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TribunaCarlos de Urquijo

La medalla del amor

Ojalá seamos capaces entre todos de crear las condiciones para que políticos valientes puedan defender como se merece algo tan básico como la igualdad de todos los españoles y la unidad de nuestra nación

La cumbre entre los Gobiernos de España y Marruecos y las ausencias con las que ha contado han dejado en un segundo plano una noticia importante: el acuerdo entre el PSC y ERC para la aprobación de los presupuestos de la Generalidad de Cataluña. La docena de acuerdos alcanzados en Rabat no son para España menos significativos que el firmado en la plaza de San Jaime de Barcelona.
No tiene sentido lamentarse por los desaires de nuestros vecinos, los ganamos a pulso. Una nación que no es capaz de sostener su fortaleza interior es imposible que pretenda ser respetada en el exterior. Lo ocurrido el miércoles en Barcelona no aleja la política de bloques tal y como han anunciado los socialistas, digámoslo con claridad, es un acta de rendición. El acuerdo presupuestario es la claudicación de Pedro Sánchez frente a los golpistas catalanes para seguir en Moncloa.
Desgraciadamente la fortaleza de España cotiza a la baja desde que Pedro Sánchez llegó al Gobierno. Su alianza con los proyectos independentistas de EH Bildu –la ETA política– y ERC –los golpistas catalanes– lejos de amainar su ímpetu rupturista lo espolean. Salvando las distancias, las últimas reformas del Código Penal recuerdan a Chamberlain y Daladier en el pacto de Munich tratando de agradar a Hitler. No es necesario recordar los resultados de la política de apaciguamiento.
El apoyo a los presupuestos de Aragonés se otorga después de que Sánchez y Bolaños insistan cada semana en que la situación de Cataluña es extraordinaria y nada tiene que ver con la de 2017, poco menos que un remanso de paz y armonía. Para desmontar esta falsedad es suficiente recordar dos declaraciones recientes del presidente de la Generalidad. La primera de octubre del año pasado en el discurso que pronunció con motivo del quinto aniversario de su desafío. Sus palabras textuales fueron: «Hicimos el referéndum del 1 de octubre y haremos que Cataluña vuelva a votar». La segunda es más reciente, del mes pasado, coincidiendo con la visita de Macron a Barcelona: «La realidad es tozuda, y sigue existiendo una mayoría sólida y transversal de la sociedad que quiere resolver democrática y pacíficamente su futuro. No vamos a renunciar a decidir libremente el futuro del país».
Es evidente pues que ni el PSOE de Sánchez ni la ERC de Aragonés han cambiado, lo único que lo ha hecho es la capacidad de respuesta de los españoles frente al desafío independentista. Ahora nuestro Código Penal no recoge el delito de sedición y rebaja las penas por malversación. Si a ello añadimos la colonización del Tribunal Constitucional por magistrados afines al Gobierno, cuatro años más de Sánchez pueden ser letales para la integridad de España.
Conviene no olvidar también que el separatismo catalán y vasco han sido siempre vasos comunicantes. Se han ido cediendo el testigo para no perder fuelle en su lucha contra España. Primero fueron ETA y el plan Ibarretxe, cuando perdieron gas, fueron relevados por Artur Más y Carod Rovira. Agotados estos, llegaron Puigdemont, Oriol y Aragonés y, antes de que se cansen, recogerá el testigo Otegi desde Elgoibar para desafiar al Estado en las elecciones autonómicas del verano de 2024.
Pues bien, la penúltima iniciativa de Sánchez para frenar la ruptura de España ha sido obligar a Illa a que acompañe los votos del PSC a los presupuestos con la medalla del amor para Aragonés. ¿Recuerdan aquel regalo cursi de los años setenta, la medalla llevaba grabada la inscripción «hoy te quiero más que ayer pero menos que mañana»? Pues en eso están, tanto quieren a los que traicionan a España que no les queda ni una gota de cariño para defender la unidad que consagra el artículo dos de nuestra Constitución.
Y termino, en Cataluña hay políticos dispuestos a combatir sin complejos al separatismo, pero necesitan los votos que les permitan obtener la fuerza necesaria para ser determinantes. Por desgracia, el temor reverencial histórico al nacionalismo ha hecho que algunos, como Arrimadas, salieran corriendo sin dar la batalla pese a ganar las elecciones y otros, como Illa, regresaran para ponerse a disposición de los golpistas. Ojalá seamos capaces entre todos de crear las condiciones para que políticos valientes puedan defender como se merece algo tan básico como la igualdad de todos los españoles y la unidad de nuestra nación.
  • Carlos de Urquijo fue delegado del Gobierno en el País Vasco