Fundado en 1910

Ha tenido que dimitir el comisario del Gobierno para la dana valenciana, con el mismo lamento que el resto de socialistas atropellados por el carrito del helado: ni uno de ellos se marchó con el rabo entre las piernas, abochornado, pidiendo disculpas y preguntándose en público si ahora encontraría el camino para rehabilitarse y compensar un poco a la sociedad por el daño causado.

Esa actitud, que nunca se da, es la más inteligente si es sincera: el ser humano es de fácil perdón, como es bueno por naturaleza, le gusta vivir y dejar vivir sin líos y llega a ser indulgente si percibe en el otro un propósito real de penitencia y contrición y el pecado no tiene consecuencias irreversibles.

No es el caso en el tal Batalla, como no lo es en Cerdán, Ábalos, la tal Leire y todos los miembros de esa parada de los monstruos que tiene por jefe a Pedro Sánchez, el primero de los defraudadores: él ostenta un doctorado logrado con una tesis plagiada escandalosamente y convive con una catedrática de pega que negoció en La Moncloa, citando al rector, la creación de su chiringuito imputado.

Y aun así de Sánchez solo salió de su boca, una vez, un perdón falso por Santos Cerdán que, en realidad, fue el epicentro de su ceremonia de victimización: el problema no era que su mano derecha, el negociador con Puigdemont y Otegi, creara empresas a escondidas que luego eran adjudicatarias de millonarios contratos públicos.

Tampoco que, pese a las sospechas, él le renovara en el cargo como antes hizo con Ábalos, en un indicio claro de que tenía que aguantarles porque su propia existencia política no se explica sin ellos.

No, lo sustantivo es que el pobre Pedro estaba allí, a las cinco de la tarde, sin comer, sufriendo por la decepción, en otra versión del «Yo estoy bien» que soltó al visitar la devastada Paiporta, con sus dos centenas de muertos, irrelevantes al lado del disgusto de este apátrida emocional.

En un país normal, con tanto bochorno, un presidente secuestrado por las minorías e ilegítimo en su contraste con las urnas, habría dimitido hace tiempo: no se puede gobernar sin una mayoría parlamentaria razonablemente unida por un proyecto común; pero sobre todo no se puede gobernar contra el país al que técnicamente encabezas, convirtiendo poderes constructivos delegados en herramientas destructivas del enemigo y de protección propia.

Pero en España Sánchez ya debe estar en La Mareta, con Begoña y las niñas, el Falcon cerca y Zapatero de visita, sintiendo que se merece el respiro, con la esperanza de que el asueto le ilumine nuevas formas de sobrevivir y de prosperar, entre caldos de dos dígitos y crustáceos con dos pares de cinco patas.

Falsificar un título está muy feo, y suele reflejar el complejo de políticos que ni han estudiado ni tienen oficio externo conocido y tratan de camuflar la obscena funcionarización de una ocupación efímera con esos adornos académicos de cartón piedra: se inscriben a un curso de guitarra CCC por correspondencia pero intentan que parezca un máster de la Sorbona en Física cuántica.

Pero qué le vamos a decir a cualquiera de ellos si el peor y más impune está en la cima, enfadado, tramando algo y lloriqueando, con su falso título de presidente expedido por la Facultad de Extorsiones de Waterloo, completado por un cursito de tropelías avanzadas en la escuela de verano de Palermo.