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Desde la almenaAna Samboal

La censura de la casta

Tanto ha cambiado el paisaje en apenas una década, que Bildu y Podemos se han convertido en la casta. Esa casta dominante que Pablo Iglesias no se cansó de denunciar cuando eran otros los que, a su juicio interesado, la encarnaban

Recuerdan los que vivieron los años de plomo en el País Vasco que no se hablaba de política en los bares o lugares públicos. Tampoco lo hacían la mayoría en la intimidad del hogar. Siempre existía la posibilidad de que hubiera alguien escuchando en la mesa de atrás, tras la puerta o al otro lado del patio de luces del edificio de viviendas. La vida fue el precio que muchos seres humanos y sus familias, entre ellos muchos periodistas, pagaron por opinar cuando la dictadura de las pistolas imponía la ley de lo políticamente correcto. Hoy, por fortuna, las armas han callado. Y no es mérito de Zapatero, por mucho que él y sus aplaudidores traten de atribuírselo. Sólo ha recogido las nueces del árbol que muchos otros sacudieron antes, con esfuerzo y sangre. Pero la tentación de asfixiar la libertad está más viva que nunca, más que entonces. Ese virus se ha extendido al resto de España.
Hay miedo a hablar en determinados foros. El castigo por expresar algunas ideas, contrarias a la doctrina dictada desde los púlpitos podemitas y bildutarras, no es la muerte física, pero sí la civil. Y esa censura, que campa a sus anchas, acaba de llegar nada menos que al Parlamento, el templo de la palabra, protegido por el aforamiento de los diputados. A los herederos de Batasuna, ese mal llamado partido que colaboró, amparó, justificó y nunca ha condenado los execrables crímenes de ETA, les molesta profundamente que les llamen filoetarras. En su proceso de blanqueamiento hasta pisar las moquetas de Madrid, que diría Andoni Ortúzar, han ganado en vergüenza, pero no han perdido la mordaza.
Que, a estas alturas, sean precisamente ellos los que traten de dictar al resto de los españoles las palabras que podemos o debemos pronunciar explica por sí solo el brutal deterioro de la democracia. No sólo se ha pervertido la letra constitucional, tratan de destruir también el espíritu de convivencia que encarna. Siempre, claro está, con uno mismo beneficiario, el de los autores del proyecto de ingeniería social en marcha, el negociado entre el puñado de escogidos que viajaba en furgonetas negras.
Tanto ha cambiado el paisaje en apenas una década, que Bildu y Podemos se han convertido en la casta. Esa casta dominante que Pablo Iglesias, en su asalto al poder, de televisión en televisión, no se cansó de denunciar cuando eran otros los que, a su juicio interesado, la encarnaban. La casta que, en detrimento de los gobernados, busca el beneficio para sí misma: la poltrona en las esferas de poder político, el estatus, el asiento en el consejo de administración y el beneficio económico. Por eso, cuando temen perderlo, con las elecciones a la vuelta de la esquina, se revuelven contra todo aquel que les etiquete, contra el que ponga el dedo en la llaga de sus garrafales fallos, de su inoperancia, de su corrupción. Ladrarán y ladrarán hasta que les quede aliento para hacerlo. El clima envenenado de la vida pública, que ellos mismos han contribuido a asentar, propicia su desaforada huída hacia adelante. Nada tienen que perder en el intento, sí mucho que conservar.