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Ese sería el programa socialista ahora mismo, según contaba ayer aquí Ana Martín. Sin embargo, ¿a quién beneficia el adherirse al sillón? A la parte más podrida del sanchismo y a la parte menos podrida del PSOE. Trataré de explicar la paradoja: la podre sanchista está (des)compuesta por una colección de personas que tienen o han tenido responsabilidades orgánicas o institucionales y cuyas actividades aparecen en el radar de la policía judicial. Cada uno de ellos teme su inexorable horizonte penal, respondiendo sus preferencias estratégicas a la pura desesperación. Tomados individualmente, todos –salvo cuatro– saben cuándo se van a quedar solos, cuándo los compañeros renegarán de ellos. Será en el momento en que unos uniformados los conduzcan al calabozo, o cuando un juez los investigue formalmente. No digamos si sobre ellos pesa una orden de prisión preventiva. Los no manchados, aunque sean sus amigos, dejarán de conocerlos. Los manchados aún no caídos en desgracia harán por borrar los nombres de los caídos como si así cortaran el hilo del que se podría tirar.

Pero, ¿por qué a los cargos orgánicos menos corruptos del PSOE, así como a sus cargos institucionales nada corruptos (más allá de votar con el sanchismo, corrupción moral) también les conviene el desesperado recurso de apretar los dientes y aguantar? Porque viven al día, de sus sueldos. Así pues, con la lógica excepción de los que cuentan con lícita resistencia financiera, la desesperación iguala la conducta de los más sucios y los más limpios. Sin reparar en ese mecanismo no se entiende nada. Hay otra excepción, diminuta: aquellos héroes que, sin resistencia financiera, abandonan fuentes de ingresos por incompatibilidad con los valores o ideario del pagador, en la confianza de que Dios proveerá. No sé si hay tipos así en la tropa orgánica e institucional socialista. Quizá alguno de los que, como gotas, caen estos días por voluntad propia.

La necesidad explica las inmensas tragaderas de un colectivo que los equidistantes en el desprecio llaman «los políticos», sin distinciones. Ya sea por falta de capacidad analítica, ya sea llevados por la ira, comprensible o no, que conduce a la antipolítica, es decir, al totalitarismo de cabeza. La necesidad subyace en grupos parlamentarios que un día se rompen las manos aplaudiendo al líder y, caído este en desgracia repentina, pasan por su lado sin saludarlo, sin mirarlo, sin verlo. Tienen que ahorrar energías para romperse las manos aplaudiendo al nuevo líder.

En realidad, lo último que le conviene al PSOE como organización es apretar los dientes y aguantar. En marzo sacarían cien escaños. El marzo siguiente, cincuenta. Eso lo saben los socialistas retirados y activos conjurados del famoso «fuego amigo». Disparan con munición vieja, pero eficaz: escándalos de cariz financiero, o acosos sexuales enterrados, sobre los que la prensa libre, como este medio, lleva años informando, u ofreciendo pistas más que suficientes. Los digitales a los que el sanchismo, que incluye a centenares de periodistas abajofirmantes, llamaron máquina de fango, golpistas, pseudomedios.