Fundado en 1910
Menú
Cerrar
DELENDA EST CARTHAGODeclan

Neopaganos

Con la neopaganización de occidente se abre un nuevo escenario, en el que algunas conquistas parciales de esta rara sociedad –educación, riqueza, democracia, industrialización– ya arraigan en tradiciones culturales ajenas al cristianismo

Se acaba de publicar la traducción al español del libro del profesor de Harvard Joseph Henrich Las personas más raras del mundo, en el que sostiene la tesis de que la Iglesia católica ha generado a lo largo de la Edad Media una sociedad atípica, la occidental, que le ha dado una serie de rasgos netamente diferenciadores frente a otras tradiciones culturales. La insistencia en ciertas prácticas tendentes a imponer el matrimonio monógamo y estable, la proscripción social de la promiscuidad violenta del varón, la individuación de la familia, así como las normas tendentes a prohibir matrimonios consanguíneos, habrían dado alas al individualismo tan característico de la sociedad occidental. Asimismo, habrían permitido generar lazos comunitarios más amplios desde la base de núcleos familiares definidos, y habrían iniciado a los sujetos en el inconformismo, al haber aprendido a vencer tradiciones culturales paganas previas. El término «raras» del título viene a traducir weird-est, un juego de palabras con un acrónimo bastante conseguido: occidental (western), educado, industrializado, rico y democrático, términos que definirían la peculiaridad específica de nuestra sociedad.
Aun no definiéndose a día de hoy como cristianos confesionales muchos de los miembros de esta gran sociedad occidental, todavía perduran los efectos de esta mentalidad católica afianzada durante la Edad Media. Es interesante, desde esta perspectiva, avanzar a qué se somete la sociedad occidental si sigue incidiendo en el abandono de esos rasgos distintivos que le proceden del catolicismo, en la confianza de que puede moldearlos a su gusto para la forja de una tradición netamente secular. Juzgo que es interesante porque, en contra de lo que podría parecer, la víctima real de esa transformación no es la Iglesia católica, sino el carácter secular que pretendidamente se quiere entronizar. En este caso la alternativa a la fe católica no sería el secularismo, sino un nuevo paganismo. Al eliminar la influencia cultural del catolicismo desde la Edad Media atentamos contra los cimientos diferenciadores de la sociedad occidental, llevándonos a un terreno en el cual, de entrada, perdemos el fuelle en todos los aspectos diferenciadores frente a otras tradiciones culturales.
Esta especie de retorno a una cierta forma de paganismo ya ha sido tratado en su momento por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, en una entrevista concedida al periodista Andrea Tornielli en 1992, titulada «Dar testimonio en la era pagana», con el agravante de que la sociedad occidental no retorna a un estado del buen salvaje rousseauniano, sino al estado del pagano resabiado. De hecho, ser pagano en sí mismo no es ni bueno ni malo. La doctrina tradicional nos asegura que las semillas del Verbo están presentes en todas las manifestaciones religiosas, coexistiendo con los errores de bulto presentes en cada una de ellas, ya sea de carácter cosmológico, antropológico o metafísico. El problema al que nos enfrentamos en el contexto actual es el recurso a la negación de los interrogantes vitales por medio de una eficaz pantalla de argumentos sofistas y a la sustitución del mesianismo cristiano por el poder de redefinición de la persona, sin deudas creaturales de ninguna clase. Una pretendida sociedad secular no se puede construir sobre dogmas que sustituyen a otros dogmas, situación en la que, por otra parte, ya estamos de lleno inmersos. El proyecto resultante en nuestras sociedades occidentales se acerca peligrosamente a un culto de nuevas ideas, en las que se ha despejado la posibilidad de que las viejas semillas del Verbo, desplegadas hasta ahora en todos los contextos religiosos, puedan florecer. La alternativa a Cristo en occidente es un culto inmanente, en donde nadie defiende el sentido creatural y debido de la condición humana, y donde el hombre recupera la parte más perversa del hecho religioso, el culto a la autoterminación y la muerte.
Con la neopaganización de occidente se abre un nuevo escenario, en el que algunas conquistas parciales de esta rara sociedad –educación, riqueza, democracia, industrialización– ya arraigan en tradiciones culturales ajenas al cristianismo, deslumbradas por su valor intrínseco, y con la capacidad dinámica que todavía las semillas del Verbo les ofrecen para acogerlas. La insaciable búsqueda del secularismo desde la edad moderna dejarán una Iglesia católica menos occidental, sin duda. Pero la contrapartida de la neopaganización no es la liberación del yugo moral del catolicismo, sino la pérdida de los hechos diferenciales de la sociedad occidental, y por lo tanto la raíz del pregonado decrecimiento de la misma en todos los órdenes.