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05 de mayo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

A veinte años

En todas mis visitas, invierto una hora en dar una vuelta al estadio Santiago Bernabéu para adaptarme al avance de sus obras de remodelación. No le gusta a Lilith Verstrynge, pero a mí, me fascina su gigantesca evolución

Actualizada 01:42

Vivo feliz en La Montaña, de soltera o en Canarias, provincia de Santander. Pero no puedo renunciar a Madrid, mi ciudad y mi cuna, mi hogar durante 70 años, y todos los meses viajo hacia el pasado –en su caso, el futuro–, y me reencuentro con ella. Madrid es un pasmo de vida. Me la pateo, busco los viejos comercios supervivientes. Las calles del Arenal y Mayor mantienen sus tiendas de otros siglos. Tiendas militares, de compraventas de oro y plata, viejas librerías, imaginerías religiosas, pensiones, filatelias, numismáticas, zapaterías a medida y remendonas… En el otro Madrid, el del norte, la modernidad, los cuatro rascacielos, y entre uno y otro, el clasicismo de los barrios de Salamanca, Retiro y Chamberí. Sentarse en un día soleado de invierno a disfrutar del aperitivo en la Plaza de Oriente no tiene precio. Ahí, inmensa, la mole del Palacio Real, el más rico, altanero y soberbio de Europa. Y en todos los barrios, el ambiente de Madrid, vociferante, movido, paseado o sufrido por gentes con estética normal, que nada preguntan y menos responden. En el Madrid de los Austria, calles estrechas y plazuelas, como la de San Javier, con una enorme casona que aún pertenece a la Santa Inquisición. La tuvo alquilada hasta su muerte el escultor Luis Sanguino, que todos los meses ingresaba en la cuenta del propietario el importe de su alquiler. –¿En qué cuenta?–; En la cuenta de la Santa Inquisición. Y lo decía con toda naturalidad.
Y en todas mis visitas, invierto una hora en dar una vuelta al estadio Santiago Bernabéu para adaptarme al avance de sus obras de remodelación. No le gusta a Lilith Verstrynge, pero a mí, me fascina su gigantesca evolución. De muy niño vi jugar ahí a Juanito Alonso, Marquitos, Santamaría, Muñoz, Zárraga, Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento. Me acompaña casi siempre mi amigo Eduardo Escalada, un madridista profundo, con un grave defecto. Le gustaba Isco. Pero se lo he perdonado a cambio de alguna boina para mi colección militar. Pero en esta ocasión, mi acompañante fue un viejo amigo de mi infancia, un andaluz de Jaén, que es forofo del Barcelona. Un andaluz del Barça, que en Madrid se encuentra uno con gente rarísima. Defiende su barcelonismo en un detalle irrelevante. Que en su niñez le gusta Kubala. Y a mí. Kubala era buenísimo, pero no para hacerse culé habiendo nacido en Andújar. Por lo demás, es un tipo estupendo, españolísimo y no se le advierten otras rarezas ni enfermedades.
Mientras admirábamos los avances de la gran obra, me sorprendió con un arrebato de envidia. –No te preocupes –le respondí–, porque este año el Barcelona, aunque sea sin Negreira ni Villar, va a ganar la Liga. Nos aventajáis en ocho puntos–. Mi extravagante amigo –séame reconocido que nacer en Andújar y ser del Barcelona es una extravagancia–asintió. –Sí. Es muy probable que gane el Barça la Liga. Pero eso es anecdótico. Os sacamos ocho puntos a nuestro favor, pero el Real Madrid nos lleva veinte años de ventaja. Y esto que vemos, es la prueba–. Y claro está, le di la razón. Los puntos valen para ganar una Liga, pero ahí se quedan, los puntos y la Liga. La buena administración de un club que es propiedad exclusiva de sus socios, es infinitamente más importante. Florentino Pérez es un gran presidente del Real Madrid aunque no entienda de fútbol. No ha derrochado el dinero y ha creado una riqueza para el futuro del Real Madrid y de Madrid, que no se nubla por un campeonato de Liga. Ha sabido multiplicar la herencia que dejó don Santiago Bernabéu, que construyó un estadio para cien mil espectadores entre los desmontes y solares de la continuación de La Castellana, y compró a dos pesetas el metro cuadrado de la Ciudad Deportiva, que fue la salvación económica del Real Madrid, sin necesitar la ayuda de Franco para nada. Porque fue Franco quien salvó al Barcelona de la quiebra, como está demostrado, consignado y verificado.
Veinte años de ventaja, Mi amigo extravagante tiene toda la razón.
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