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El observadorFlorentino Portero

La Europa de la defensa

La Unión Europea es hoy el medio para que los europeos afrontemos de la mejor manera posible los retos inherentes a la Revolución Digital, que incluyen la adaptación a un nuevo entorno internacional

Un día sí y otro también encontramos en los medios de comunicación referencias a la necesidad de desarrollar la dimensión militar de la Unión Europea. La referencia resulta cansina por su poco desarrollo. No se trata de que Borrell enfatice más de la cuenta en un discurso, que se podía haber ahorrado si la prudencia fuera una de sus virtudes, sino de entender de qué estamos hablando.
El proceso de integración nació como respuesta al fracaso europeo que llevó a dos guerras mundiales que, en lo fundamental, fueron dos guerras civiles. Europa perdió el liderazgo político y económico que había mantenido durante siglos y, bajo la protección de Estados Unidos, trató de reconstruirse desde nuevos planteamientos. El primer objetivo fue superar el nacionalismo, que había estado en el origen de ambos conflictos. El segundo y complementario crear un tejido industrial conjunto en torno a un mercado común.
Consolidado el proceso, el objetivo pasó a ser el progreso económico, fundamento del «estado de bienestar». Sin pastel no hay nada que repartir. Europa es hoy la región del planeta donde los ciudadanos disfrutan de mayor libertad, justicia social y servicios públicos, resultado de una estrategia de reconstrucción continental.
En la actualidad la Unión Europea ha comenzado a asumir competencias soberanas en el plano económico, lo que en buena lógica debería llevar a una acción exterior común. Sin embargo, lo necesario no siempre es posible. No somos robots regidos por una lógica matemática, sino seres humanos afectados por una compleja red de valores, tradiciones y prejuicios. Eso que los antropólogos llaman «cultura». Puesto que no existe un «pueblo europeo», vieja tesis que en tiempos desarrolló Herrero y Rodríguez de Miñón, tampoco puede haber una cultura política europea. La prudencia, pues, aconseja ir poco a poco en este terreno.
Los europeos entendieron que el compromiso de Estados Unidos en la defensa del Viejo Continente era esencial para garantizar nuestra soberanía frente a la Unión Soviética. Por eso tras firmar los tratados de Dunquerque y Bruselas, ambos limitados al ámbito europeo, se llegó al compromiso recogido en el tratado de Washington, constitutivo de la Alianza Atlántica. Desde entonces el «vínculo atlántico» ha estado en discusión en ambas orillas del océano.
Mientras la Unión Soviética se mantuvo en pie la Alianza resultó indiscutible, a pesar de las tensiones internas derivadas de la poca disposición de los estados europeos a gastar lo que debían en capacidades militares. Tras la descomposición de la Unión Soviética y la aprobación del Tratado de Maastricht comenzó formalmente el debate sobre la dimensión exterior de la Unión Europea, que empezó refiriéndose a los ámbitos diplomáticos y de seguridad para, tiempo después, entrar de lleno en sus dimensiones industrial y militar. Ya no era una opción, sino una creciente necesidad que, como señalé con anterioridad, chocaba con la percepción ciudadana.
La guerra de Ucrania nos ha enfrentado a una realidad compleja. El sueño postmoderno de la paz entendida como derecho consolidado es una sandez que no soporta el contraste con la realidad. La Unión Europea carece de los medios para asumir la competencia de defensa. De tenerla ¿cómo actuaría, si las posiciones nacionales son tan distantes?
Mientras reflexionamos sobre el reparto de competencias entre los estados y la Unión en este terreno, tan característicamente soberano, otra circunstancia surge amenazante. ¿Están los norteamericanos dispuestos a seguir protegiendo Europa? Desde los años de la Administración Bush nos envían periódicamente mensajes sobre la necesidad de que nos tomemos mucho más en serio la defensa. Trump planteó la posibilidad de que Estados Unidos abandonara la Alianza, ante la falta de compromiso de los estados miembros. Con Biden se ha llegado a un principio de acuerdo, recogido en el Concepto Estratégico de Madrid, pero es sólo un punto de partida. En noviembre habrá elecciones en Estados Unidos y es muy probable que los republicanos se hagan con el control del Capitolio. Unos y otros coinciden en que la amenaza mayor es China, pero las coincidencias no son tantas cuando se trata de Rusia y el teatro europeo. Los republicanos están dispuestos a ayudar, porque son muy conscientes del desastre que supondría una quiebra del teatro europeo, pero no a cualquier precio.
La defensa europea está pasando de ser un ideal, primero, y algo conveniente y coherente, después, a convertirse en una necesidad. No sólo por la dinámica interna del proceso de convergencia, sino también por efecto de la nueva posición internacional de Estados Unidos. Tras el final de la Guerra Fría, Europa ha dejado de ser el teatro central de la política internacional en beneficio del espacio indo-pacífico y es allí donde los legisladores norteamericanos quieren concentrar su atención.
La Unión Europea es hoy el medio para que los europeos afrontemos de la mejor manera posible los retos inherentes a la Revolución Digital, que incluyen la adaptación a un nuevo entorno internacional. Disponemos del medio y comprendemos el marco en el que nos encontramos, pero eso no es suficiente. Nos debatimos entre avanzar hacia la consolidación de una visión común o huir hacia el nacionalismo, causa principal de nuestra decadencia.