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Qué puedo comer, qué debo decir, qué puedo pensar

No podemos renunciar a la educación de nuestros hijos, ni a que ellos puedan formar su propio criterio, con algo más que las consignas que les rodean en el ambiente cultural en el que viven

Una de las últimas ocurrencias de uno nuestros ministros, dará igual cuál, a tenor de lo que parece que no son más que una sucesión de desastrosas ocurrencias, ha sido decir qué deben comer los niños en el recreo del colegio o en la merienda en sus casas.
Más allá del revuelo que ha supuesto, de los comentarios jocosos y la proliferación de `memes´ por las redes, no deja de sorprender la reiterada intromisión de este Gobierno en nuestras vidas, hasta límites que nunca habíamos visto desde hace muchísimo tiempo. Entrometiéndose hasta la cocina, nunca mejor dicho, y también hasta el dormitorio. Y eso, junto con muchas otras cosas, son unas intromisiones intolerables.
Pero todas estas ocurrencias afectan de manera directa y perniciosa a las instituciones, a las personas y a la familia. Y esto sí nos preocupa especialmente.
Porque nos dicen qué debemos pensar, cómo debemos educar a nuestros hijos, qué deben comer, cómo deben hablar, cómo podemos mirar, y desde luego como deben volver a casa por la noche. Borrachos y solos. Perdón, que eso debe ser que solo se predica para nuestras hijas: solas y borrachas.
Y si no lo hacemos así, si no educamos así, si no transmitimos esa nueva `verdad´ a nuestros hijos, no solo merecemos todas las descalificaciones posibles (machistas, retrógrados, fascistas…), si no que vemos como poco a poco nuestras libertades van siendo reducidas hasta desparecer. Y con ellas, nosotros.

No es que pueda tener alguna duda, es que tengo la certeza de que la familia educa mucho mejor que el Estado

No podemos renunciar a la educación de nuestros hijos, ni a que ellos puedan formar su propio criterio, con algo más que las consignas que les rodean en el ambiente cultural en el que viven. Porque no se trata solo de que a los padres les (nos) corresponda decidir cuál es la educación que queremos para ellos y cuál es el colegio que queremos para ellos: por su identidad, por sus principios, por su cercanía…pero en su momento la entonces ministra Celaá ya nos advirtió que en absoluto eso tenía que ver con el derecho de los padres a la educación.
No es que pueda tener alguna duda, es que tengo la certeza de que la familia educa mucho mejor que el Estado. Por un motivo fundamental, porque los hijos nos importan más que ninguna otra cosa. Y por eso, además de ser un derecho, es una obligación y un bien al que ni podemos ni queremos renunciar.
El bien de los hijos sin duda pasa por la educación, que les hace crecer, les hace mejorar, y adquirir la libertad que, por supuesto, también a ellos les corresponde, y eso, que es un bien para los jóvenes, es un bien para la sociedad entera. Es en definitiva la expectativa de futuro que le cabe esperar a una sociedad que pretende progresar.
A la familia le toca ser el bueno y el malo de la película, al menos en apariencia. El bueno es evidente, porque cuida, alimenta, sostiene, apoya. Pero también es ella la que debe reprender para que los niños aprendan lo que está bien y lo que está mal, y a la que le corresponde, ante diversas peticiones de los hijos muchas veces decir que no, porque eso es lo que es un bien, lo que es bueno para ellos.

Solo los estados autoritarios y, por supuesto, los totalitarios, son los que legislan sobre educación y familia de una manera tan intrusiva

Nosotros decidimos si hoy toca un bollicao o una pieza de fruta, decidimos que ya se ha cubierto el cupo diario de pantallas, o si se comienza a salir con los amigos, la hora a la que corresponde volver a casa, que, por supuesto a ellos no les gusta, porque siempre quieren llegar más tarde, como queríamos nosotros antes que ellos. No hacemos demagogia barata dándoles 400 euros, porque sí, para que se lo gasten, si quieren, en videojuegos y obtengamos así el beneplácito de nuestros hijos cuando nos tengan que votar como los mejores padres del mundo.
Solo los estados autoritarios y, por supuesto, los totalitarios, son los que legislan sobre educación y familia de una manera tan intrusiva. Es curioso y triste que, si pienso en el Estado y en el juicio de Salomón, creo que el papel que más le cuadra es el de la mujer que estaba de acuerdo con que partieran al niño por la mitad. Por supuesto no el de la madre ni el de Salomón.
Porque yo no quiero partir por la mitad a nadie, me sublevo cuando el Estado viene a decirme a mí, y a mis hijos, qué debo comer, qué debo decir, qué puedo pensar o cómo debo mirar. Porque eso en el uso de mi libertad, me corresponde decidirlo a mí.

Carmen Fernández de la Cigoña

Directora del Instituto CEU de Estudios de la Familia. Doctora en Derecho. Profesora de Doctrina Social de la Iglesia en la USP-CEU. Esposa y madre de tres hijos.