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TribunaLuis Javier Montoto de Simón

'Jarabe sedante'

Incluyo en la invitación a propios y a extraños, es decir a los aficionados a mi 'jarabe' y a los negacionistas de sus buenas propiedades. Entre estos últimos a un miembro de nuestro gobierno que atiende por López, de nombre Óscar, inventor del concepto 'whiskigate'

Cada vez que viajo en avión, y éste levanta el vuelo, disfruto pensando en la satisfacción que sentiría uno de los mayores genios de la historia: el gran Leonardo da Vinci, cuyas máquinas, surgidas de su gran imaginación y, pese a no poder culminar el gran proyecto de elevar su estructura por el aire, animaron a no pocos aventureros, centurias más tarde, a desafiar las leyes de la gravedad superando un reto que parecía imposible de llevar a cabo nunca.

Pero el momento llegó y la técnica desarrollada por la inteligencia humana me ha permitido desplazarme a lugares de nuestro planeta a los que difícilmente podría llegar en el transcurso de unas pocas horas y de la forma más cómoda posible. En cuanto se estabilizó el aparato con el rumbo programado por el piloto inicié mi inveterada costumbre de la lectura del libro que había elegido para ese momento: Jarabe sedante de Joan Butler, autor irlandés de novelas de humor, entre las que figuran una serie de títulos tan sugerentes como El tiro por la culata, Pepinillos en vinagre, Fastidiando a la limón, Al pan vino y al vino pan, y otros por el estilo. Y digo autor porque Joan Butler nació como Robert William Alexander un 21 de noviembre de 1905, aunque luego por mor de la escritura cambió su identificación para los lectores de sus obras.

Pese a todo, hubo un entendido intelectual diletante que me aseveró que era una gran escritora, muy interesante y que su estilo mejoró mucho cuando pasó de la novela de terror a los relatos románticos. Una vez más comprobé que la ignorancia es muy osada, y que la modificación transgénero no pasa, algunas veces, necesariamente por una oficina administrativa como ocurre en estos tiempos que nos ocupan actualmente. Cuando llevaba una veintena páginas, descubrí que uno de los personajes, inveterado cazador de todo lo que se pusiera al alcance de su escopeta, compartía esta afición con el deleite que proporciona la bebida oficial de Escocia, lugar donde se desarrolla la historia de este relato. Compartiendo, por mi parte, esa misma afición, de forma moderada y conveniente dosificada, me acordé de la experiencia que tuve en una cata de whisky durante un recorrido por la escocesa isla de Skye al pasar por una destilería de cierta fama y consideración turística. Aprendí en esa ocasión varios detalles que he incorporado a mi forma de disfrutarlo. En ocasiones, acompañarlo con alguna onza de chocolate puede aportar matices insospechados al paladar y que, consumido en pequeños dedales, seco, sin agua ni hielo, es la mejor manera para apreciar los matices más hondos y duraderos. Incluso un detalle no menor: la segunda dosis mejora el bienestar del cerebro, la atención se incrementa y la capacidad imaginativa brota con mayor fluidez; detalle que espero no olvidar nunca. Y como en tantas cosas en la vida su difusión se debió a circunstancias no previstas. Una epidemia de la «filoxera» afectó a las viñas, por lo que se encareció el brandy, al que eran tan aficionados los ingleses y permitió la difusión del whisky.

Ya desde el siglo XV, el brebaje que bebían los habitantes de Escocia producto de la cebada malteada, tostada con humo de turba convirtiéndose en un alcohol de sabor fuerte, lo tomaban, sobre todo, en los velatorios a los muertos. Una anécdota muy conocida es la frase que una joven, a la que preguntaron por el estado de una tía suya en trance de fallecer, pronunció con cierta ingenuidad: «todavía vive, pero ya tenemos preparado el whisky». Sabiendo que todas las bebidas que tienen un arraigo popular importante suelen tener un apoyo entre el mundo de los escritores, al whisky no le faltó el empujón popular que aportaron dos poetas: Robert Burns y Walter Scott. Ambos fueron asiduos bebedores del producto; Burns cantó la bebida con fuerza impulsiva y Scott con menor intensidad, pero con idéntica convicción, afirmó: «si alguien diera con la exacta medida del whisky que se debe beber cotidianamente y se atuviera a ella, creo que viviría eternamente y que desaparecerían de la tierra los médicos y los cementerios». ¡Casi nada! Teniendo en cuenta esta afirmación yo no recomiendo que se beba a diario y, desde luego, siempre en moderadas dosis, tipo dedal, aunque confirmo que la segunda produce más bienestar que la primera; quizá sea posible por la sumación de efectos. Dos son los tipos fundamentales de whisky: malt whisky y grain whisky, obtenido el primero a partir de la cebada malteada exclusivamente y por el método tradicional del alambique a fuego directo empleando la combustión de la turba, y el segundo con cebada sin maltear, mezclada con maíz o centeno y, sólo en la fase final macerando la mezcla con una pequeña cantidad de cebada ya malteada. En este segundo caso se suele emplear un sistema más industrial, menos artesanal que el primero, mediante el alambique Coffey, resultando su fabricación más económica. Lo curioso es que Aeneas Coffey, figura clave en la historia del whisky escocés, era irlandés y con su método elaboró una bebida menos intensa, más suave con muchas posibilidades de ampliar sus sabores.

Con estos conocimientos comenzaron a desarrollarse las 'mezclas', la combinación de distintos whiskies, los blended, que al fin y a la postre son los que dominan actualmente el gusto de los consumidores. Pero yo sigo fiel al pure malt, mi jarabe sedante que cumple a las mil maravillas la función de iluminar mis neuronas cerebrales. Desde este convencimiento animo a compartir conmigo un buen chupito para mantener una conversación animada y distendida sobre cualquier tema.

Incluyo en la invitación a propios y a extraños, es decir a los aficionados a mi 'jarabe' y a los negacionistas de sus buenas propiedades. Entre estos últimos a un miembro de nuestro gobierno que atiende por López, de nombre Óscar, inventor del concepto 'whiskigate', y en situación de necesidad de probarlo para aliviar su inveterada sosez y su aburrido discurso político.

Luis Javier Montoto de Simón es médico y escritor