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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La bomba-berberecho

Lo que nadie del Gobierno dijo es que no se trataba de una bomba-lapa, como aquellas que utilizaban los actuales socios del Gobierno para asesinar a españoles

En la presente ocasión, el Gobierno tenía razón. Recuerdo el terrible episodio de la bala que le enviaron por correo a Pablo Iglesias. Pero una bala sin rifle es menos que nada. Al día siguiente, yo recibí un paquete con otra bala, e inmortalicé mi temor difundiendo unas fotografías escalofriantes. En ellas aparece mi rostro y mi mano derecha sosteniendo el terrible artefacto mortífero. Pero lo de la bomba-berberecho es otra cosa. Parece que Sánchez eligió a la señorita Inchaurrondo para anunciar la tragedia en su independiente programa informativo, y que la señora Alegría dio por bueno el rumor y cambió su apellido por honda preocupación. La ministra de hondas preocupaciones. Lo que nadie del Gobierno dijo es que no se trataba de una bomba-lapa, como aquellas que utilizaban los actuales socios del Gobierno para asesinar a españoles. La bomba que se le ha enviado a Sánchez es una bomba-berberecho, y el remitente de la misma he sido yo. La bomba-berberecho, como su nombre indica, es de reducido tamaño, similar al del molusco que le da su nombre, se pega con chicle usado en la capota del coche, y su explosión se acciona desde prudente distancia. Explosiona como un pedete inesperado —Prrrrf—, y disemina por la capota del vehículo presidencial el cuerpo del pobre berberecho. Pero no más. Bomba fue la de Aznar, que se salvó de milagro y demostró serenidad y agallas.

Soy el único fabricante de bombas-berberecho en España. Y creí oportuno y conveniente asustar un poco más al desaparecido presidente del Gobierno, el pato viajero. Pero en realidad mi intención no ha sido otra que darle un susto. La que se ha montado con mi broma ha sido una exageración. Los estragos que produce en un coche, blindado o sin blindar, se limitan a manchar la capota con los restos del berberecho. El chicle usado se puede despegar con las manos, aunque resulte asqueroso. Vivo lejos de mi ciudad natal, pero tengo en Madrid un comando secreto que se va a hartar de poner bombas-berberecho de ahora en adelante. Yo las preparo y las envío con toda naturalidad por correo. La próxima víctima de mi terrorismo será Leire, la fontanera de Cerdán que es, a su vez, el fontanero del pato viajero. Leire tiene aspecto de aerofágica, y no se asustará con el — Prrrrf— de la explosión. «Uno más, dirá con plena satisfacción cumplida—. Cerdán se puede asustar más, porque he conseguido un berberecho desmedido de tamaño, casi almeja, que al hacer 'pum' puede asustar a más de un gorrión, y dejar su coche con olor a berberecho durante una buena temporada.

Pero el Gobierno tiene razón. He intentado atentar con mi bomba-berberecho contra el presidente del Gobierno, y el único falló de la acción terrorista ha sido el de ignorar su actual ubicación. En España no está, como es su costumbre. Pero yo no soy como sus socios, los que mataban sin corbata y los que celebraban con corbata la caída de los frutos del árbol.

No tengo el menor deseo de asesinar al Titán de Paiporta. Ni al Titán, ni a la ministra rubia, ni a la Inchaurrondo, ni a Leire ni a Cerdán. Pueden estar tranquilos. Pero ya he montado cinco bombas-berberecho, que están carísimos en el mercado, y no se me antoja decente desperdiciarlos. La Guardia Civil y la Policía conocen mi paradero. En el caso de que me detengan, pediré que me defienda el abogado Boye, el que fue de la ETA y hoy es de Puigdemont.

Y a vivir que son dos días.