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Cartas al director

De éxitos y fracasos

André Maurois, el singular escritor francés, recogía en su extraordinaria biografía de Fleming las palabras pronunciadas por el descubridor de la penicilina en Estados Unidos en 1949: «El investigador sufre las decepciones, los largos meses pasados en una dirección equivocada, los fracasos. Pero los fracasos son también útiles, porque, bien analizados, pueden conducir al éxito. Y para el investigador no existe alegría comparable a la de un descubrimiento, por pequeño que sea. Le proporciona energías para continuar…». Efectivamente, el fracaso produce de inmediato desánimo, desistimiento, claudicación… Pero este párrafo podría servir también de advertencia a los jóvenes navegantes que comienzan ilusionados su genuina historia profesional y que sueñan con alcanzar en un breve plazo de tiempo el inusitado éxito que deslumbre a toda su generación. Es lógico, pero a la vez raramente realizable. Es conveniente, casi necesario, una dosis de fracaso. El fracaso curte la personalidad y la profesionalidad. La inmediatez del éxito envanece, convierte a los jóvenes en semidioses, rebosantes de una vanagloria fugaz y fatua. El éxito, el triunfo, requiere esfuerzo, constancia, madurez. La sabiduría no es una ciencia infusa: los grandes maestros, los grandes artistas, los grandes genios se han forjado en el estudio, en el trabajo incesante, en un progresivo y paciente avance e intercambio de experiencias porque la sabiduría es común a toda la humanidad y, en consecuencia, la consecución de un valioso logro será en no pocas circunstancias fruto de un equipo; y en este caso hay que tener una buena dosis de humildad para saber compartir las mieles del triunfo.

Juan Antonio Narváez Sánchez

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