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Hago todo lo que puedo para no escribir determinados apellidos. Suelen aparecer sin yo llamarlos. Es como si tuviesen vida propia. Me escapo todo lo que puedo. Si supiesen lo poco que me gusta escribir sobre ellos... Prefiero hacerlo sobre la cotidianidad, las rutinas, el costumbrismo o recordar anécdotas de mis paisanos gallegos que, como todos los de otras latitudes, poseen un sentido del humor que los hace diferentes y al mismo tiempo iguales los unos a los otros. Son las paradojas y contradicciones de la vida. Siendo los seres humanos diferentes, no hay nada que se parezca más a un hombre que otro hombre. Si puedo, antepongo esas cuestiones a la prosaica política que tan desmoralizado me tiene. Tengo debilidad, por ejemplo, de toda la vida, por los villancicos. Espero no morirme sin asistir a una Zambomba de Jerez. Iba a ir este año, pero un amigo me castigó y lo dejaremos para el año que viene. Esas calles y patios jerezanos, envueltos en ese lenguaje musical que nos trae una memoria compartida, son un monumento cultural de primer orden, pero también son una reafirmación de nuestra cultura.

Vivimos tiempos en que, de nuevo, debemos reivindicar nuestras raíces, nuestro origen, sin avergonzarnos. El que no quiera que no cante. El que no quiera que no se emocione. El que no quiera que no rece. Pero los que queremos debemos insistir no solo en el hecho religioso de la Navidad, sino en el fenómeno cultural. Debemos comenzar a hablar sin complejos de esto. Detrás de la celebración de la Navidad hay mucho más que el fenómeno comercial. No son fiestas, es la Navidad, el momento en que los creyentes celebramos cada año el nacimiento de Jesús, hecho que lo cambió todo en la humanidad, incluida la forma de contar los años.

Giorgia Meloni, la primera ministra italiana que tanto nos está enseñando a los europeos, ha vuelto a poner de moda el belén o nacimiento. Isabel Díaz Ayuso no le va a la zaga y recrea cada año un belén espectacular en la sede del Gobierno autonómico. Ayer hizo cantar en la Puerta del Sol a Hakuna, ese grupo que le canta a Dios como si estuviese en el Festival de Eurovisión. Ya decía el Papa Juan XXIII que el que canta reza dos veces. Ayer se rezó por partida doble en Madrid. Se hizo con alegría y supuso el reencuentro de miles de personas que se reconocen los unos a los otros en esas sencillas y armoniosas canciones.

Los villancicos forman parte de nuestra historia emocional y unen a generaciones. Por eso, en los próximos días, y muy especialmente mañana, yo le pido al amigo lector que haga cantar a su familia un villancico en esa noche de paz.