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07 de mayo de 2024

Ángel Barahona

¿Tiene perdón el beso de Rubiales?

¿Quién nos iba a decir que el fariseísmo iba a volver de forma tan apabullante en la palestra mediática? Bueno, ya nadie sabe qué significa ser fariseo

Actualizada 04:30

¿Cómo obtener el perdón y empezar de nuevo? A Rubiales no se le juzga por sus presumibles devaneos en el límite de lo legal sino por un beso. Un beso llevó al suicidio a Judas. Por un beso. Patética sociedad la nuestra que convierte en motivo de un linchamiento colectivo un simple beso. Al decir «simple», ya me veo yo linchado también por el colectivo victimista que lo ve como un acto de violencia machista imperdonable. ¿Quién nos iba a decir que el fariseísmo iba a volver de forma tan apabullante en la palestra mediática? Bueno, ya nadie sabe qué significa ser fariseo. Habrá que hacer una labor de traducción sociológica infinita para entendernos en el futuro. Y citar a los grandes que siempre vuelven a la tradición judeocristiana, como hace Douglas Murray con Hanna Arendt.
¿No bastaría pedir perdón? No basta, de hecho, porque también se ve que es un gesto falso, es simple teatro en este balcón de Pilato que son las redes sociales.
Todos imitan ridículamente la superficie de la revelación: son cristianos sin Cristo. Tenemos que arrepentirnos públicamente, pedir perdón, pero a quién y por qué. Nadie lo sabe. Uno de los libros de los grandes observadores de la vanguardia cultural, es La masa enfurecida de Douglas Murray, nada sospechoso de defender posturas confesionales o remilgadas en su libro. Dado que es gay tiene patente de corso, aunque no esté muy bien visto en el imperio de las víctimas, porque dice las cosas como son.
¿Y qué es lo que dice que tiene que ver con nuestro argumentario a propósito del «beso»? En el mundo colonizado por las redes sociales ya nadie está exento de un linchamiento público, sin sentido e irreversible. La sociedad actual no puede reconstruir el daño que se desencadena como un río en crecida en las redes. El perdón es imposible. Pero necesitaríamos obtenerlo… ¿Cómo sería posible?
«Vivir en un mundo donde algo que no es delito tiene el mismo efecto que si lo fuera resulta especialmente perturbador. ¿A qué tribunal apelarse? […] vivimos dentro de una red de relaciones en la que cada acción provoca no solo una reacción sino una reacción en cadena. Esto significa que todo proceso es causa de nuevos procesos impredecibles. Una sola palabra o acción puede cambiarlo todo [...] Nunca podemos saber qué estamos haciendo [velada alusión al «perdónales porque no saben lo que hacen». Lucas 23, 35]. Pero hay algo que exacerba esta «fragilidad y falta de fiabilidad» de los asuntos humanos y es el hecho de que, aunque no sabemos lo que estamos haciendo, no tenemos ninguna posibilidad de deshacer lo que hemos hecho. Los procesos de la acción no son solo impredecibles, son también irreversibles».
Hanna Arendt explica [cita Murray] que «solo hay un medio para paliar la irreversibilidad de nuestras acciones. Ese medio es la «facultad de perdonar»» […] «Sin ser perdonados, liberados de las consecuencias de lo que hemos hecho, nuestra capacidad de actuar estaría, por así decirlo, confinada a un solo acto del que nunca podríamos recobrarnos; seríamos para siempre las víctimas de sus consecuencias, semejantes al aprendiz de brujo que carecía de la fórmula para romper el hechizo».
Murray ratifica esta intuición de Arendt: Vivimos en la cultura del linchamiento, porque la cultura judeocristiana ha dejado desasistidos, con su expulsión del escenario cultural, a aquellos que les han convencido de la prescindibilidad del perdón por la influencia de Nietzsche.
«Durante siglos, el consenso general fue que solo Dios podía perdonar los pecados, aunque al mismo tiempo, en lo referente a los asuntos mundanos, la tradición cristiana ensalzaba las virtudes, cuando no la necesidad, del perdón. Según Friedrich Nietzsche, una de las consecuencias de la muerte de Dios podía ser que la gente se viera atrapada en una estructura teológica sin salida aparente. Más concretamente, que la sociedad heredase los conceptos de culpa, pecado y vergüenza pero que no dispusiera de los medios de redención que le ofrecía la religión cristiana. Parece que hoy en día vivimos en un mundo en el que las acciones pueden acarrear consecuencias inimaginables, en el que la culpa y la vergüenza están más presentes que nunca, y en el que no disponemos de ningún medio de redención. Ni siquiera sabemos quién podría brindarnos esa redención. Ni siquiera sabemos quién podría brindarnos esa redención, ni si sería algo deseable en comparación con este ciclo infinito de exaltación, certidumbre y denuncia [...] Un mundo donde nadie sabe en quién reside la potestad de atenuar las ofensas, pero en el que todos tienen incentivos para hacerlas suyas. Un mundo donde a cada momento se ejerce una de las formas más abrumadoras de poder: el poder de enjuiciar y potencialmente arruinar la vida de otro ser humano por motivos que no siempre son sinceros» –D. Murray–.
Hoy por hoy solo hay dos salidas posibles a esta situación, ambas frágiles y de carácter temporal: La primera es que estamos dispuestos a perdonar solo a aquellas personas con las que congeniamos o aquellas que pertenecen a nuestra tribu o forma de pensar que más encaja con la nuestra o que perjudica a nuestros enemigos. La otra es rendiros a la masa, acatar, y dejarnos llevar por los nuevos dogmas y callar, y no hacer preguntas para no ser enjuiciados nosotros a su vez y vernos arrollados por la masa enfurecida.
¡Pobre Rubiales! Todo es perdonable, menos violentar los dogmas impuestos por el status quo. ¿Qué podemos hacer ante la cháchara?: ¡nada! Callar y dejar que parlotee el Sanedrín de las feministas y de los linchadores adúlteros, que ya tienen las piedras preparadas disfrazados con barbas a lo Monty Python en La vida de Brian.
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