Quedar con uno mismo
Mi compadre Tapones se esconde del mundo acariciando a sus perros y repasando lo que mil veces ha repasado de sus cruces en sus pulcras perreras. Mi tocayo matador de toros Manuel Escribano se relaja toreando de salón de día y subiendo a un peñasco para escuchar un venado berrear
Pareja de corzos en el campo
Ya lo decía mi pariente Miguel Ardid (pariente por amistad y cariño), que de vez en cuando viene bien lo de juntarse con uno mismo -auditarse- y que cada uno se hace el careo consigo donde encuentra la paz. Mi primo Borja Higuero -éste es de sangre, pero de cariño parejo al anterior- se sube a una encina noches enteras de luna como un autillo sin estar agarrado al teléfono como hacemos los insulsos, escudriña en sus pensamientos mientras observa la baña del jabalí o la puesta de sol en la sierra de las Villuercas. Miguel se sube en su moto y se aleja del mundo para acercarse a sí mismo. Atalaya en un cancho, se enciende un cigarro y repasa, apostilla, se arrepiente o brinda. Es necesario hacer recuento de los tinos y desatinos que en este caminar nos llevan a subir o bajar, pero que no perdamos el ritmo. Su reflexión me hizo reflexionar. Es cierto que cada uno buscamos nuestro perdedero. Ninguno es mejor que otro. Cada uno tiene su querencia, como cada toro tiene sus terrenos y cada torero sus pases.
Hay muchos que encuentran su desahogo en las páginas de un buen libro sentado en el porche. Otros que caminan por la calle acompañados del ruido de unos cascos que nada les dicen. Hay otros que cosen cuero, hacen punto de cruz, planchan o remiendan viejas camisas. Otros que cocinan, que friegan la casa, podan el jardín o juegan al golf combatiendo el estrés con el bálsamo de pisar algo verde y respirar el suave néctar de las sombras y sus árboles. Hay otros que engrasan sus rifles, que caminan serenos por su ciudad y otros que se sientan en una terraza con una copa de vino sin la necesidad de que nadie les acompañe. Algunas personas están incómodas por verse solas mientras aguardan su cita. Necesitan que se les vea con alguien porque estar solo no les da seguridad. No queda bien. Es necesario agarrarse al móvil para acompañarnos de cualquier distracción que nos evite la conversación con nosotros mismos. Saludar a la mesa de al lado y completar con un «estoy esperando a un amigo».
Zorra en el campo
Limpia zahones, monturas y botas tantas veces como angustias y preocupaciones le abordan
Mi compadre Tapones se esconde del mundo acariciando a sus perros y repasando lo que mil veces ha repasado de sus cruces en sus pulcras perreras. Mi tocayo matador de toros Manuel Escribano se relaja toreando de salón de día y subiendo a un peñasco para escuchar un venado berrear. Servidor tiene sus muchas manías y carencias, por ello se aleja de lo común en el guadarnés, y limpia zahones, monturas y botas tantas veces como angustias y preocupaciones le abordan -de ahí que las tenga siempre relucientes-. Aunque reconozco al lector que lo que me acerca a Dios y me aleja de lo mundano es quedar conmigo mismo a las ocho de la tarde para salir con Talibán a dar una vuelta a las siembras, pero citarme dos horas antes para ducharlo, atusarlo, entresacarlo, pasarle la escofina por los suelos, limpiar la montura que limpia está y ajustarla a su cuerpo que está a medida. Afilar la lanza aunque no vaya a usarla. Engrasarle las coronas con brea mientras escucho de fondo unos fandangos en la vieja radio que tengo en el patio. Salir solo pensando que el mundo deja de existir y que tengo que negociar conmigo mismo lo mucho que puedo mejorar y lo que he aprendido de mis tropiezos y deslices.
Lolo de Juan a lomos de Talibán, su fiel compañero
Recuerdo la imagen de mi admirado Ussía una tarde en la que estaba sentado en una terraza tomando algo. Me acerqué con afecto y admiración al maestro que más collejas me reparte pero que más cariño me da cuando lo necesito, estaba en su mesa y mandó amablemente al camarero que retirara la silla vacía para evitar que nadie perturbara su momento. Varios fuimos a saludarle y -viéndole apartado del mundo pero en la misma terraza- le invitamos a sentarse con nosotros. Él amablemente asentía y declinaba el gesto con una sonrisa; había quedado con un amigo que nunca aparece. Le faltaba un buen caballo y una noche entera para igualar esa serenidad. Y como dice mi pariente Miguel Ardid: qué importante es quedar de vez en cuando con uno mismo para contarse todas las verdades que no nos decimos. Cada uno a su manera. Yo tengo la suerte que siempre voy con alguien. Mi fiel Talibán no me deja sólo ni en esas…
Lolo De Juan es gestor agropecuario