¡Con Trump, che, las que vayan fuera déjalas salir!
Conviene no echar en saco roto que el Reino de España no debe tener amigos ni enemigos eternos, sino intereses imperecederos que preservar. Por ello, debe situarse en la mejor posición de protegerlos pertrechado de los instrumentos exigibles
En sus memorias del primer mandato de Donald Trump como presidente, su influyente yerno, Jared Kushner, recoge una anécdota esclarecedora del modo de negociar del inquilino de la Casa Blanca con el entonces Secretario de Exteriores de México con López Obrador, Marcelo Ebrard, hoy Secretario de Economía con su sucesora en el Sillón del Águila, como escarnecido. Tras coaccionar al vecino de la otra orilla del Río Grande con subirle un 25% los aranceles si México no hacía un mayor esfuerzo para contener el paso de la migración centroamericana, Ebrard acudió raudo a responder que sí.
Pese a lo cual, Trump no renunció a gastarle una broma pesada. Al recibir al legatario azteca en el Despacho Oval, le confío que acababa de despedir a su asesor de seguridad John Bolton al llegarle con la propuesta de invadir México. Ebrard se puso lívido hasta que las carcajadas de Trump y del marido de su hija Ivanka le hicieron ver que era una patraña. Kushner explica que su suegro lo felicitó porque, con solo plantear una amenaza creíble, le habían doblado el brazo a López Obrador sin que éste rechistara.
Para alguien como el empresario mexicano Carlos Slim, con grandes intereses en España, Trump no es ningún «Terminator», sino un duro negociante que extrema sus puntos de vista para sacar la mayor tajada. No le arredra partir de un mal lugar ni perder apoyos en el trayecto, si está persuadido de que el envite le puede salir bien. A este propósito, sus alianzas no se ajustan a ningún canon preconcebido. Son intermitentes y contradictorias variando la catalogación de amigo o enemigo según la conveniencia del ahora. En su imprevisibilidad, es muy previsible.
Como «En el último trago» del gran José Alfredo Jiménez, a muchos nada les ha enseñado los años cayendo siempre en los mismos errores, lo que les obliga «otra vez a brindar con extraños y a llorar por los mismos dolores». Así, tras acusar The Wall Street Journal a Trump de declarar «la más tonta de todas las guerras comerciales» a México, Canadá y China, luego de hacer antes lo propio con Colombia al tratar de devolverle Petro un avión con emigrantes ilegales o con Panamá a cuenta del aprovechamiento del régimen comunista de Pekín del canal construido por los norteamericanos, las bravatas de esas naciones se han derrumbado como fichas de dominó empujadas las unas a las otras hasta quedar dispersas sobre el tapete.
Aunque algunos lerdos y perezosos mentales lo tomen por idiota, como se choteaban de Reagan evocando continuamente su condición de actor secundario, pero que protagonizaría el papel estelar de su vida en la Casa Blanca al echar abajo el Telón de Acero comunista, Trump no ignora los riesgos que encierra su ultimátum, pero prefiere correrlos para frenar el declive de EE. UU. ante el expansionismo chino. Claro que esa estrategia arancelaria, así como su ofensiva contra la inmigración ilegal, llevadas hasta sus últimas consecuencias, puede producir un efecto rebote contra empresas y consumidores estadunidenses malogrando mercados y pagando más caras las cosas, lo que haría que las cañas se volvieran tornas al obrar un efecto bumerán contrario al perseguido.
Sin embargo, sobre la premisa de que la riqueza de las naciones reside en la libertad de comercio, y no en el proteccionismo que las lastra, Trump lo que procura es tomar la iniciativa, en vez de someterse al albur de los acontecimientos frente a una China que, sin duda, podría encontrar en esta guerra comercial un regalo al granjearse la aceptación de muchos Gobiernos a costa de su libertad y de su democracia. Este espejismo ya se registró durante el COVID-19 con la connivencia de la Organización Mundial de la Salud que ocultó el origen chino de la pandemia y sobrevaloró sus éxitos. En este sentido, conviene reparar en el desempeño del expresidente Zapatero como comisionista con China y cómo preparó la visita de Sánchez por aquellos pagos oponiéndose el jefe del Gobierno a las sanciones arancelarias de la Unión Europea con quien, por las trabas que fija, es proteccionista intramuros y librecambista extramuros como han padecido muchos emprendedores españoles.
Como le testimonió un homólogo latinoamericano a Larry Summers siendo secretario del Tesoro con Clinton, «tú me das un discurso y los chinos me construyen un aeropuerto». Mismamente como el superpuerto peruano que está en el sustrato de la reclamación norteamericana de recobrar el mando sobre el canal de Panamá. Es lo que el presidente panameño, José Raúl Mulino, le ha echado en cara estos días precisamente al Secretario de Estado, Marco Rubio. Tras doblegarse a Trump y anunciar que no renovará con China el memorando de entendimiento de 2017 sobre la Ruta de la Seda, le transmitió que EE. UU. no se quejara de que llegaran otros estados «si deja mucha silla vacía».
Con la UE en actitud de prevengan para aquietar el golpe de un Trump que le achaca que EE. UU. ha financiado su estado de bienestar a costa de los gastos de reconstrucción continental tras la II Guerra Mundial y de defensa ante el peligro soviético, los dos grandes partidos españoles han dado un recital de despropósitos con la nueva Administración USA. De un lado, el presidente Sánchez presentándose como némesis de Trump después de que este asociara a su Ejecutivo con los BRIC, esto es, satélites de China, como remedo de aquel grupo de no alineados de la órbita de la extinta URSS en la Guerra Fría; de otro, dos dirigentes del PP, como su secretaria general, Cuca Gamarra, apostando por Kamala Harris cuando estaba cantada su derrota y sus postulados woke estaban tan alejados de los votantes demócratas como del electorado popular, o su vicesecretario general, Esteban González Pons, tildando a Trump en un artículo de «ogro naranja» y atribuyéndole ser el «macho alfa de una manada de gorilas», amén de deslumbrarse con la «obispa» anglicana que le aguijoneó, lo que obligó a su jefe Feijóo a salir al quite, mientras Abascal saca rédito de su relación preferente con Trump.
Conviene no echar en saco roto que el Reino de España no debe tener amigos ni enemigos eternos, sino intereses imperecederos que preservar. Por ello, debe situarse en la mejor posición de protegerlos pertrechado de los instrumentos exigibles, y más si EE. UU. distingue como socio preferente a tu vecino del sur colocándole en ventaja ante previsibles litigios fronterizos. Por eso, como le endilgó Alfredo Di Stéfano, siendo entrenador del Valencia C.F., a un portero manazas, habría que exclamar con la Saeta Rubia: ¡Con Trump, che, las que vayan fuera déjalas salir! Más cuando España no solo sufre la inminencia del arancel Trump, sino del vasco —con el cupo— y el catalán —ahora con ínfulas de soberanía fiscal— por el que España pasa a ser colonia de metrópolis que proclaman querer independizarse de su posesión.