«Nana para un rey», el villancico del gaditano Martínez Ares que anuncia la Redención desde la cuna
La parte fundamental del texto se centra en la estrofa segunda: el Niño viene a este mundo para morir clavado en la cruz, tras la flagelación, el escarnio de la corona de espinas y la subida al Calvario
Virgen con Niño, de Alberto Durero
El cantautor y compositor gaditano Antonio Martínez Ares (1967), muy conocido en el carnaval de Cádiz, preparó un disco de villancicos en 1998, cantado por su comparsa «Los piratas». Y titulado precisamente «Villancicos piratas». Y en él figura la «Nana para un rey», cantada por Pasión Vega.
Con posterioridad, este mismo villancico figura en otros discos: «Pasión Vega. Grandes éxitos» (2003), «Málaga canta a la Navidad» (2005) y «Málaga en Navidad» (2005). Y sigue impresionando la interpretación de Pasión Vega reproduciendo la voz de la Virgen para cantarle a su hijo, acompañada por guitarra española, tal y como podemos escuchar en esta versión emitida en el programa «Nochebuena andaluza 2020» de Canal Sur (la interpretación comienza en el minuto 1.28). Esta es la letra [entre corchetes, los sonidos que se suelen suprimir en la pronunciación andaluza].
Nana para un rey
no tengas miedo de na[da],
mi pecho combate el frío,
con tus manitas hela[das].
Calla que tras la colina
está la muerte acechando,
viene cargada de espinas,
cruces, fatigas y clavos.
Nana, para unos ojos morenos.
Nana, para mi estrella y mi cielo.
Nana, par[a] un ángel recién nacido.
Nana, que se me ha quedado dormi[d]o.
Cuando ríes se iluminan
las ventanas de mi ser.
Qué hermoso es dar luz divina
y qué delirio querer.
Yo estaré siempre a tu vera:
sueña, libre pastorcillo,
a la ea, ea, ea...,
qué penita de niño.
Nana, para unos ojos morenos.
Nana, para mi estrella y mi cielo.
Nana, pa[ra] un ángel recién nacido.
Nana, que se me ha quedado dormi[d]o.
El mensaje central: un Niño destinado a la Redención
El texto se compone de seis estrofas: la primera, segunda, cuarta y quinta, con versos octosílabos y rimas asonantes cruzadas (son, por tanto, cuartetas asonantadas); y la segunda, que se repite en sexto lugar, con versos decasílabos y rimas asonantes gemelas dos a dos, lo que constituye sendos pareados (versos 9-10 y 21-22, /-énos/: «morénos/ciélo»; versos 11-12 y 23-24, /-ído/ («nacído/dormído»).
La parte fundamental del texto se centra en la estrofa segunda: el Niño viene a este mundo para morir clavado en la cruz, tras la flagelación, el escarnio de la corona de espinas y la subida al Calvario (versos 6-8: «está la muerte acechando, / viene cargada de espinas, / cruces, fatigas y clavos»). Es el Cristo de la Redención el que nace, por lo que los clavos de la crucifixión ya están presentes (como lo expresan autores de estética muy variada; por ejemplo, García Lorca en su poema «San Gabriel» -incluido en el Romancero gitano-, en el que la Virgen ha sido sometida a un proceso de «agitanización»: «El niño canta en el seno / de Anunciación sorprendida. / Tres balas de almendra verde / tiemblan en su vocecita»).
Y de ahí la pena de la Madre (verso 20: «qué penita de Niño»); una Madre que le acompañará incluso al pie de la cruz (verso 17: «Yo estaré siempre a tu vera»). Lo cual no es óbice para que María sienta al mismo tiempo el gozo de la maternidad y de ser la madre de Dios, lo cual expresa el autor con singular acierto metafórico: «Cuando ríes se iluminan / las ventanas de mi ser. / Qué hermoso es dar luz divina / y qué delirio querer» (versos 13-16).
Y no parece casual que la Madre se dirija a su hijo llamándole «pastorcillo» (verso 18), ya que está destinado a conducir a la grey humana por la senda de la salvación; y también le llama, con suma ternura, «tesoro mío» (verso 1), «mi estrella y mi cielo» (versos 10 y 22) y «ángel recién nacido» (versos 11 y 23), pues al fin y al cabo es el enviado de Dios.
Y finalmente, al arrullo de la nana, el Niño se duerme, calentado en los brazos de la Madre. Y especialmente emotivo es el verso 24 que cierra el poema, en el que el dativo ético -pronombre no requerido por el significado del verbo- se emplea con clara intencionalidad afectiva, aludiendo a la persona que se ve indirectamente afectada por la acción verbal: «Nana, que se me ha quedado dormi[d]o».