Fundado en 1910

Hace 72 años, aproximadamente,un camarero estuvo a punto, a un paso, de acabar con la fabulosa trayectoria artística, editorialista y humorística de Antonio Mingote. El genio había abandonado su carrera militar con el empleo de teniente de Infantería. Fue contratado por la firma publicitaria «Clarín», y «allí me harté de dibujar monigotes publicitarios». No tenían un clavel, pero un grupo de amigos se reunían todas las noches a cenar. Pasaban por delante de «Salvador» en la calle Barbieri y cenaban en el vecino «Arrumbambaya», de precios más moderados. Antonio, Álvaro de Laiglesia, Tono, Mihura, Munoa, Ildefonso Gil, Carlos Clarimón , Manuel Halcón y demás ingenios vecinos de la Capital del Reino. Juan Ignacio Luca de Tena y el ABC acababan de perder a Xaudaró y su perrito, y necesitaban un relevo urgente. Y Antonio Mingote fue el elegido. Desde aquel momento hasta su fallecimiento, Antonio Mingote entregó a ABC y Blanco y Negro miles de dibujos geniales.

Para celebrar el primer dibujo entregado al periódico de los Luca de Tena, se reunieron a cenar en «Arrumbambaya», no sin antes pasar por «Salvador» y comprobar que los precios seguían sin coordinar con sus bolsillos.Hubo discursos y todo, que Antonio no respondió por su respeto y temor a las multitudes. «Seis personas forman ya una multitud». Se unió a la cena, en los postres, Torcuato Luca de Tena. En los años 40 del pasado siglo, se editaban en Madrid muchos periódicos. El «Ya» de la Iglesia, el «Pueblo» de los sindicatos verticales, el «Arriba» de Falange, «El Alcázar» de los veteranos combatientes, el «Madrid» que terminó siendo demolido y el «Informaciones». Pero ABC no era un periódico más, era el diario por definición, con las mejores firmas y el prestigio más alto. Y ahí había ido a parar el tímido Mingote, todavía inseguro de su descomunal talento.

Servía la cena un camarero que se había ganado la confianza y la cercanía con el grupo. Fue el único que no felicitó a Mingote por su ingreso en ABC. Es más, cada vez que pasaba por la espalda de Mingote murmuraba un «cachis, cachis, cachis en la mar» que abrumaba a nuestro héroe. El que escribe no puede presumir de su presencia en la mesa porque acababa de nacer, y en aquellos años los recién nacidos estaban bastante prohibidos en los restaurantes, y más, a la hora de la cena. Mientras sus compañeros elogiaban a Mingote, Antonio – en aquel tiempo algunos de sus amigos seguía llamándole Ángel, que era su primer nombre-, Antonio sudaba como un pollo de timidez compulsiva. Pidieron la cuenta y pagaron a pachas. Aprovechando el doloroso momento, el camarero insatisfecho se acercó al artista y le preguntó en medido cuchicheo. – Tengo que hablar con usted, don Antonio-. – Me figuro que lo que quiere usted decirme lo podrán oir todos-, respondió Mingote. – Pues sí, pero quería privarle del disgusto. Ante todo, enhorabuena por su ingreso en ABC, pero he estado todo el día viendo su dibujo o su chiste , el primero que le han publicado, el motivo de esta cena. Y mi deber es decirle, que no le he encontrado ni fundamento ni gracia. Tres dibujos más como el de hoy, y le ponen de patitas en la calle-.

Me contaba Antonio que aquella noche no pudo dormir, y que tomó la decisión de visitar a Juan Ignacio para decirle que se habían precipitado con él. Juan Ignacio esperó la llegada de su genialidad y más de sesenta años de gloria le esperaban.

El camarero se llamaba Olmedo, y a punto estuvo, a un paso, de acabar con uno de los genios de la España de entresiglos XX y XXI.

Aquellos ayeres.