Una de las afirmaciones más evangélicas que uno pueda escuchar a lo largo de su vida es aquella que define a la Iglesia como casa, como madre o como padre parabólico que siempre tiene sus brazos abiertos, esperando en el camino la vuelta de un hijo arruinado y a dieta con algarrobas de los cerdos. Cualquiera de nosotros puede caer tan bajo, o más.
Por eso, no deja de sorprender la extrañeza con la que los mismos cristianos acogen cada palabra de Francisco para escrutarla, matizarla y compararla con lo dicho sobre el mismo aspecto en otras circunstancias; como si el Papa argentino no hubiera aceptado la responsabilidad de un papado, sino la constante molestia de ser examinado sobre doctrina y catecismo durante el todo el tiempo que dure su pontificado.
A vuelto a suceder cada vez que en la JMJ de Lisboa ha subrayado que «la Iglesia es para todos » ya que, a poca fe que se tenga, se entiende que Cristo es para todos, porque ha resucitado por todos y está presente hasta el fin de los tiempos para todos.
Y ha vuelto a suceder, de nuevo, en el avión de vuelta a Roma, al ser preguntado por «si no es una incongruencia decir que la Iglesia está abierta a todos, cuando por ejemplo los homosexuales no pueden recibir todos los sacramentos», quizá en un intento más de subrayar la ley tanto como para llegar a rasgar la hoja con la pluma.
El Papa ha aclarado, por supuesto, que «la Iglesia está abierta a todos» pero «luego hay leyes que regulan la vida dentro de la Iglesia».
«El que está dentro está según la legislación» y ha dicho al preguntante algo que suele pasarse por alto en este tipo de preguntas que no tratan de aclarar lo obvio, sino de seguir agrandando un problema, y que recuerdan más bien a las diatribas evangélicas que trataban de pillar en el error al hijo de un carpintero.
«Lo que dices es una simplificación», ha señalado certeramente el Papa: «'No puede realizar los sacramentos'». Pero «esto no significa que la Iglesia esté cerrada. Cada uno encuentra a Dios a su manera dentro de la Iglesia», ha tenido que precisar Bergoglio; un Papa al que le va a costar mucho esfuerzo dejar las puertas abiertas del banquete que otros sólo conciben para su disfrute, porque creen, acaso, que su alma es inmaculada y no necesita de tantas matizaciones para ser admitido en la Gloria.
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