Aceituneros altivos, ¿ quién arranca vuestros olivos?

Olivar en Andalucía
Al asomar el otro día, cruzada la Sierra Morena, a uno de sus alcores, se me fue como siempre la vista, extendida y extasiada, por las lomas y llanadas vestidas de olivos. Es un paisaje que desde la vez primera que me asomé a verlo me emociona y me remueve. Antes, ahora y sé que siempre. De inmediato, también me brota, del corazón a los labios, el verso de Miguel Hernández.
Andaluces de Jaén, /aceituneros altivos, / decidme en el alma: ¿quién, / quién levantó los olivos?
De Jaén o de Córdoba, o de Ciudad Real o Toledo, esa inmensa y alineada arboleda que da testimonio de la mano humana, de su sudor y sus cuidados es algo más que un estremecedor y hermoso paisaje. Es una cultura, una forma de vida, una herencia y un tesoro.
Sé bien que el verso herido del poeta lo estaba por otras muy diferentes y terribles razones cuando lo escribió, pero esta ultima vez que me asomé al balcón de la sierra se me clavó a mi la punzada de la pena y el quemazón de la ira. Porque ya vi los manchones oscuros aflorar aquí y allá, avanzando como una marea negra con los indefensos arboles. Porque hoy es otra la pregunta ¿Quién quiere descuajarlos de la tierra? ¿Quién quiere echarle por encima una losa inmensa de placas que nos impide hasta poder verla.?
Son placas solares y energías renovables y bajo su paraguas puede causarse todo mal que se quiera, sin vergüenza y encima con alarde
Son millones de ellas y cientos de miles los olivos que ya están sentenciados. Y no se levanta apenas nadie, ni claman las voces que tanto se indignan porque talen un árbol en una plaza, o sufren por un gatito abandonado. Que está muy bien el conmoverse por ello, pero nadie parece querer hacerlo ni mirar siquiera por esta atrocidad, esta destrucción masiva. Porque resulta que esta a muerte está bendecida, santificada y bautizada con la sacrosanta bula de lo «ecológico».
Porque son placas solares y energías renovables y bajo su paraguas puede causarse todo mal que se quiera, sin vergüenza y encima con alarde. Porque arrancar miles y miles de hectáreas olivar, cientos y cientos de miles de añosos y hasta centenarios olivos, a los que ha costado, como poco, lustros y décadas para poder levantarse, echar tronco, ramas y criar aceitunas, es «progresista» es virtud y protección y amor por la madre tierra. Como si no hubiera yermos y baldíos, como si no hubiera laderas y solanas casi sin arbustos siquiera. Las hay claro, pero hacerlo aquí es mas fácil, menos costoso y más productivo en dineros.
Se impone como mandamiento y como ley que obliga y contra la que no cabe resistencia alguna. O vendes o alquilas o te expropian. En cualquier caso, el resultado es arrancar de raíz el árbol. Que no es algo que ni en un día ni en un mes ni en un año ni en varios, cuando se levante la losa, que alguna vez se levantará, podrá reponerse.
Hay quienes resisten, pero son pocos y sin altavoces. El campo y sus gentes no los tienen en los asfaltos y campanarios urbanitas. No hay manifestaciones ecologistas de esas donde hay más siglas y cámaras de televisión que asistentes, no hay quien lo haga tema de tertulia ni lo meta en la escaleta del informativo. Total, solo son olivos, no son «salvajes» y hay muchos, aunque sea una pena porque queda un poco fea la postal y la foto se estropea y no puede subirse a las redes, poniendo por delante carita de Eva feliz y Adán viajero.
¡Ay Miguel! Sé que tu dolor y más letal era otro, pero estoy seguro que este también, pastor de cabras, silbo herido y ojos y alma limpia, lo hubieras sentido. Por ello te me atrevo a cogerte prestados aquellos tus últimos versos de aquel poema: Jaén, levántate brava/sobre tus piedras lunares,/no vayas a ser esclava/con todos tus olivares.
No podemos ahora, casi un siglo después, que no es mucho para un olivo, que los arranquen de la tierra callada que los crió ni escupan sobre el sudor de quienes los plantaron.