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06 de mayo de 2024

Enrique García-Máiquez

El saltito de Sémper

Estamos ante una sobredosis de política comunicativa (contraproducente a estas alturas) sobre la política de hechos y soluciones

Actualizada 01:30

Entre la pereza y el bochorno, me he quedado sin el artículo que venía a escribir. Quería volver a pasmarme de la posición negociadora de María Guardiola, que ni tiene mayoría ni es la lista más votada, pero que suelta y pide por esa boquita como si tuviese la absoluta. La pereza es repetirlo, cuando hasta Isabel Díaz Ayuso le llama la atención. El bochorno es el alipori del saltito de Borja Sémper, magistralmente inmortalizado por Ussía.
Siendo Sémper, alias el saltarín, el gran apoyo intelectual de Guardiola, alias la Arquímides, se puede ver cuál es el problema latente. Estamos ante una sobredosis de política comunicativa (contraproducente a estas alturas) sobre la política de hechos y soluciones. Como saben los bachilleres, las relaciones entre la forma y el fondo de cualquier obra de arte tienen que estar equilibradas, quizá en tensión o en espiral, pero equilibradas. Potenciándose mutuamente, aunque sin asfixiarse. Entre la comunicación política y las actuaciones prácticas debe establecerse una relación análoga. Eso es lo que estamos echando de menos en el caso extremeño, si nos fijamos. Demasiadas palabras altisonantes para evitar un entendimiento de mínimos por puro sentido común y elemental estrategia política.
Cada vez más analistas advierten cada vez con más preocupación que el electorado penalizaría una incomprensible repetición electoral, que implica, además, el riesgo real de que remontase la izquierda (que no pone ni un solo reparo a sus propias coaliciones). Pero no advertimos de algo todavía más humillante y que, sin embargo, opera en la sombra de nuestros subconscientes. ¿Qué es? Que el entremés extremeño está haciendo buena la estrategia de adelanto electoral de Pedro Sánchez.
Cuando anunció el adelanto, muchos dijimos que no era una jugada buena, pero que era con diferencia la mejor que tenía. Al menos cerraba la contestación interna, aprovechaba la debilidad de sus socios de izquierda, aglutinando el protagonismo, quitaba el foco de los resultados de las municipales y autonómicas y, por último, aprovechaba al máximo la posible tensión de las negociaciones autonómicas entre PP y Vox. Obsérvese que los cuatro puntos, uno tras otro, se los está apuntando Sánchez.
Da rabia. Mucho caía de suyo, sí, pero en otros puntos tenían que caer en la trampa, y los saltitos de Sémper van en esa línea. Eso, al electorado antisanchista le irrita el subconsciente y conlleva una subrepticia pérdida de confianza en sus líderes, capaces de regalarle un acierto a Sánchez en el peor momento y sin necesidad. Es peligroso, porque la motivación será esencial en uno y en otro lado del espectro político para las elecciones del 23 de julio.
Una vez alcanzado el pacto de Valencia, tendrían que haberse culminado –al rebufo del éxito– el resto de los acuerdos. Colar todos ellos en el mismo escándalo mediático de la izquierda. Todos por el precio de uno. Lo han hecho al revés: cada pacto entre el PP y Vox está conllevando su propia polémica, el consiguiente escándalo de los comunicadores de izquierdas y, por tanto, el desplazamiento del foco mediático adonde le interesa a Sánchez. Era una jugada tan simple la de Pedro Sánchez que irrita ver cómo las prevenciones y los prejuicios de un sector del PP se las ha sacado buenas.
Como decía, el saltito de Sémper, en su aspecto estético y físico, ya lo describió Alfonso Ussía. Yo quería añadir que nos disgusta, además, por razones más hondas. Debajo de los adoquines estaba la playa, decían los revolucionarios de mayo del 68. Sus herederos del PP actual, tan sesentayochistas ellos, parecen mostrarnos, liándose, que debajo de la playa están los adoquines.
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