedan prohibidas. El sistema, así, carecerá de brújula y, ya lo sabemos, cualquier navegación sin brújula camina a la deriva. Se carecerá de instrumentos para ayudar a los centros que más lo necesiten, para corregir lo que funcione mal, para estimular objetivos de excelencia. Lo único que sabremos es que los alumnos adquirirán su título de graduado de la ESO, a los 16 o 17 años, sin poder conocer hasta dónde han llegado en su preparación en las diferentes materias. Me atrevo a señalar que ésta es una carencia muy grave y con consecuencias que pueden ser irreparables.
Claro está, habrá centros (con sus alumnos) que se salvarán. Serán los que denodadamente se propongan procurar la excelencia, promover el esfuerzo, cuidar el conocimiento como el bien más precioso, premiar la dedicación y obtener buenos resultados. Otros centros no lo lograrán. Pero no sabremos a ciencia cierta cuáles serán. Aunque sí tendremos la sospecha (avalada por estudios de incuestionable rigor) que los sectores sociales más desfavorecidos serán las víctimas de esta carencia de brújula. Por eso, este modelo de educación secundaria tendencialmente aumentará las desigualdades sociales, ya que la base formativa en esta fase vital de la persona es determinante para su futuro. El modelo es un flaco servicio que un gobierno socialista hace a las clases trabajadoras. Serán los mismos quienes se desgarrarán las vestiduras, porque se ha ensanchado la «brecha social» en el ámbito educativo. Lo cual provocará el discurso de la libertad como chivo expiatorio. Afortunadamente, la Constitución ampara la libertad y, mientras esté vigente, la libertad no podrá ser extinguida.
Y será la libertad de los docentes, y su deber deontológico, la que podrá salvar el desastre de los currículos que el gobierno ha establecido. Hay en ellos una alarmante devaluación de los conocimientos, por una indigesta concepción de las «competencias», ya que parece habérseles olvidado la regla de oro de que «sin conocimientos no hay competencias». Los currículos carecen de programa en cada materia; son retazos sesgados, a veces incoherentes, con obsesiones recurrentes de lo que impone la tiranía de lo «políticamente correcto», dignos del peor de los arbitrismos. La cultura clásica desaparece del mapa, la ética con vertiente filosófica, también; y respecto a la historia, no hay hechos históricos, ni cronología ni discernimiento ni objetividad en la mirada al pasado.. Desde luego, sus autores han contravenido flagrantemente la seria advertencia de aquel Dictamen sobre la enseñanza de las Humanidades, elaborado por la prestigiosa comisión que presidió el exministro de Educación Ortega y Díaz-Ambrona: «La manipulación o distorsión de los hechos históricos en función de intereses presentes, de posiciones ideológicas o de proyectos colectivos de futuro, representa, en mayor o menor grado, una rechazable mistificación de la historia».
Sí, la libertad de cátedra de los docentes –que la Constitución ampara– será la que salve a sus alumnos de la pobreza y manipulación de los currículos, si su deontología profesional prima sobre cualquier otra consideración. Por el bien de la educación en España estos currículos han de tener una vida efímera.
  • Eugenio Nasarre es exsecretario general de Educación y expresidente de la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados

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