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01 de mayo de 2024

Montaje neuralink

GTRES/ Pixabay

Más recelos que certezas con el chip de Elon Musk: «Nada de lo que se hace en el cerebro es a coste cero»

El catedrático de Química Orgánica Javier Pérez Castells valora el anuncio hecho esta semana por Neuralink

El anuncio hecho esta semana por Elon Musk de que su empresa neurotecnológica Neuralink ha implantado su primer microchip cerebral en un humano ha sido recibido con dudas y recelo por la comunidad médica y científica. En apenas 70 palabras, lo único que el magnate sudafricano ha desvelado en X es que el paciente (de identidad y condición médica desconocida) «se está recuperando bien», que «los resultados iniciales muestran una prometedora detección de picos neuronales», que el chip, llamado Telepathy (telepatía), «permite controlar tu teléfono o computadora, y a través de ellos casi cualquier dispositivo, solo con el pensamiento», y que «los usuarios iniciales serán aquellos que hayan perdido el uso de sus extremidades».
Lo poco que se sabe sobre la hoja de ruta de Neuralink, fundada en 2016, es que la duración total del ensayo será de seis años, que su objetivo último es la consecución de un chip que permita una interfaz cerebro-máquina en personas sanas y que, junto al paciente 0, está previsto que otros diez voluntarios pasen este año por la mesa de operaciones para ser sometidos a una cirugía similar. Javier Pérez Castells, catedrático de Química Orgánica en la Universidad CEU San Pablo, comenta la idea y las aspiraciones de Musk tanto desde un punto de vista clínico como ético.
−¿Qué valoración hace sobre el anuncio?
−El anuncio se enmarca dentro de las acciones de neuromejora, en este caso con un implante dentro del cerebro que hasta el momento se había realizado por otras empresas con fines terapéuticos. Desde hace ya tiempo se hacen estimulaciones neuronales profundas, por ejemplo para tratar el párkinson, y por lo tanto implantar dispositivos para el cerebro no es que sea una cosa nueva. Pero lo que cambia aquí es que se quiera hacer en personas sanas con objeto de incrementar su potencial neuronal y de esa forma crear o mejorar nuevas habilidades, las cuales no estarían sin embargo al alcance de las personas que no se hayan convertido en esos pequeños cyborgs. El asunto es que está muy poco regulado y tiene que seguir un camino que no está claro. Es verdad que a esta empresa se le ha dado permiso para hacer esto en mayo del año pasado, y tendremos que discutir entre todos hasta dónde queremos llegar con este tipo de mejoras que se enmarcan dentro de lo que son las ideas transhumanistas, que abogan por crear una especie de ser humano mejorado.
Javier Pérez Castells

Javier Pérez CastellsUniversidad CEU San Pablo

−El objetivo de Musk es un chip que nos permita controlar directamente los dispositivos electrónicos con la mente. ¿Qué implicaciones bioéticas tiene esto?
−Tiene bastantes. En primer lugar, que hasta que estos mecanismos funcionan, si es que llegan a funcionar, debe haber una serie de fases en las que se emplean primero animales, que es algo que se ha criticado mucho porque ha habido bastantes animales sacrificados para esta investigación teniendo en cuenta que su objetivo final no es terapéutico. Todos somos conscientes de que tenemos que utilizar animales, y por ello se sacrifican muchos, para poder encontrar nuevos fármacos y terapias para curar enfermedades, pero esto no es eso. Entonces, ¿es lícito o ético sacrificar todos estos animales para una aplicación que no es terapéutica? Ese es el primer desafío. Luego vienen las fases en humanos, todavía más importantes. Se ha dicho que esta persona que ha recibido el implante está bien, pero pudiera ocurrir un problema del tipo que sea, y hay que tener en cuenta que es posible que se haya utilizado un voluntario sano (las primeras pruebas se suelen hacer con ellos) con un fin en última instancia no terapéutico, una vez más. Es decir, se corren riesgos que no se pueden compensar por el hecho de poder apuntar a curar una enfermedad. Y finalmente, si esto tuviera éxito (puesto que, y es importante decirlo, no se ha dicho nada de si este dispositivo funciona o no), empezaríamos a tener otro tipo de implicaciones: el control que pueden tener las empresas sobre esos dispositivos electrónicos, la influencia a largo plazo que puede tener sobre el cerebro… en general, ninguna de las cosas que se hacen en el cerebro es a coste cero, sino que generalmente se producen algunos daños o algunos problemas difíciles de justificar cuando se trata de una persona que estaba sana.
−Han surgido dudas de diversos científicos sobre los resultados de la operación, habida cuenta de la falta de información al respecto. ¿Es también su caso?
−Es lógico que la comunidad científica esté un poco perpleja y dudosa, porque no se ha seguido el camino habitual en estos casos: no se ha publicado el resultado, no ha habido transparencia, no ha habido información. La empresa de Musk no ha dicho en ningún momento que el dispositivo esté funcionando para su fin; simplemente creo que se trata de una prueba para comprobar si se puede implantar y que de alguna manera no se estropea y funciona. Ahora, de ahí a que pueda llegar a manejarse un teléfono móvil con esto es algo para lo que aún queda bastante camino. Sí que hay ondas cerebrales que se han podido utilizar con o sin dispositivos para hacer alguna que otra acción muy sencilla, como puede ser poner en marcha un equipo electrónico o algo así. Hay personas capaces de hacer eso porque el cerebro produce ondas. Pero de ahí a que tú lo puedas convertir en una especie de interfaz que te permita manejar dispositivos electrónicos complejos hay aún mucho margen. Lógicamente esta empresa quiere anunciar a bombo y platillo resultados por motivos seguramente económicos, de márketing o accionarial, pero no se ha dicho que este dispositivo esté en disposición de funcionar.

Creará más diferencias sociales entre quienes puedan implantarse este tipo de dispositivos y los que no

Estamos ante un caso en que la tecnología y la ciencia avanzan más deprisa que la legislación. No hay una regulación sobre este tipo de dispositivos, pensados no solo para curar, sino para mejorar, incrementar o crear un ser humano superior. Eso primero debería dar lugar a un debate con todos los sectores implicados –científicos, empresariales, económicos, sociales, políticos, etc–. Y, además, queda pendiente una legislación, porque ¿se exige o no a estos dispositivos lo mismo que se exige a los dispositivos curativos? Hay mucho que discutir ahí.
Mi opinión: a mí francamente no me gusta la neuromejora en general, porque resta la satisfacción o responsabilidad de crearse a uno mismo como persona y de alguna manera interviene claramente y condiciona la libertad, que ya está de por sí comprometida por motivos naturales. Además, creará más diferencias sociales entre las personas que se puedan permitir el lujo de comprar o de implantarse este tipo de dispositivos y las que no. Eso da lugar a un escenario que no me parece deseable, si bien también sería importante respetar la libertad de quienes quieran introducirse estos dispositivos, porque en definitiva están arriesgando su propia integridad física. Pero también creo que, como en otros muchos casos, es probable que esto se solucione solo por defensa de la propia naturaleza, es decir, que la intervención en el cerebro probablemente producirá daños y efectos negativos que serán muy difíciles de explicar y compensar con lo que se pueda ganar teniendo este tipo de dispositivos. Esto es simplemente una opinión un poco elucubrativa, pero probablemente ocurrirá como en otros asuntos en los que la naturaleza nos demuestra que no es tan sencillo manipularla sin que ocurra nada más que lo que queremos que ocurra.
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