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Villancico de Navidad 2025

Fernando Carratalá

«Nana para un rey», el villancico del gaditano Martínez Ares que anuncia la Redención desde la cuna

La parte fundamental del texto se centra en la estrofa segunda: el Niño viene a este mundo para morir clavado en la cruz, tras la flagelación, el escarnio de la corona de espinas y la subida al Calvario

Virgen con Niño, de Alberto Durero

Virgen con Niño, de Alberto Durero

El cantautor y compositor gaditano Antonio Martínez Ares (1967), muy conocido en el carnaval de Cádiz, preparó un disco de villancicos en 1998, cantado por su comparsa «Los piratas». Y titulado precisamente «Villancicos piratas». Y en él figura la «Nana para un rey», cantada por Pasión Vega.

Con posterioridad, este mismo villancico figura en otros discos: «Pasión Vega. Grandes éxitos» (2003), «Málaga canta a la Navidad» (2005) y «Málaga en Navidad» (2005). Y sigue impresionando la interpretación de Pasión Vega reproduciendo la voz de la Virgen para cantarle a su hijo, acompañada por guitarra española, tal y como podemos escuchar en esta versión emitida en el programa «Nochebuena andaluza 2020» de Canal Sur (la interpretación comienza en el minuto 1.28). Esta es la letra [entre corchetes, los sonidos que se suelen suprimir en la pronunciación andaluza].

Nana para un rey

Duérmete tesoro mío,
no tengas miedo de na[da],
mi pecho combate el frío,
con tus manitas hela[das].

Calla que tras la colina
está la muerte acechando,
viene cargada de espinas,
cruces, fatigas y clavos.

Nana, para unos ojos morenos.
Nana, para mi estrella y mi cielo.
Nana, par[a] un ángel recién nacido.
Nana, que se me ha quedado dormi[d]o.

Cuando ríes se iluminan
las ventanas de mi ser.
Qué hermoso es dar luz divina
y qué delirio querer.

Yo estaré siempre a tu vera:
sueña, libre pastorcillo,
a la ea, ea, ea...,
qué penita de niño.

Nana, para unos ojos morenos.
Nana, para mi estrella y mi cielo.
Nana, pa[ra] un ángel recién nacido.
Nana, que se me ha quedado dormi[d]o.

El mensaje central: un Niño destinado a la Redención

El texto se compone de seis estrofas: la primera, segunda, cuarta y quinta, con versos octosílabos y rimas asonantes cruzadas (son, por tanto, cuartetas asonantadas); y la segunda, que se repite en sexto lugar, con versos decasílabos y rimas asonantes gemelas dos a dos, lo que constituye sendos pareados (versos 9-10 y 21-22, /-énos/: «morénos/ciélo»; versos 11-12 y 23-24, /-ído/ («nacído/dormído»).

La parte fundamental del texto se centra en la estrofa segunda: el Niño viene a este mundo para morir clavado en la cruz, tras la flagelación, el escarnio de la corona de espinas y la subida al Calvario (versos 6-8: «está la muerte acechando, / viene cargada de espinas, / cruces, fatigas y clavos»). Es el Cristo de la Redención el que nace, por lo que los clavos de la crucifixión ya están presentes (como lo expresan autores de estética muy variada; por ejemplo, García Lorca en su poema «San Gabriel» -incluido en el Romancero gitano-, en el que la Virgen ha sido sometida a un proceso de «agitanización»: «El niño canta en el seno / de Anunciación sorprendida. / Tres balas de almendra verde / tiemblan en su vocecita»).

Y de ahí la pena de la Madre (verso 20: «qué penita de Niño»); una Madre que le acompañará incluso al pie de la cruz (verso 17: «Yo estaré siempre a tu vera»). Lo cual no es óbice para que María sienta al mismo tiempo el gozo de la maternidad y de ser la madre de Dios, lo cual expresa el autor con singular acierto metafórico: «Cuando ríes se iluminan / las ventanas de mi ser. / Qué hermoso es dar luz divina / y qué delirio querer» (versos 13-16).

Y no parece casual que la Madre se dirija a su hijo llamándole «pastorcillo» (verso 18), ya que está destinado a conducir a la grey humana por la senda de la salvación; y también le llama, con suma ternura, «tesoro mío» (verso 1), «mi estrella y mi cielo» (versos 10 y 22) y «ángel recién nacido» (versos 11 y 23), pues al fin y al cabo es el enviado de Dios.

Y finalmente, al arrullo de la nana, el Niño se duerme, calentado en los brazos de la Madre. Y especialmente emotivo es el verso 24 que cierra el poema, en el que el dativo ético -pronombre no requerido por el significado del verbo- se emplea con clara intencionalidad afectiva, aludiendo a la persona que se ve indirectamente afectada por la acción verbal: «Nana, que se me ha quedado dormi[d]o».

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