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27 de julio de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

La pobre pata

Menos mal que sólo falleció una pata, que de doblar la servilleta dos o tres, Almeida termina huyendo a Waterloo

Actualizada 01:30

Ayer, en un arrebato propio de la edad, anuncié que hoy le dedicaría mi texto a Mercedes Montseny. Pero creo que, después del fallecimiento de la pata en la mascletá de Madrid, dedicarle un artículo a la culta chica de los Montseny se podría interpretar como una excesiva chorrada. Ante la imagen pavorosa de la pata fallecida, lo de Mercedes Montseny carece de importancia. Mi idea no era otra que ensalzar su esnobismo de la «Gauche Divine» barcelonesa, y su hondo conocimiento histórico de las figuras de Hernán Cortés y Jenni Hermoso. De Hernán Cortés opinó que fue un animal, y de Jenni Hermoso, que representa el coraje y la valentía de una nueva Agustina de Aragón. Pero confirmado el fallecimiento de la pata por culpa de Almeida, me quedo con las ganas de escribir de la portentosa alforja cultural de la hija mayor de los condes de Montseny.

Lo de la pata ha sido muy fuerte. De antemano, me atrevo a escribir que la ocurrencia de la mascletá en las riberas del Manzanares me ha parecido una tontería. La mascletá para Valencia y la pradera de San Isidro para Madrid. Sucede que un hombre enamorado a un paso de su boda es capaz de cualquier cosa. El Alcalde de Madrid es abogado del Estado y mucho más culto que Mercedes Montseny, pero también puede protagonizar gansadas. Lo cierto es que asistió mucho público, que la mayoría abandonó el río más que satisfecho y que solamente unos pocos, los de Pacma , se apercibieron del fallecimiento como consecuencia de un episodio vascular originado por el susto de la desdichada pata azulona. El pato azulón es el ánade real (anas platyrhynchos), cuyos ejemplares machos lucen un variopinto plumaje –verde en la cabeza, collar blanco y pecho castaño purpúreo–, y las hembras, más modestas, anaranjadas en el pico, todo el cuerpo castaño y cola blancuzca. La fallecida era, por rigor científico, una hembra de ánade real, escasamente preparada para experimentar la cohetería cadenciosa de una mascletá. Aprovechando que el Manzanares fluye por Madrid, conviene recordar que, a su paso por el tramo conocido por «Madrid Río», también viven, vuelan y nadan patos colorados, cercetas, porrones, fochas, zampullines, pardillas y algunos cisnes con mayor resistencia cardíaca que la pata fallecida. Los de Pacma y demás ecologistas «sandías», con la ayuda y el apoyo del influyente partido «Podemos-Madrid», tienen en proyecto erigir un gran monumento en la margen izquierda del Manzanares –a favor del natural curso del agua– en homenaje a sus dos héroes capitalinos, que no son otros que el perro Excalibur y la pata fallecida en la mascletá que asumirá el nombre de «Pradera-Almudena Grandes». El Ayuntamiento de Madrid aprobará en breve un texto de condolencia por el fallecimiento de la anátida y se guardará un minuto de silencio en su memoria en los estadios de fútbol de primera división el próximo domingo 25 de febrero.

Como madrileño en la lejanía, me sumo consternado a la pena de mis paisanos por el súbito fallecimiento de la pata azulona sorprendida por la mascletá. Esos caprichitos municipales se avisan. Me figuro a nuestra pata siguiendo el curso del río desde los altos del Guadarrama, con el fin de instalarse en una de las múltiples casetas que en «Madrid-Río» se han construido para que los patos de todas las especies compartan una vida en paz y con carácter «sostenible». Y me la imagino, feliz y tranquila en su primer amanecer madrileño, eligiendo entre los machos al futuro padre de sus patitos. Y en pleno éxtasis de felicidad, sin aviso ni advertencia, «pum, pam, pim, pim, pam, pum», la mascletá. Un asesinato. Involuntario, pero igualmente criminal. Y menos mal que sólo falleció una pata, que de doblar la servilleta dos o tres, Almeida termina huyendo a Waterloo, habitando la casa que ha cobijado hasta ahora al presidente del Gobierno de España, Puigdemont.

Entenderán los lectores de El Debate mi decisión de incumplir mi promesa de escribir de las cultas apreciaciones históricas de Mercedes Montseny.

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