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03 de mayo de 2024

Un resultado desolador

La hegemonía separatista, alimentada por Sánchez, pone en riesgo sin duda la identidad constitucional de un país sometido a cambalaches obscenos

Actualizada 01:30

El escrutinio electoral en el País Vasco ofrece un resultado desolador y con unas hondas consecuencias nada favorables para toda España. Porque el separatismo, con sus dos modalidades, concita un respaldo cercano al 70 % de los votantes, una cifra abrumadora, especialmente por el auge de unas siglas, las de Bildu, que fueron incapaces de renegar del terrorismo y de ETA en plena campaña. Sin mucho coste, por lo que se ve.
Si a esa hegemonía nacionalista, superior incluso a la que encarnan Junts y ERC en Cataluña, se le añade que la tercera posición es para el PSOE de Pedro Sánchez, el balance es demoledor. Porque los socialistas no solo se han convertido en una triste comparsa de todos los proyectos políticos supremacistas del momento, sino que los ha legitimado, potenciado y concedido la llave de la gobernación del conjunto del país.
Conviene preguntarse, sin duda, qué se ha hecho mal desde 1978 para que al esfuerzo constitucional integrador de las Comunidades llamadas históricas le haya acompañado un recrudecimiento de las hostilidades cantonalista, trufadas además de violencia, golpes institucionales y una deslealtad absoluta a los principios democráticos vigentes.
Y resulta obvio que renunciar al relato histórico correcto solo ha servido para potenciar a quienes más vergüenzas acumulan desde la Transición y menos beneficio electoral deberían sacar en una sociedad auténticamente concienciada de su pasado reciente.
Que el premio electoral lo logren Bildu o el PNV, y no aquellos que defendieron el Estado de derecho y se jugaron sus vidas al servicio de tan noble fin, es frustrante y demostrativo de los perversos efectos de la supuesta «concordia» acuñada por Sánchez para lavar su funesta política de alianzas.
Solo ha servido para denigrar la memoria de las víctimas y engordar proyectos separatistas excluyentes, que no reniegan de sus fines y ni siquiera repudian los medios.
Si todo ello es hiriente en sí mismo, lo es aún más por la influencia artificial que los nacionalistas tienen en el conjunto de la política española, fruto en exclusiva de la negligencia de un líder de pega como es Sánchez. Porque si es negativo que el PNV, Bildu, Junts o ERC se acerquen a la hegemonía en sus regiones, mucho más lo es que además elijan al presidente del Gobierno y orienten, desde la burda extorsión a la que él elige prestarse, la gobernación española.
De estos comicios sale reforzado el nacionalismo, desgraciadamente, pero además muy debilitada la España constitucional, en manos de unos mercaderes que intercambian favores espurios con objetivos antagónicos.
Porque no se puede liderar a España gracias a quienes no creen en ella, ni se pueden defender los intereses generales sometido a los chantajes de una minoría dispuesta a transformar la Presidencia en una herramienta más de sus siniestros planes.
La inestabilidad provocada por la codicia de Sánchez no se limita ya al auge de movimientos identitarios por toda España, y en especial en el País Vasco y Cataluña, sino que amenaza el futuro de una Nación convertida en moneda de negociación bastarda entre socios de una vulgar, empobrecedora y peligrosa alianza.
La crisis sistémica que ya era evidente da otro paso hacia el precipicio con un resultado en el País Vasco que, unido a todas las capitulaciones ya en marcha de Sánchez, debería encender todas las alarmas democráticas y estimular nuevas respuestas antes de que sea tarde.
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