Fundado en 1910
Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

La «Congresa»

Hay un feminismo inteligente y otro necio. Parece que el segundo va tomando ventaja. Incluso hay un feminismo absurdo e imposible: el derivado de la ideología de género

Estábamos equivocados. El gran problema nacional era otro. Se encuentra en el palacio de las Cortes. Pero no en la composición del Congreso, sino en su frontispicio, en el rótulo que preside su fachada: «Congreso de los Diputados». La expresión no puede ser más excluyente. ¿Y las diputadas? Y no teniendo mejor cosa que hacer se han puesto manos a la obra. Lo ideal sería probablemente haber sustituido la excluyente expresión por la breve, elegante e inclusiva de «Congreso de los Diputados y las Diputadas». Lo que no dejaría de plantear el problema del orden, si han de ir primero los diputados o las diputadas. Por otra parte, no es posible cambiar el rótulo de la fachada porque se trata de un bien cultural y no es competencia del Gobierno proponer su cambio. Además, se trata de la expresión que utiliza la Constitución. Así la solución, bastante ingeniosa, ha consistido en sustituir la denominación oficial por «Congreso», sin más. La Constitución no parece ser en nuestros días un obstáculo insalvable. Ya lo decía Carl Schmitt. La ley es superior a la Constitución, y la ley es la decisión del poder soberano. Por lo tanto, el poder está por encima de la Constitución. A ver si va a resultar que Conde-Pumpido es un fiel discípulo de Schmitt.

Hasta las ideas más nobles pueden degenerar. Por ejemplo, la de la igualdad jurídica y moral del varón y la mujer. Yo no soy feminista, como no soy «negrista», ni indigenista, ni «homosexualista» (lo que no significa desdeñar los derechos de las mujeres, de los miembros de grupos raciales ni de los homosexuales, lo digo por si acaso), ni defensor de ningún capítulo de la ideología de género ni del movimiento woke. Defiendo la igual dignidad de toda persona (término, por cierto, femenino, que incluye a los varones). Y también considero que varón y mujer son formas distintas y complementarias de ser persona. Y ninguna es superior a la otra. Tampoco la mujer. Pero, como en casi todo, hay un feminismo inteligente y otro necio. Parece que el segundo va tomando ventaja. Incluso hay un feminismo absurdo e imposible: el derivado de la ideología de género. Si ser varón o mujer, o ni lo uno ni lo otro, o las dos cosas a la vez, o nada, depende del sentimiento, por lo demás cambiante, de cada cual, la distinción entre varón y mujer ha desaparecido. Es el resultado de la libre decisión personal. Todos pueden ser varones y todos pueden ser mujeres. ¿Quién oprimirá a quién? El género destruye el sexo y hace imposible el feminismo.

Lo cierto es que entre los más enérgicos defensores del feminismo necio y absurdo se encuentran, acaso para granjearse la simpatía, o algo más, de las mujeres, muchos varones. También puede tratarse de simple necedad. Pero una mujer inteligente, y, con perdón, no todas lo son, jamás asumirá estos dos tipos de feminismo y contemplará con sabia indulgencia al varón risible.

Cuando una sociedad se extingue o una civilización sucumbe, siempre habrá muchos que se preocupen por el lenguaje inclusivo, y disputen acerca de si el Senado debería denominarse Senada. Cuando la necedad se extiende hasta los grupos teóricamente ilustrados de una civilización, es que se acerca su hora final.

Y la cuestión del orgullo. Yo no tengo orgullo de ser varón, entre otras razones porque no me corresponde ningún mérito en el asunto. Ser varón no es ningún logro. Tampoco lo es ser mujer. Tampoco soy heterosexual por méritos propios ni gracias a un duro adiestramiento. Es algo natural, que no requiere esfuerzo especial. Entiendo que lo mismo sucederá con la homosexualidad. Y no ignoro la larga y abyecta persecución histórica a los homosexuales.

La cuestión filológica acerca del lenguaje inclusivo se encuentra maravillosamente explicada en el breve ensayo del catedrático y académico Pedro Álvarez de Miranda El género y la lengua. El libro analiza las tensiones que el género gramatical está planteando en la actualidad. En español, el masculino es el género «no marcado» y, por lo tanto, puede incluir el femenino. El carácter inclusivo lo tiene el masculino. Entiendo yo entonces que es absurdo considerarlo excluyente. Álvarez de Miranda resume: «Si que el masculino sea el género no marcado recibe la consideración de problema, mal asunto, francamente malo. Aviados estamos, porque, muy sencillamente dicho, la mala noticia es que no tiene solución. Ahora bien, cuando a un problema (¿tal vez presunto?) no se le ve solución, acaso lo más inteligente resulte, para evitar melancólicas frustraciones, hacer que no lo sea. Decidir que no lo es».

Los problemas de muchas mujeres no residen en el «lenguaje inclusivo», sino en su papel en la sociedad, el «techo de cristal», la dificultad de hacer compatible el trabajo con la gestación y el cuidado y educación de los hijos (que también compete a los padres, se entiende el cuidado y la educación, no la gestación) o, entre otros, el reparto desigual de las tareas domésticas. Esto es lo que tienen que solucionar, juntos y no enfrentados, varones y mujeres, y no esta absurda guerra de sexos a la que nos invita el feminismo radical. En cualquier caso, nada de esto se resuelve cambiando la denominación de «Congreso de los Diputados» por «Congresa de los Diputados».