En agosto de 1989, la IV Jornada Mundial de la Juventud convirtió a Santiago de Compostela en el corazón espiritual de Europa. Bajo el lema «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida», más de 400.000 jóvenes peregrinaron hasta la Tumba del Apóstol en una edición que, por primera vez, se celebró en verano —y no en los días previos a la Semana Santa—, marcando un punto de inflexión que transformó para siempre el modelo de las JMJ.