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29 de abril de 2024

TribunaMaría Solano

Inteligencia artificial: primero escépticos, después ignorantes

La consecuencia es que, cansados de dilucidar si al Papa se le ha ido la cabeza y ahora se somete la dictado de la moda de lujo, acabaremos por no creer nada de lo que nos circunda y el escepticismo será nuestra máxima

Actualizada 01:30

Las imágenes del Papa ataviado con un imposible abrigo blanco digno de la Semana de la Moda de Milán, dieron la vuelta al mundo. Generadas por ordenador en solo unos segundos (hasta hace unos meses, las habríamos generado, también por ordenador, en solo unos minutos, con cualquier programa de edición de vídeo y unos años antes, mediante técnicas mucho más artesanales de revelado), saltaba a la vista que eran falsas, no por los defectos de forma, sino porque nos cuesta mucho imaginar al Pontífice de Roma vestido como para desfilar en una pasarela de moda. El contexto fue lo que hizo el resto y la noticia de la falsedad de la noticia se viralizó tan rápido como la falsedad.
El problema de la creación de contenidos con inteligencia artificial no es que haya venido a inventar la rueda, que ya estaba inventada, sino que genera materiales –textos, imágenes, sonidos– aparentemente ciertos que podrían ser falsos en cantidades tan elevadas que la verdad empieza a resultar anecdótica. Como no disponemos de herramientas eficaces al alcance de nuestra mano para determinar cuáles son falsos y cuáles no, todo queda a merced de nuestro pensamiento crítico. Es fácil dilucidar que el Papa no suele ir vestido con estrambóticos abrigos, pero nos puede resultar más complicado garantizar que realmente no se ha reunido con Vladimir Putin, ficción fotográfica que obtendríamos en milésimas de segundo.
Inteligencia Artificial: primero escépticos, después ignorantes

Lu Tolstova

Para poner en duda la fotografía del Papa con su abrigo blanco, necesitamos saber previamente quién es el Papa, qué representa el Pontificado para la sociedad, qué es la moda, qué rasgos son los distintivos de unas determinadas marcas de lujo, qué códigos de diseño son utilizados para el Santo Padre y cuáles para una pasarela de moda, y nuestro cerebro, a una velocidad mucho mayor que la de la inteligencia artificial, concluye que, cuanto menos, hay algo raro en esa imagen porque los patrones no cuadran con lo previamente aprendido.
Con la irrupción del contenido generado por inteligencia artificial, ante la inevitable avalancha de contenidos que no serán verdaderos, creados en segundos y en cantidades ingentes, nos tendremos que esforzar enormemente en dilucidar a qué mensajes merece la pena prestar atención y retenerlos porque esa información puede resultar valiosa para nosotros y cuáles debemos obviar porque son una pérdida de tiempo cuando no una intoxicación informativa.
Los papeles que tradicionalmente confiábamos como sociedad a los medios de comunicación (determinar qué es importante y contrastar la información para conocer los hechos) han dejado de ejercerse en las redes sociales. Ahora, solo recibimos aquello que el algoritmo sabe que nos interesa (sea importante o no) y nos dejan a nosotros toda la responsabilidad sobre la verificación del contenido. La consecuencia es que, cansados de dilucidar si al Papa se le ha ido la cabeza y ahora se somete la dictado de la moda de lujo, acabaremos por no creer nada de lo que nos circunda y el escepticismo será nuestra máxima.
Sin una creencia firme y sólida, nuestros conocimientos ulteriores se irán debilitando cada vez más, porque no los podremos anclar sobre fundamento verificado alguno. Tendremos entonces sociedades que, sin verdad a la que asirse, sean más fácilmente manipulables, porque la democracia habrá perdido su piedra angular: saber lo que pasa para votar en conciencia. Y poco a poco todo acabará por dar igual a todo el mundo. Nadie se fiará ya de nada. Dar mensajes verdaderos será irrelevante porque minutos después se habrán multiplicado los falsos con igual o mayor intensidad. La sociedad perderá su capacidad de razonamiento crítico porque no habrá punto de partida cierto. Y todo esto habrá pasado porque habremos perdido la confianza y no podremos dedicar tiempo y esfuerzo suficientes a ser cada uno cada minuto nuestro propio verificador. Acabará siendo más cómodo vivir en la ignorancia. Y una sociedad ignorante está abocada al fracaso.
  • María Solano Altaba es decana de la Facultad de Humanidades y CC. de la Comunicación de la Universidad San Pablo CEU
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