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TribunaAlberto Gil Ibáñez

Lo que Europa le debe a España

El mundo hispano necesita hacer «historioterapia» para recuperar la autoestima robada

Actualizada 01:30

Se suele afirmar que la idea de la construcción europea «occidental» nace cuando Carlomagno logra que la Iglesia unitaria se impusiera sobre las territoriales, distinción que se fortalecería con las cruzadas (ejm. A von Martin). Pero esta tesis franco-germana olvida que fueron los países del sur de Europa –Grecia, Italia, España y Portugal– los que crearon el entramado político, moral y filosófico sobre el que luego se construiría Europa y los que permitieron que fuera ésta, y no otras regiones competidoras, la que predominara por tierra y mar. Destaca el significativo desprecio (ejm. Masson de Morvilliers) hacia la decisiva contribución de España a la construcción de Europa, así como el olvido de que fueron otros los que se opusieron a la Universitas Christiana de Carlos I/V.

Para el historiador Felipe Fernández Armesto es en 1492 cuando nace la Modernidad. Esa fecha mantiene viva a una Europa que corría serios riesgos de desaparecer o acabar siendo conquistada por otras fuerzas más pujantes. A finales del siglo XV el continente asiático tenía todas las de ganar para alcanzar la hegemonía mundial. Europa era un lugar despreciado, atrasado e ignorado y el Imperio romano de oriente había sido conquistado por el Otomano (1453) mientras la India, el islam, China y el resto de Asia oriental la superaban en riquezas, arte e inventiva. ¿Y qué hubiera ocurrido con el cristianismo? Habría quedado como una religión minoritaria y casi intrascendente frente al islam o las religiones orientales; un pequeño ejemplo de lo mucho que también nos debe Roma.

Sólo a partir de 1492 puede hablarse con propiedad de un solo mundo y una sola especie humana. Dicho acontecimiento sólo será superado cuando otros pioneros encuentren vida inteligente en un planeta hasta ahora ignoto. Pero no es lo único relevante que Europa debe a España. Fue San Isidoro de Sevilla el que elaboró una de las primeras recopilaciones del saber occidental (Etimologías), más utilizadas fuera de nuestras fronteras. Y fue Alfonso X «el sabio» el que se ocupó de que Europa recuperara el saber griego perdido a partir de recopilaciones árabes. Fueron estos textos en latín los que estudiarían el resto de europeos. ¿Y qué habría pasado si la dominación árabe hubiera continuado más allá de los Pirineos o si Lepanto se hubiera perdido?

Todo esto debía ser olvidado para crear la ficción de una Europa construida sin España. De manera significativa sorprende el proceso de cancelación del siglo XVI hispano donde la Escuela de Salamanca encabeza una red de universidades que moderniza el pensamiento occidental. Francia presume de tener a Descartes como el fundador del pensamiento racional y moderno, ocultando que su obra es tributaria de las Diputaciones Metafísicas de Suárez (la obra filosófica más influyente de la época) y que bebe de la influencia de Gómez Pereira. Algo semejante pasaría con Spinoza, por cierto de origen sefardita, que debía mucho igualmente a Francisco de Suárez como él mismo admitió. A Inglaterra se le concede contar con Francis Bacon como el fundador del pensamiento empírico-científico, ignorando que le había precedido García de Céspedes con su Regimiento de Navegación al que copia (por de pronto la portada). En parecido sentido, «debía» ignorarse que fue un tal Domingo de Soto quien influyó en Galileo y Newton y debía minusvalorarse que la concepción de Vitoria del «totus orbis» o el «orbe todo» deriva el soporte teórico de lo que luego será el Derecho internacional, las declaraciones de Derechos Humanos o la propia ONU. Algo tan gigantesco y revolucionario no podía ser obra de hispanos y católicos. Hay muchos otros ejemplos, como la sustitución de la «recta razón» neoescolástica por la «razón de Estado» de la Paz de Westfalia (1648).

No es ningún «chauvinismo» a la española, sino la constatación de un clima hispanófobo reinante donde los golpes de pecho no nos han permitido ver el bosque de nuestras aportaciones reales a Europa y a occidente. El Pew Research Center llevó a cabo entre 2015-2017 una encuesta en 34 países europeos. El país que mostró más baja autoestima colectiva fue España, menor que, por ejemplo, la de Estonia. Esto no es baladí pues nuestra autoestima individual está relacionada con la colectiva de los grupos a los que pertenecemos, nos guste o no. Afecta por tanto a la salud de los pueblos, al funcionamiento de las instituciones y hasta a la economía ¿No es ésta también un estado de ánimo?

El mundo hispano necesita hacer «historioterapia» para recuperar la autoestima robada. Si Francia o Inglaterra hubieran descubierto América en 1492, ¿habrían permitido que el Sacro Imperio Germánico sobreviviera como marca de prestigio o lo habrían sustituido por el Sacro Imperio Franco o Británico?

  • Alberto Gil Ibáñez es autor del libro El Sacro Imperio Romano Hispánico. Una mirada a nuestro pasado común para una nueva Hispanidad
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