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Ceuta y Melilla, en primera línea de saludo

Aquello fue todo menos una reunión. El espíritu de Berlanga sobrevolaba el despacho. La tele encendida porque Trujillo quería seguir el debate del pleno. No atendió a lo que dijimos, y solo ella sabe si entendió lo que se dijo en el hemiciclo. Fue tan surrealista que el encuentro fue, por fortuna, breve

Cuando «España me duele», en palabras de Miguel de Unamuno, y en este tiempo cada día más, no es moral quedarse callado. Y lo digo a cuenta de las afirmaciones de la exministra María Antonio Trujillo, diciendo en Marruecos que Ceuta y Melilla «son vestigios que interfieren» en las relaciones de España con el Reino Alauí.
Cabe recordar que esas declaraciones se produjeron en presencia de Zapatero. Dijo esos días en Marruecos que los saharauis se conformasen con la autonomía, lo que de inmediato llevó a la izquierda a quemar las calles de Madrid.
Ceuta y Melilla son tan españolas como cualquier otra región de nuestro país. El de ellos no es un patriotismo de boquilla, está esculpido en piedra desde hace siglos. Españolidad que se renueva cada día que amanece, por vocación y porque conviven con un vecino que ansían para sí las ciudades autónomas y los islotes. Unos vecinos de al lado –y de más abajo– que presionan porque son ciudades frontera de la UE: una de las líneas fronterizas de mayor desigualdad de renta per cápita del mundo. Aunque gracias a Sánchez las diferencias se están acortando: si nos atenemos a los datos del Banco Mundial somos más pobres que cuando llegó en 2018.
Permítanme una anécdota con esa Nobel en potencia que es la Sra. Trujillo. Recuerdo cuando fui directivo en una multinacional estadounidense, fui a visitarla al Congreso a finales de 2008 con el director general de la empresa. Teníamos interés en intercambiar ideas sobre política de vivienda. Aquello fue todo menos una reunión. El espíritu de Berlanga sobrevolaba el despacho. La tele encendida porque su señoría quería seguir el debate del pleno. No atendió a lo que dijimos, y solo ella sabe si entendió lo que se dijo en el hemiciclo. Fue tan surrealista que el encuentro fue, por fortuna, breve.

Lu Tolstova

El día de Navidad estaba al caer y mi jefe quiso que la celebrásemos a la salida de la reunión. Me encontró abatido, me preguntó qué me pasaba:
–¡Qué nivel, Antonio! Hoy en España cualquiera puede sentarse en el Consejo de Ministros, pero es que además esta señora tiene un doctorado y es profesora universitaria. ¿Qué filtro no ha funcionado en la Universidad? Y me lo cuestiono como nieto de maestros, hijo y sobrino de catedráticos. ¡Desolado, Antonio, estoy desolado!
Puede ver el amable lector que sigue ahí que vienen de lejos los fenómenos almodovarescos del estilo «Díaz, Montero, Garzón y otras chicas del montón». Y no les quepa duda, Zapatero fue el precursor y padrino de Podemos, sus juventudes de partido deseadas. Otro «éxito» en el haber político del personaje. ¿Cuándo fue el 15-M? «¡Pues eso!», que diría el otro «lumbreras». Seguro que el avezado Núñez Feijóo es consciente del plan de «la banda» de embarrar sin límite el final de legislatura.
Años después, y siendo ministro, me llevó a Melilla mi maestro García-Margallo, después del terremoto que sufrió la ciudad en 2016. Fue un viaje entrañable y muy interesante. Melilla fue su primera plaza política, también donde falleció en 1893 su bisabuelo, el general Margallo, en la primera campaña del Rif.
No hacía falta viajar a la ciudad autónoma para que sus habitantes tuviesen mi admiración y profundo respeto. Hoy cabe subrayarles a ceutíes y melillenses que millones de españoles les profesamos solidaridad, agradecimiento y cariño. Y nuestro compromiso de que les defenderemos sin titubeos de esas mentes pequeñas que se atreven a cuestionar su anclaje en España.
  • Tomás Poveda fue director general de la Casa de América y de Diplomacia Pública en el Ministerio de Asuntos Exteriores