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TribunaManuel Sánchez Monge

¿Corremos peligro de una 'adolescencia cronificada'?

Tras la introspección también es necesario mirar a Cristo que para los cristianos es la verdadera imagen de la madurez humana. Jesucristo no es solo una promesa de vida eterna, sino que es dador de vida en plenitud. Jesucristo es el hombre nuevo

Los cuatro capítulos de la serie Adolescencia, emitida por Netflix, muestran los riesgos que viven los adolescentes en la cultura actual. La crisis del protagonista de trece años viene provocada por las redes sociales, y la desfiguración de la sexualidad por la difusión de la pornografía a la que tienen acceso hasta los más pequeños. Unidos las redes sociales y el pansexualismo resultan de efectos demoledores para los adolescentes.

Más allá de los acontecimientos concretos, ¿no corremos peligro de una «adolescencia cronificada»? Es decir, de la inmadurez como estadio permanente. Padecer una enfermedad crónica en la adolescencia puede aumentar los síntomas ansiosos y depresivos. Porque una enfermedad crónica en el adolescente constituye un reto no sólo para los que la padecen y su familia, también para el conjunto de la sociedad. La enfermedad crónica altera el desarrollo normal bio-psicosocial del adolescente y llega a producir discapacidades y graves alteraciones de la calidad de vida en algunos. Puede alterar la relación con sus compañeros, su aspecto físico e identidad, retrasar su autonomía y su adaptación a nuevas etapas del desarrollo. También se va a ver afectada la relación con sus iguales.

Tanto el aspecto físico como el desarrollo de su autoestima pueden estar seriamente afectados. Incluso se pueden dar conductas patológicas como agresividad, histrionismo, consumo de sustancias, etc. Los problemas psicológicos y áreas de preocupación más habituales para los profesionales de salud son problemas internalizados (miedo, indefensión, frustración, desesperanza, ansiedad, depresión), problemas externalizados (aislamiento, rebeldía, agresividad), aspectos relacionados con el concepto de sí mismos (mala autoimagen, baja autoestima) y dificultades educativas y sociales (problemas académicos y del aprendizaje, competencia social deficiente o disminuida).

La madurez requiere la integración de lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos. Algo cada vez más difícil de alcanzar en nuestra cultura hiper-emotivista. La madurez solo se alcanza cuando se consigue un equilibrio entre la búsqueda de placer, el sentido del deber y el principio de la aceptación de la realidad. En definitiva, la madurez requiere superar la tendencia narcisista imperante hoy, aprendiendo a vivir en familia y en sociedad.

Ahora bien, el gran problema está en la inmadurez de los adultos. Es indudable que hay muchos adultos que viven bajo el ‘síndrome Peter Pan’: evasión de las responsabilidades, dependencia emocional, comportamientos de riesgo, baja tolerancia a la frustración, falta de autocrítica, etc. En definitiva, una inmadurez cronificada.

He aquí algunos rasgos de una persona madura: capacidad de adaptarse a determinadas condiciones, modificaciones y responsabilidades en el contexto social; capacidad para cooperar con sus semejantes y de subordinarse a los planes de una autoridad establecida; capacidad de tener confianza en los propios recursos personales y capacidad de afrontar de manera realista los problemas de la vida con un autocontrol adecuado de los propios impulsos.

La inmadurez suele llevar consigo inestabilidad emocional, dependencia afectiva de los padres, egocentrismo, inseguridad, falta de realismo sobre la propia vida y en la valoración de las dificultades, escaso sentido de responsabilidad, etc. La madurez personal, en cambio, es fruto de del conocimiento y aceptación de sí mismo, ponderando las cualidades positivas para promoverlas y los defectos para corregirlos; la capacidad de mostrar y de hacer valer los propios pensamientos y emociones respetando los de los demás. Y, por fin, apertura a respetar y aceptar otros planteamientos y mantenerse incansablemente en la búsqueda y profundización de la verdad.

Llegados aquí, es necesario que nos hagamos las siguientes preguntas: ¿está la madurez al alcance de nuestras capacidades? ¿O estamos condenados a la inmadurez? «Nuestros contemporáneos han llegado a luna —y a otros planetas—. Pero la exploración más importante y rentable es la que realizamos dentro de nosotros mismos. ¡No se trata de ser astronautas, sino 'intronautas'»! (P. Scanziani). Personas que no miran para fuera sino para dentro, a ver cómo están hechas. Tras la introspección también es necesario mirar a Cristo que para los cristianos es la verdadera imagen de la madurez humana. Jesucristo no es solo una promesa de vida eterna, sino que es dador de vida en plenitud. Jesucristo es el hombre nuevo. Necesitamos contemplar y aprender de su madurez en el Evangelio. Así lo dice un texto emblemático del Concilio Vaticano II: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor (…) Él es el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado». (Gaudium et Spes 22).

Manuel Sánchez Monge es obispo emérito de Santander