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03 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Se llama chulería, cobardía y mala educación

Cuando Sánchez se niega a debatir con Feijóo está despreciando a los ocho millones de españoles que votaron al partido ganador y a la propia democracia

Actualizada 10:48

No por esperada resulta menos desagradable la espantada cutre de Sánchez en la sesión de investidura de Feijóo. Su gesto, una cobra parlamentaria, puede definirse con tres términos: cobardía, chulería y mala educación. Amén de un desprecio manifiesto a lo que llamamos democracia parlamentaria.
Al líder del PSOE le encantaba debatir en el Senado con el del PP. Cuantas más veces, mejor. Y es que Feijóo acudía a aquellas sesiones con su tiempo tasado, mientras que el gran timonel «progresista» gozaba de la cómoda ventaja de poder zumbarle sin límites. En el Senado podía mazar a su oponente como un pulpo. También tuvo a bien Sánchez dar réplica en su día al profesor Tamames en aquella pintoresca moción de Vox, aunque realmente no albergaba mayor trascendencia.
Sin embargo, este martes, en la sesión de investidura del candidato designado por el Rey y ganador de las elecciones, Sánchez se escaqueó agazapado en el banco azul. Envió a dar réplica a un mamporrero bronco de segundo nivel, Óscar Puente, el alcalde saliente de Valladolid. Ni siquiera le dejó la faena al Pericles del Bocho, el inefable Pachi López, que es el portavoz parlamentario del PSOE. Se trataba de escenificar el máximo desprecio, a pesar de que el aspirante llegaba con más diputados de los que jamás ha logrado Sánchez en las cinco veces en que se ha presentado a unas generales.
El insólito gesto de Sánchez, nuevo en la democracia española, no se debe dejar pasar como un chascarrillo de la dialéctica parlamentaria. Es algo más. Denota la pésima entraña política y humana del personaje.
Se llama cobardía, porque no se atrevió a dar la cara y responder a la pregunta obvia que iba a hacerle Feijóo: ¿va usted a conceder la amnistía que le exige Puigdemont o no? Sufrimos a un presidente en funciones que está ocultando a los españoles la más relevante decisión que tiene encima de la mesa.
Se llama chulería porque asoma un ramalazo a lo Makoki de barra de discoteca. Es la versión postmoderna del «pa chulo, yo» de toda la vida. Es el sobrado pagado de sí mismo que desprecia a sus congéneres.
Se llama mala educación porque el presidente en funciones ha despreciado las más elementales normas de cortesía parlamentaria.
Y se llama burla a la democracia, porque al negarse a subir a la tribuna, Sánchez está metafóricamente escupiendo sobre los ocho millones de compatriotas suyos que votaron al PP y lo hicieron ganador de las elecciones (amén de sobre los tres millones que apoyaron a Vox).
Negarse a debatir con el candidato al que el Rey ha encargado la investidura, rechazar debatir con él en la sede de la soberanía nacional, retrata a un político con alma de autócrata. El presidente en funciones de España acepta negociar en las sombras cómo rendirse a un prófugo golpista, pero hace ascos a un debate civilizado con el mayor partido español. Otro tanto sirve con Yolanda Díaz, que acude corriendo a Bruselas a lisonjear a Puigdemont, pero que no acepta debatir con Feijóo en el Congreso.
Intimida pensar en la restricción de las libertades y la degradación absoluta de las instituciones que podemos sufrir si un político de la entraña del presidente en funciones nos gobierna una legislatura más.
Mientras hablaban Feijóo y Abascal, Sánchez se reía mucho en su bancada con una hilaridad impostada. Hay risas que dan escalofríos. Y no es una hipérbole literaria.
(Posdata: En el PSOE estaban anoche muy contentos, jactándose en sus corrillos de su enorme astucia al esconder al líder supremo y sacar a última hora a Puente a dar cera. Se equivocan: Sánchez ha quedado a la altura del betún).
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