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27 de julio de 2024

Cartas al director

11-S de 2045

Si hace veintidós años y un día nos hubieran dicho que hoy, veintidós años después, el mayor y más espectacular atentado de la historia apenas ocuparía una pequeña reseña en los portales digitales, (ni una en noticias de tv), no daríamos crédito a tal predicción. El planeta entero se paralizó el 11-S de 2001 viendo una y otra vez cómo una serie de aviones comerciales llenos de ciudadanos anónimos se empotraban en las Torres gemelas de Nueva York, en el Pentágono o se estrellaban en fallidos intentos de llegar a la Casa Blanca. Todos los que lo vivimos recordamos perfectamente dónde estábamos o qué hacíamos ese día, y sabíamos, intuimos y sospechamos que esa fecha se convertiría en un punto de inflexión en la historia moderna.

Es lo que tiene el paso del tiempo, tan anhelado y necesario para aliviar el dolor como tan indulgente con tragedias que nos avergüenzan como especie. No hay apocalipsis, genocidio, tragedia, magnicidio o hecatombe que soporte el paso del tiempo. Es una prerrogativa del ser humano, tal vez un mecanismo de defensa innato que le ayude a superar traumas por la vía del olvido.

Pero entre sobrevivir al dolor y borrar de la memoria, colectiva o individual, ciertos acontecimientos, existe una grieta por la que se nos cuelan hitos que nunca deberíamos olvidar, aunque sea para recordarnos que somos capaces de lo peor. Porque, sí, nos acordamos de Auschwitz, de la esclavitud, del Gulag (no tanto), de los pogromos y de la batalla del Somme, hechos estos que provocaron por sí solos cientos de millones de muertes. Pero, seamos sinceros, nos quedan ya muy lejos y aburre hasta recordarlo. Ni siquiera aquí, en España, recordamos nuestro 11-M, o somos capaces de guardar la memoria de un tal Miguel Ángel Blanco, que ningún ‘millenial’ sabe reconocer hoy, a pesar de que tan solo han pasado veinticinco años que los españoles salimos por millones a la calle a intentar salvar su vida. «¿ETA? Sí, fue un movimiento de resistencia al represor Estado español», escuché ayer de unos universitarios en el documental de Iñaki Arteta Bajo el silencio sobre la realidad actual en el País Vasco.

Media España, o más, asiste en estos tiempos atemorizada por la deriva de nuestro presidente en funciones, capaz de amnistiar a un cobardón y xenófobo separatista con tal de no bajarse del trono. Y tal vez lo consiga, Puigdemont llegando en Falcon al Palau y, en un par de años, referéndum de autodeterminación disfrazado de botifarrendum; y, subo la apuesta, en dos años más, referéndum Monarquía-República.

En fin, si no recordamos hoy las tragedias que nos ayudan a no tropezar en la misma piedra, ¿creen ustedes que dentro de veintidós años alguien se acordará de la España de 2023 y de cómo empezó todo?

José Luis Belmonte García

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