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Juan José R. Calaza

¿Minorías egregias o minorías engreídas? (Una tal Pam&Cia.)

El autor substituye irónicamente el concepto orteguiano de minorías egregias por el de minorías engreídas, que tanto predicamento tienen en España, sobreactuando en una estética Drama Queen que merecería ser estudiada por la sicología. En este sentido, el caso español es casi único en Europa

En España invertebrada atribuye Ortega a las minorías egregias la capacidad de urdir un sugestivo proyecto de vida en común. Temo, no obstante, que nuestro problema nuclear no es la falta de una minoría egregia sino la abundancia de inmensas minorías engreídas.
De joven creía uno que ser de izquierdas se caracterizaba por apertura y predisposición al cambio y a nuevas experiencias. Siendo los elementos constitutivos de la Openness la imaginación activa, la sensibilidad estética, la atención a las vivencias internas, gusto por la variedad, curiosidad intelectual e independencia de criterio. Y ser de derechas era ser convencional en conducta y apariencia, preferir lo familiar a lo novedoso y ser, social y políticamente, conservador. Sobra decir, yo estaba completamente equivocado, eso no era ser de izquierdas, eso era ser joven.
En ausencia de intereses creados, hay algo de enfermizo en sostener toda la vida el mismo ideario político, o de otra índole, aunque la objetiva realidad lo desmienta. Parece indicativo de amígdala en mal estado. Incluso las ciencias evolucionan, las hipótesis se reconsideran o se substituyen por otras. Cualquier persona, por su experiencia, debe cambiar de opinión al menos dos veces en la vida, si no fuera así sería incapaz de aprender.
Lo que me desagradó en los ambientes de izquierdas que frecuenté, en varios países, y me hizo evolucionar, no fueron las ideas (nadie conoció el capitalismo como Balzac y Marx) sino el confort moral de intelectuales y militantes: se cargaban de superioridad moral. Esa superioridad moral, insufriblemente sesgada, que leemos en los editoriales de El País, Le Monde, The Guardian, The New York Times, etc. (madrigueras del peor capitalismo hipócrita y oportunista). Como no había tal superioridad (lo sabían) y vivían en la contradicción capitalista en la que habita casi todo el mundo, también en China, acababan resultando insoportables, en la relación del día a día, al echar mano cada dos por tres de sesgos de confirmación.
El mecanismo de evacuación de las contradicciones, por los desagües de la conciencia, se resume aceptablemente en un concepto bastante socorrido entre los sicólogos: disonancia cognitiva. La disonancia cognitiva puede interpretarse de varias formas. La más sencilla es que los humanos tendemos a vivir en el confort moral e intentamos eliminar lo que nos prive de ese confort por la incoherencia de nuestro comportamiento. Cuando de forma más o menos consciente nuestro comportamiento no corresponde a la idea que queremos tener de nosotros entra en juego la disonancia cognitiva. Uno de los efectos colaterales perversos del capitalismo (o de Occidente) es que muchas personas no se encuentran a gusto moralmente por nadar en la abundancia o tienen mala conciencia por ser blancas o vivir, y vivir bien, en países avanzados, etc. Para alcanzar el confort moral desencadenan comportamientos cognitivamente disonantes que refuerzan los sesgos de confirmación. Recuerden aquella heredera Vanderbilt que avergonzada de ser tan acaudalada, entregada al mecenazgo subvencionó la edición de 500.000 ejemplares de The Capital. Eso sí, en papier glacé.
Con el relativismo y el desnorte intelectual galopante que está viviendo Occidente, el pensamiento mágico izquierdista campa a sus anchas bien pertrechado de medios legales discriminatorios –y otras Affirmative Actions– suministrados intelectualmente desde el doliente capitalismo de las universidades estadounidenses. Los herederos directos o indirectos de la escuela de Fráncfort causaron estragos en EE.UU. y Europa dando alas al relativismo intelectual cristalizado en una especie de todo vale o todas las opiniones son respetables. Verbigracia, en el cauce del oscurantismo New Age, entre druídico y majara, proliferan terapias pretendidamente científicas que utilizan símiles, lenguaje y razonamientos traídos de la física cuántica para mantener imposturas que nunca vi impugnar a los que con tanta vehemencia se levantan contra los milagros de Lourdes. Los derroteros alienantes que ha tomado el uso inapropiado de la ciencia para dar aparente solvencia a terapias cuánticas místico-medicinales no pertenecen al parecer al negociado de timos dignos de ser denunciados. ¿Exagero? Recuerden aquella ministra de Sanidad, Leire Pajín, sus pulseritas sanadoras y la vehemente profecía de una nueva era por la confluencia astral de Obama y Zapatero. O sea, la izquierda era eso.
Lo anterior es común a todos los países capitalistas –ahí están, insisto, los abrevaderos ideológicos en que se han convertido los campus universitarios– no obstante España tiene sus especificidades. Por ejemplo, una tal Pam, arquetípica Drama Queen sin desmerecer a su jefa y sin embargo colega. Como su nombre indica, los/las Drama Queens dramatizan a lo grande. Que se note. Estos/as indignados/as profesionales manifiestan marcados rasgos de inadaptación social –sin entrar forzosamente en alguna categoría clínica– viven mal sus vidas y se lo hacen pagar al entorno personal, social y profesional.
Fuera de la investigación clínica, los comportamientos manipulativos se estudian en el contexto de la Triada oscura, rasgos de la personalidad que incluyen relevante sicopatía sub-clínica. Es decir, todos somos manipuladores, narcisistas y maquiavélicos sin estar forzosamente trastornados. Depende del grado. Por ejemplo, los/as Drama Queens manipulan a los demás justificando su comportamiento desde la victimización. Intentar influir a los demás para que sirvan a los fines del manipulador no siempre tiene una finalidad perversa. Verbigracia, la dramatización y puesta en escena de la que hacen gala los ecologistas poniendo a la Tierra como víctima tiene como finalidad que Sánchez vaya en bicicleta a los conciertos y aparque el Falcon Crest (risas).
¿Qué voy a contarles a ustedes que no sepan ya respecto al patológico supremacismo catalanista o euskaldún? Ese discurso gratuito que expelen las inmensas minorías engreídas, deponen por la boca, sin la mínima reserva ni fundamento, porque sí, incluyendo calumnias y chismorreo contra los españoles, (txakurras, animales, etc.) esa patología racialista que no debe tomarse como rasgo de fortaleza de carácter y entereza para decir la verdad sino como rasgo enfermizo (clínicamente catalogado) que lleva a expresar opiniones extravagantemente delictivas sin atenerse a las consecuencias sociales, judiciales o políticas que puedan acarrear. Porque no las sufren. Y en las raras circunstancias en las que el Estado aparece se perciben a sí mismos como víctimas. Se sirven de la victimización exhibicionista para justificar la manipulación: puesto que me agreden, agredo. De hecho, se sabe que hay numerosos casos subclínicos (no diagnosticados) de políticos sicópatas -bien integrados socialmente- difícilmente detectables a primera vista.
Si bien se mira, el narcisismo (en sentido clínico) se caracteriza por grandiosidad, ampulosidad, megalomanía, arrogancia/orgullo egotismo y falta de empatía (Junqueras). El maquiavelismo se caracteriza por la manipulación y explotación de los otros, focalización en el propio interés y engaño a terceros sin el mínimo escrúpulo moral (Sánchez). La sicopatía se caracteriza por comportamiento antisocial habitual o perdurable, búsqueda de la acción, forma primaria de egoísmo, insensibilidad e implacabilidad o ausencia de remordimientos (Otegi).
Con la extensión de las redes sociales ha aflorado públicamente un tipo de personaje propenso a dramatizar (drama-prone, en la jerga de los especialistas anglosajones) cuya nocividad hasta hace poco quedaba inscrita en el ámbito personal –familia y amigos- o profesional. También en este medio la militancia nacionalista periférica, y asimilados, se excede en la manipulación agresiva y exhibicionismo en la victimización. Entre las asimiladas minorías engreídas, recuerden, aunque son legión, el caso de Alba González Camacho, Loba Roja, que pidió en Twitter la muerte de Rajoy a manos del Grapo. Y después se presentó, y la presentaron, como víctima en la misma red social. O el caso de Guillermo Zapata, concejal podemita de Ahora Madrid, gracioso antisemita, sacado por los suyos en procesión en tanto víctima de la persecución derechista contra la libertad de expresión. Por cierto, Loba Roja rima con Puta Coja que es lo que llamó una tal Pam, epítome de la minoría engreída, a una camarada de partido que le hacía sombra.
  • Juan José R. Calaza es economista y matemático