Solsticio de junio

En junio, el campo no solo se llena de frutos y flores. Esas gotas de experiencia que el tiempo ha destilado nos salpican como siempre: «Cuando llega junio, la hoz en el puño» o «Quien no se baña por San Juan, no se baña en todo el año». Son avisos para el hombre de campo, que sabe a junio mes de doblar el lomo y celebrar

Actualizada 04:30

Corzo fotografiado este junio en el campo

Corzo fotografiado este mes de junio en el campo

«Junio es un mes de cojones», y en el caso del corzo, una realidad biológica. «Con el aumento de las horas de luz solar, se activa su eje hipotálamo-hipófisis-gónadas, aumentando la producción hormonal que estimula la actividad testicular, la cual experimenta una hipertrofia significativa, alcanzando su volumen máximo anual. La espermatogénesis es completa, con presencia de espermatozoides viables. Los elevados niveles de testosterona promueven cambios conductuales asociados a la territorialidad y el marcaje. El corzo se encuentra en pleno precelo funcional, fisiológicamente fértil aunque aún sin actividad de cópula».

Pero no solo de corzos vive el hombre; Panem et circensis… Junio es un hervidero de vida, es tiempo de sementeras, de trillas que resuenan bajo el sol, de frutales que se cargan hasta doblar las ramas. Las flores brotan con nombres de mujer y aromas de mágico ensalmo: malvas reales, efímeras amapolas, pomposas santolinas. El azul profundo de los tomillos da paso al amarillo intenso de la manzanilla bastarda, que compite en hermosura con su prima de alta cuna y pétalo blanco. El campo susurra palpitante, anhelos de cambio.

En las huertas, las ramas ceden ante el dulce peso de las cerezas, rojas perlas que anuncian abundancia. Las fresas despiden su último perfume, mientras los albaricoques comienzan a vestir su piel anaranjada bajo un sol generoso. Ciruelas tempranas y melocotones apocados asoman acompañados por el rubor de frambuesas y grosellas, zarandeadas al zumbido de las abejas. Los primeros higos asoman tímidos, prometiendo sabores que el verano terminará de cuajar.

Paisaje de junio en la naturaleza

Paisaje de junio en la naturalezaCedida

Se arrancan los primeros ajos, firmes y picantes; se recogen cebollas nuevas, aún frescas de piel; y las patatas tempranas emergen entre surcos resecos por el sol. Bajo las parras, se engordan los calabacines, se desbordan las tomateras, y en los ribazos florecen las mentas, con su aroma limpio y persistente. Las abejas, embriagadas de néctar, trastabillan entre flores de borraja e hinojo.

Junio es un banquete de colores y fragancias, el generoso festín de una tierra galana

El aire vibra con el canto de los abejarucos, que cazan al vuelo en torno a las colmenas, revoloteando inquietos, vestidos de mil colores, como bufones solares que anuncian la miel. Entre vuelos rasantes y trinos festivos, parecen custodiar en cofres de ámbar la dulzura del campo. Junio es un banquete de colores y fragancias, el generoso festín de una tierra galana, aliñado de néctar, pulpa madura y miel recién libada.

En junio, el campo no solo se llena de frutos y flores. Esas gotas de experiencia que el tiempo ha destilado nos salpican como siempre: «Cuando llega junio, la hoz en el puño» o «Quien no se baña por San Juan, no se baña en todo el año». Son avisos para el hombre de campo, que sabe a junio mes de doblar el lomo y celebrar.

Anochecer en el campo este mes de junio

Anochecer en el campo este mes de junioCedida

En la noche de San Juan, las llamas de las hogueras se alzan, convirtiendo el fuego en un portal mágico entre el mundo visible y lo invisible. Aunque la fiesta comienza pasada la medianoche, sus raíces se hunden en los antiguos cultos al dios Sol, cuando los pueblos veneraban la naturaleza y sus elementos —la lluvia, el aire— para asegurar su favor y su pervivencia.

Dicen que en esta noche el agua posee poderes especiales, y bañarse en ella es un rito de purificación y un talismán para la buena suerte durante todo el año. Los más valientes buscan la efímera flor de la higuera, cuya visión concede fortuna a quienes tienen ojos para verla durante su efímera floración.

Las leyendas narran que el Sol, enamorado de la Tierra, se negaba a separarse, prolongando su abrazo en la noche más corta, el solsticio de verano. Festividad agrícola, en la que los labradores celebran la cosecha y queman los males, legado de aquellos cultos solares que honraban la vida y sus ciclos.

Paseábase el Conde Olinos,
mañanita de San Juan,
a dar agua a su caballo a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe, canta un hermoso cantar;
las aves que iban volando se paraban a escuchar...

Históricamente en muchos pueblos de la vieja Castilla, junio era también el mes del diezmo. No solo se recogía el grano: se contaba, se pesaba, y se apartaba «lo que es de Dios y de la Iglesia», como dictaban los libros de apeo. Una décima parte del grano, del vino, de los corderos, se destinaba a la Iglesia, al señorío o a las arcas del común. Y aunque hoy ya no haya sacristanes apuntando con la vara, el campo sigue pagando peje en cada cosecha... antaño a Dios y al Rey, hogaño a María Jesús Montero y sus cuarenta ladrones.

La huella de Roma permanece viva en nuestras tierras, no solo en piedras o caminos, sino también en el altar del campo y sus ritos. La cultura romana legó tradiciones, creencias y nombres que aún marcan el ritmo del agro y la vida rural en junio, un mes cargado de simbolismos ancestrales.

En el libro VI de los Fastos, Ovidio vincula junio a la juventud y al poder emergente. Una etimología lo asocia a los iunios iuvenes, encarnación de la savia nueva, mientras otra lo liga a Juno, diosa que gobierna el mes con doble rostro. Como Juno Lucina, es matriz fecunda que da vida; como Juno Regina, impone el orden que la preserva. Junio simboliza esa tensión entre la expansión exuberante y la disciplina que la encauza.

Mes umbral: cruce entre la luz y la sombra, la floración y el fruto, la promesa y la medida. En él, Roma revive en cultos femeninos y fuegos solsticiales, en diosas tutelares y jóvenes impetuosos. El campo, como el alma humana, vibra entre extremos: la cosecha exige vigor, pero también norma.

No hay fuerza en la natura que no tema a sus dioses; incluso el trigo más alto se doblega ante Ceres, y el sol tras su cenit, declina hacia la sombra en el ocaso.

Mientras, la silueta distorsionada de un corzo danza tremolona entre los espejismos que la tierra exhala.

  • Laureano de Las Cuevas Álvarez es miembro de la Asociación del Corzo Español, y el Real Club de Monteros

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