El rayo verde
En los ocasos sin nubes en el horizonte, son miles los rayistas verderones que se juntan en determinados sitios de la costa. Cuando el sol está a punto de esconderse, los rayistas alzan sus chismes y empiezan a hacer fotografías para conseguir el momento del milagro, con malos resultados
Pitita Ridruejo era una mujer simpatiquísima y muy inteligente, digna hija de su padre, don Epifanio Ridruejo, banquero a la antigua, y destacado personaje de las finanzas de España. Pero Pitita, fue también una católica efervescente, y se tomó muy en serio las sospechosas apariciones de la Virgen María en un campo de El Escorial. –¿Por qué no te crees lo de la Virgen en El Escorial–, me preguntó en una cena que nos tocó de compañeros de mesa. –Porque la Virgen tiene mil lugares en el mundo donde es necesaria, donde se sufre, y no va a perder el tiempo apareciéndose a una convencida como tú, que en lugar de levitar con los brazos abiertos del consuelo, lo hace como una mujer que llega con chófer y que sostiene en su levitación un bolso de Louis Vuitton, Gucci o Loewe–. Y Pitita, con gran sentido del humor y mejor encaje, no me dio la razón íntegra pero sí bastante. «Ves lo que quieres ver, lo que tu ilusión te anima a creer, lo que no estás viendo». Por supuesto, que la Iglesia jamás se tomó en serio esas apariciones en El Escorial al grupo que se reunía con Pitita todas las semanas. La gente es muy ilusa en algunas cuestiones.
En esta zona del poniente montañés, han surgido dos grupos de ilusos –se pueden contar a miles sus componentes–, que no han sido analizados científicamente. Los veraneantes secuoyos y los del rayo verde. Los secuoyos visitan, van y vienen, con o sin niños, a un bosque de secuoyas americanas plantadas hace setenta años en el término de Cabezón de la Sal. No tiene nada de particular. Aquí las secuoyas no son más que pinos un poco más altos que en nada se pueden comparar a los hayedos, robledales, castañares y nogaleras, auténticas maravillas. Pero los secuoyos son muy suyos, y visitan su elementalidad durante los días sin playa miles de aficionados a tan prescindible árbol, que no adopta en España la inmensidad de las secuoyas americanas. La visita es gratuita –razón de su éxito–, y hay locos que se abrazan a los troncos de las secuoyas para impregnarse de su carácter, y otros muchos se llevan de recuerdo pedacitos arrancados del tronco que desnudan su madera y que tiran al suelo cuando se aperciben de que han cometido una tontería. Hace pocos decenios, el bosque de las secuoyas se usaba de «parking» nocturno, besos prohibidos y fogaradas del día del Patrón.
Pero ese bosque, como otros en el monte Corona, existe. Porque lo del otro grupo de ilusos es más dramático. Todos los atardeceres claros, a los que Antonio Gala gustaba denominar «los crepúsculos anaranjados», que Antonio Mingote calificó como insuperable cursilería, llenan diferentes lugares de la costa para asistir al milagro del rayo verde, y está bien escrito lo del milagro, porque el rayo verde no ha cortado la mar en dos partes jamás. Se trata de una ilusión contagiosa. He navegado mucho, y conozco y soy amigo de marineros y pescadores que han navegado mucho más. Ninguno ha visto el rayo verde. En los ocasos sin nubes en el horizonte, son miles los rayistas verderones que se juntan en determinados sitios de la costa. Cuando el sol está a punto de esconderse, los rayistas alzan sus chismes y empiezan a hacer fotografías para conseguir el momento del milagro, con malos resultados, porque el rayo verde lleva muchos siglos jugando con los ilusos. Con que uno solo de los centenares de ilusos reunidos exclame –¡Lo he visto, lo he visto!–, se une al iluso un numeroso sector del público que acompaña la ilusión. ¡Qué maravilla! ¡Y qué verde! Y pagan encantados la copa, porque hay establecimientos costeros especializados en la visión fugaz del rayo verde, que nunca hace uso de su amabilidad con los ilusos rayistas.
Un inteligente comillano trabaja a destajo en los veranos, gracias a las tarjetas que reparte en las playas. Bajo su nombre, especifica su profesión. 'Guía Especializado en el Rayo Verde'. Y el teléfono, y el correo electrónico.
La gente es buenísima.