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29 de marzo de 2024

En primera líneaÁlvaro de Diego

Verdad y agenda informativa

La información relevante de interés público crea audiencias persistentes, a juicio de McCombs, y, lo que es mejor, construye sociedades auténticamente democráticas

Actualizada 13:31

Que la verdad hace libres a los hombres no es menos cierto que habitualmente resulta incómoda, muy incómoda. La agenda setting constituye una de las más sugestivas teorías en torno a los efectos poderosos de los medios de comunicación. Su principal autor, el estadounidense Maxwell McCombs, postula desde hace varias décadas cómo los grandes grupos multimedia seleccionan y subrayan algunos temas informativos, arrojando a la oscuridad otros, que simplemente acaban por no existir para el ciudadano medio. En función de intereses políticos, económicos o ideológicos, editores y responsables de redacción configuran las dimensiones y límites del campo de conocimiento del público. Un sagaz militante del periodismo franquista ya lo intuyó hace muchos años al desvelar que si «la noticia es lo que los periodistas creen que interesa a los lectores, por tanto la noticia es lo que interesa a los periodistas».
¿Podría pensarse que en un marco democrático de libertades -que incluye, como es natural, las de prensa la irrupción de lo digital suavizaría la «fijación de la agenda»? Nada más lejos de la realidad. Los grandes líderes informativos y formadores de la opinión perseveran en su decisiva preferencia de lo que estiman susceptible de cobertura. En consecuencia, los ciudadanos continúan ignorando la parte de la actualidad que se les escamotea en el proceso informativo. Uno de los principios deontológicos básicos del periodismo, el de editorialización post-relato, nos recuerda que únicamente se debe opinar sobre aquello de lo que previamente se ha informado. Si consideramos que se opina sobre una parte fragmentaria de la realidad, coincidiremos con McCombs en que «unos pocos sitios dominan el mercado de las ideas».
La reacción noticiosa y editorial a los atentados terroristas de París de 2015 fue un caso bien ilustrativo. Días después del ataque criminal contra la sede de Charlie Hebdo, apenas nadie había reparado desde Occidente en las reiteradas, valientes y oportunas proclamas del mandatario egipcio a favor de una reforma en el Islam. Sí lo hizo el columnista conservador Jonah Goldberg, que denunció expresamente el olímpico desprecio mediático a las declaraciones del mariscal Al-Sisi. En nuestro país, muy probablemente solo un portal de noticias, y católico para más señas, dio cuenta de la alocución del citado jefe de Estado en la Universidad de Al-Azhar. En el más prestigioso centro teológico del Islam suní, Al-Sisi, quien asistiría pocos días después a la celebración de la Navidad copta -otra novedad informativa silenciada en nuestros medios-, exigió una «revolución religiosa» y responsabilizó ante Dios a imanes y muftíes de una hipotética -y más que probable- deriva radical de los musulmanes. Ese mismo centro universitario acusó a la publicación satírica francesa de «azuzar el odio» cuando aún no había salido a los quioscos el número siguiente a los atentados. Esta vez sí, como era de prever, la prensa europea recogió el pronunciamiento. Mientras, el diario de información general más difundido en nuestro país, que en diciembre se acordó de Egipto únicamente para denunciar la redada policial contra un baño público cairota, informaba finalmente de la absolución de los «acusados de indecencia».
La información relevante de interés público crea audiencias persistentes, a juicio de McCombs, y, lo que es mejor, construye sociedades auténticamente democráticas. A fin de cuentas, Kant basó en el «principio de publicidad» el necesario contrapeso al poder político. La trasparencia desvela intereses muchas veces contrarios a las demandas legítimas de los ciudadanos. También puede aplicarse a la agenda oculta de los medios. De ahí la absoluta necesidad de un medio como El Debate, que, en línea con lo auspiciado por Ángel Herrera Oria, desvele verdades incómodas. 
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