La tradición cuenta que la Virgen, cuando todavía vivía, se apareció al apóstol Santiago, quien predicaba junto al río Ebro ante un pequeño grupo de conversos que creían en su mensaje. Pero los cesaraugustanos eran difíciles de convencer, y el apóstol comenzó a perder fuerzas y confianza. En su desánimo, la Virgen María, la madre de Dios, se personó ante Santiago sobre un pilar de jaspe, rodeada de ángeles, trayéndole consuelo y renovando su fe.