León XVI reza delante de la tumba de san Charbel
Los cuatro pilares del ermitaño san Chárbel que León XIV llama «comportamientos a contracorriente»
El Pontífice, ante la tumba de uno de los santos más venerados del cristianismo oriental, recordó que «no hay paz sin conversión de los corazones»
El silencio de las alturas libanesas, a 1.067 metros sobre el nivel del mar, en el monasterio de San Marón en Annaya, ha sido testigo de una visita especial. Su Santidad León XIV, en el marco de su Viaje Apostólico a Turquía y al país del cedro, el Líbano, realizó este lunes 1 de diciembre una peregrinación a la tumba de san Chárbel Makhlūf.
El mensaje del Pontífice no solo honró la vida de uno de los santos más venerados del cristianismo oriental, sino que también invitó a un mundo lleno de bullicio a redescubrir, a través de la austeridad del ermitaño, la cercanía y la plenitud en Dios.
San Charbel
El legado del solitario libanés
San Chárbel, cuyo nombre de nacimiento fue Youssef Antoun Makhlouf (José Antonio Majluf), nació en Beqakafra, Líbano, en 1828. Perteneció a la Iglesia católica maronita, una Iglesia oriental que data del siglo V. Su camino estuvo marcado desde joven por la fe y la piedad familiar (dos de sus tíos fueron monjes ermitaños), y por la positiva influencia de su padrastro, un sacerdote maronita (en este rito se permite que los sacerdotes se casen).
Youssef dejó su hogar a los 23 años para ingresar al monasterio, adoptando el nombre de un mártir sirio, Chárbel. Tras ser ordenado sacerdote en 1859, vivió quince años en el Monasterio de San Marón como un monje ejemplar, dedicado al apostolado y al estudio de la espiritualidad.
Sin embargo, su verdadera vocación era la soledad. Con un permiso especial, se retiró a vivir como ermitaño desde el 13 de febrero de 1875 hasta su muerte en 1898. Su vida fue de profunda austeridad: solo comía una vez al día y pasaba la mayor parte del tiempo en silencio, dedicado a la ascesis, el trabajo manual y la oración.
A pesar de su aislamiento, su fama trascendió las montañas. La gente, atraída por su santidad, acudía constantemente en busca de consejo espiritual, promesas de oración o milagros, pues san Chárbel había ganado reputación por su capacidad de curar enfermedades, incluso en casos atribuidos a él después de su muerte.
El mensaje a contracorriente del santo
Al dirigirse a los congregados, León XIV agradeció la hospitalidad en aquel «hermoso monasterio» y la austera belleza de la naturaleza circundante, reconociendo que sus predecesores habrían deseado mucho esa visita, especialmente Pablo VI, quien beatificó y canonizó al ermitaño. El Santo Padre se centró entonces en la pregunta crucial sobre el legado de este hombre que «no escribió nada, que vivió oculto y silente, pero cuya fama se extendió por todo el mundo».
El Papa resumió el impacto del santo en cuatro pilares forjados por el Espíritu Santo y que representan un desafío a las costumbres del siglo XXI. El Papa declaró que «el Espíritu Santo lo moldeó para que enseñara la oración a quienes viven sin Dios, el silencio a quienes habitan en medio del bullicio, la modestia a quienes viven para aparentar y la pobreza a quienes buscan las riquezas».
Este legado, explicó, son «comportamientos a contracorriente», pero precisamente por eso atraen, «como el agua fresca y pura atrae a quien camina por el desierto». La coherencia de Chárbel, aunque radical y humilde, es un mensaje potente «para todos los cristianos».
«No hay paz sin conversión de los corazones»
León XIV hizo hincapié en el papel decisivo de san Chárbel como intercesor, notando que tras su muerte este apostolado invisible se multiplicó, convirtiéndose en un «río de misericordia» y atrayendo a miles de peregrinos desde diferentes países cada día 22 del mes.
El foco de la oración del Papa en la tumba de Chárbel fue triple: la Iglesia, Líbano y el mundo. Para la Iglesia, pidió «comunión, unidad; empezando por las familias», a las que definió como «pequeñas iglesias domésticas». Para el mundo, y en particular para Oriente Próximo y Líbano, imploró la paz. No obstante, el Pontífice, recurriendo a la sabiduría de los santos, vinculó la paz exterior a la interior, recordándonos que «no hay paz sin conversión de los corazones».
Como gesto, León XIV ofreció una lámpara al monasterio. Una luz que, según dijo, representa la llama espiritual encendida por san Chárbel y que desea encomendar al pueblo libanés «para que caminen siempre en la luz de Cristo».