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24 de abril de 2024

En primera líneaAntonio Bascones

La palabra, ¿es necesaria en nuestra sociedad?

No debemos olvidar la palabra, la tertulia, la conversación lenta y reposada. Debemos volver a ella, pues en este lugar encontraremos la templanza del saber, la ponderación de la opinión justa y la prudencia de nuestros actos

Actualizada 02:03

En las relaciones sociales, en los encuentros entre las personas, la palabra es el armazón sobre el que se sustenta la transmisión de conocimientos. En un intercambio de ideas, la palabra cobra su justo significado y sirve para agavillar, una con otra, la doctrina de nuestro pensamiento.
Ya en la Academia griega, con Platón, Isócrates, Lisias, Demóstenes y otros muchos a la cabeza, se desarrolló el arte de hablar. La retórica era la base de la oratoria, el arte de la elocuencia, por la que un maestro trataba de transmitir un conocimiento anclado, muchas veces, en largas abstracciones en soledad. El debate de las ideas, y aquí quiero hacer un homenaje a la cabecera de nuestro diario, es el centro de la vida pública en los jardines de Academo en Atenas. Hoy día esto se ha traslado a otros entornos como son los periódicos, sean en papel o digitales, las Academias, la Universidad, foros en los que sobre un pensamiento se agrupan conceptos, opiniones, juicios que llevan a la arquitectura de una reflexión intelectual.
Cuando un escritor trata de expresar una hipótesis busca entre su armazón lingüístico la mejor palabra que pueda expresar su cábala, el bosquejo de la idea central que quiere manifestar. A veces esto no es fácil, pues entre lo que quiere decir y lo que el lector entiende, hay un camino que puede ser impenetrable para el pensamiento de ambos. Por eso es necesario tratar de encontrar la palabra justa, ponderada, prudente que nos lleve a conseguir este nexo de relación entre los contertulios.
tertulia

Lu Tolstova

La palabra es importante, por no decir definitiva, en la relación médico-paciente. Entre ambos se conforma un triángulo que comienza con la mirada al entrar el paciente en la consulta, después sigue el tacto, el encuentro con la mano, las epidermis se tocan y transmiten sensación de cercanía, y finaliza con la palabra, ese nexo de unión en el que se centra una interrelación personal. La mirada, el tacto y la palabra conforman un entramado sutil que lleva a que el diagnóstico sea más creíble, más sincero, más auténtico.
La palabra es fundamental en la relación entre el profesor y el alumno. Mediante ella, el primero cincela, esculpe la personalidad del segundo y como el escultor modela el barro o la piedra, el maestro lo hace con el alumno al que incrusta valores en un deseo de bosquejar una personalidad sólida que se pueda enfrentar a los embates de la sociedad. Esta palabra puede ser positiva, en caso de que el profesor tenga esta manera de pensar o puede ser negativa si está imbuido de pensamientos ideológicos negativos.
Pero hay un ámbito en el que la palabra cobra su sentido más prístino, más primitivo. En España las tertulias famosas como las del café Pombo, Comercial, Gijón, Café Suizo, Colonial y tantos otros, sirvieron para realzar la figura de la palabra, de la conversación en su sentido más amplio. Allí personalidades de la talla de Pío Baroja, Marqueríe, Díaz Cañabate, Umbral, Alfonso Paso, Valle Inclán, Cajal, Jardiel Poncela, los hermanos Machado, Cela y tantos otros, cuya exposición haría largo este escrito, supieron marcar un tiempo de reflexión, de transmisión, dejando un poso intelectual en sus encuentros. Estas tertulias tienen su origen en el siglo de oro y más tarde en el XVIII, la tertulia de los neoclásicos en la Fonda de San Sebastián, Fernández Moratín, Samaniego, Jovellanos y hasta pintores como Goya, asistían, de manera sistemática, a entablar conversaciones intelectuales. Buena prueba de ello fue también la tertulia del Príncipe, hoy teatro español, donde se congregaban Larra, Espronceda, Ventura de la Vega y Mesonero Romanos. Todos recordamos el famoso cuadro de Gutiérrez Solana en el café Pombo con Ramón Gómez de la Serna y otros. Una muestra de la importancia que adquirieron estas tertulias a lo largo de los tiempos. En el café del Prado, cerca del Ateneo, se sentaron en diferentes épocas Bécquer, Ramón y Cajal, Menéndez Pelayo, Lorca y otros como Buñuel. La generación del 27 adquirió mucha enjundia gracias a estos encuentros literarios. Al café Gijón, rompeolas de todos los madriles, rompeolas de las Españas, en palabras de Machado, acuden Gerardo Diego, Julián Marías, Manuel Alcántara, César González Ruano, Fernando Fernández Gómez que creó el premio café de Gijón, Alfonso Paso, Manuel Vicent. Allí acudía regularmente el gran Agustín de Foxá, y no solo por su complexión, Y pensar que no puedo en mi egoísmo / llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja; / que he de marchar yo solo hacia el abismo, / y que la luna brillará lo mismo / y ya no la veré desde mi caja.
No debemos olvidar la palabra, la tertulia, la conversación lenta y reposada. Debemos volver a ella, pues en este lugar encontraremos la templanza del saber, la ponderación de la opinión justa y la prudencia de nuestros actos.
  • Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España
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