El día que entendí que estaba en la montería por el perro

Los perros son maravillosos, mejores que muchas personas, y que aplican principios como el amor incondicional, la lealtad infinita, la fidelidad hasta la muerte, la nobleza en su acepción más pura o dar sin esperar nada a cambio

Actualizada 16:26

Perro de caza en una montería

Perro de caza en una monteríaCedida

Desde pequeño siempre he vivido con perros. La afición a estos animales empezó con la llegada de Brandy a casa, un labrador espectacular. ¡Una pintura! Se crió con mis hermanos y conmigo. Comía nuestras sobras, jugaba y dormía con nosotros... Éramos cuatro cachorros que crecíamos juntos.

Con él aprendí que cada animal es único. Tenía personalidad y una especial sensibilidad que le hacía darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Expresaba sentimientos de una manera clara y concreta. Descubrí que los perros son maravillosos, mejores que muchas personas, y que aplican principios como el amor incondicional, la lealtad infinita, la fidelidad hasta la muerte, la nobleza en su acepción más pura o dar sin esperar nada a cambio.

Cuando fui creciendo, mi padre me introdujo en la montería, en la que el perro es el actor principal. Tuve la fortuna de conocer a Perico Castejón, amigo de mi padre desde hacía muchos años. Perico y su entonces perrero, mi querido amigo Miguel Calero, me recibieron y trataron como a un hijo y me dieron la oportunidad de conocer el mundo de la rehala desde dentro: el monte durante la temporada y la perrera durante los 365 días del año. Con menos de doce años, Miguel me recogía muchos viernes en Madrid y nos íbamos a montear el fin de semana, allá donde fuesen los perros de Perico. Cargábamos por la mañana, nos íbamos en la furgoneta, monteábamos, recogíamos y volvíamos a cuidar y a preparar todo para el día siguiente.

Fueron unos años especiales. Accedí a los valores que rigen este particular mundo, a sus maravillosas gentes y a sitios mágicos que existen dentro de mi querida España

Me fui familiarizando con este mundo. Miguel me lo explicaba todo y contestaba a mis múltiples preguntas con una paciencia infinita. En las monterías estaba siempre con los perreros, quienes me recibieron como a uno más. Muchos de los que entonces conocí, hoy pertenecen a mi entorno más cercano. Eli Redondo y Jorge Torrubias, dos hermanos con todas las letras y, actualmente, mi vida en el monte y fuera de él. Juanvi Redondo, gran amigo y maestro. Sebastián Pérez Arjona cuando cazaba con Juan de Dios Olías, de quien me sorprendió su especial sensibilidad con los perros. Amigo, consejero y también maestro. Conocí a los Lucianos, padre e hijo, entonces perreros de Juancho, Nano y Michelo Narváez, quien nos arrecovaba a todos. A los Tanos, perreros de Paco Hurtado de Amézaga, unos serreños auténticos. A Alfredo el Rubio y a su hijo Alberto, otro buen amigo. A Pumuky con su especial sorna y gracia…

Brandy, el perro con el que se enamoró de la caza

Brandy, el perro con el que se enamoró de la cazaCedida

Fueron unos años especiales. Accedí a los valores que rigen este particular mundo, a sus maravillosas gentes y a sitios mágicos que existen dentro de mi querida España. Y quedé prendido del perro, de su cría, mantenimiento y caza.

Con dieciocho años, junto a Iñigo Fontcuberta y Alfonso Bigeriego, echamos una punta de perros. Vivimos en primera persona lo que significa la rehala durante todo el año. Fue de las mejores vivencias de mi vida. Cortos de experiencia, pero llenos de ganas, ilusión y afición, nos lo pasábamos como enanos. Lamentablemente, Alfonso e Iñigo tuvieron que dejarlo con gran pena de todos. Ya desvinculados, seguían ayudándome y acompañándome.

Gracias a la confianza y al apoyo de tío Juancho Narváez, que convenció a algunos propietarios para que viesen que los perros funcionaban, me llamaron a muchas monterías. Iba invitado, y el puesto lo ocupaba mi padre, lo que suponía mi mayor orgullo. Iba allá donde me llamasen. Monteaba, recogía y corría a casa a cuidarlos, que al día siguiente había que ir a otro lado. La última temporada di veintisiete días de montería y múltiples ganchos. Fue un máster avanzado en caza, rehala y, sobre todo, perros.

Aquellos años de universidad se terminaban. Tocaba ponerse a trabajar, lo que me impedía poder dedicar a los perros el tiempo diario que precisan. Hablé con mi padre, y me apoyó. Dios nos une y nos guía y, en 2009, surgió la mejor oportunidad posible: Eli y Jorge. La amistad era muy grande desde hacía tiempo y los perros inmejorables. Y aquí seguimos, ¡como el primer día!

Me he dado cuenta y he entendido que si estoy en la montería es única y exclusivamente por el perro quien, de manera directa o indirecta, ha pilotado mi vida. Es con quien quiero estar, a quien he de amparar y por quien tengo devoción.

Como entiendo la caza en sí misma, y en su más pura esencia, es en soledad y de poder a poder. Lo que es su naturaleza: seleccionar, recechar y elegir. Y si decides, ir, ganar o perder. Para mí, se queda en la grandiosidad y dureza de las cumbres que guardan a los rebecos y en la incertidumbre y anarquía de mis corzos montaraces.

Quien acuda a montear deberá entender que, en gran medida, en la montería se está por el perro, pues si falta, ésta no existe. Monteros, organizadores, propietarios, postores, arrieros… Todos tienen que darle la consideración que merece. También los perreros, lo que a veces no es obvio. Y es importante, pues debemos tratar de recuperar su fondo.

  • Diego Gómez-Arroyo Oriol es perrero

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